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Ópera y mujer

Teatro Ramos Carrión. 24/07/2021. Lilith, luna negra, de David del Puerto. Joana Tomé da Silva (mezzosoprano, Lilith), Ruth González (soprano, Eva) y Alfredo García (barítono, Adán). Ensemble Lilith. Dirección musical: Alexis Soriano. Dirección de escena: Mónica Maffia.

Teatro Principal. 25/07/2018. Le dernier sorcier, de Pauline Viardot. Laura Cruz Bautista (soprano, Stella), Rachael Stellacci (mezzosoprano, la reina), Manuel Rodriguez (tenor, Perlimpimpin), William Hernández (barítono, Krakamiche), Jessica Poppe (mezzosoprano, Lelio), Ángela Herrero (soprano, Verbena). Escolanía de Segovia. Francisco Soriano (piano y dirección musical) Dirección escénica: Davide Garattini. 

El pasado 25 de julio dio comienzo una nueva edición del Festival de Bayreuth, noticia que llegó hasta los medios convencionales de comunicación por aquello que despues de 147 años una mujer,  la ucraniana Oksana Lyniv, se ponía por primera vez al mando de la orquesta y, por lo tanto, de una representación wagneriana en el templo por excelencia dedicado al maestro alemán. Tal circunstancia ha sido subrayada por muchos como ejemplo del avance de la normalización de género en un mundo, el de la ópera, donde hasta ayer mismo los roles estaban claramente definidos. Precisamente el de dirección de orquesta pasaba por ser el muro más duro de romper a la hora de avanzar en dicha normalización y el caso de Bayreuth no es sino lógica respuesta al ocurrido en otros ambitos musicales pues en los últimos años se han multiplicado los nombres femeninos a la hora de concretar la batuta. ¡Ya era hora!

¿Y que tiene que ver esto con el Festival Little Opera 2021 de Zamora? Pues que, voluntariamente o no, la edición de este año ha tenido un sesgo reconocible a la hora de colocar a la mujer en el centro de la propuesta musical. Por un lado, porque el título moderno (2019), Lilith, luna negra, del madrileño David del Puerto aborda el tema de género desde o en torno al personaje ficticio de Lilith, la supuesta primera compañera de Adán, el primer hombre según la leyenda cristiana. Y por otro lado porque el segundo título, Le dernier sorcier, es obra de Pauline Viardot, mujer olvidada por los programadores y que por aquello de los números redondos – y es que Viardot nació en 1821 – está conociendo un ¿coyuntural? renacer de parte de su obra teatral, hasta el punto de que el título que nos ocupa ha podido ser visto en más de una ciudad en los últimos meses. En resumen, por un lado el conflicto de género con lectura actual y por otro la recuperación de una mujer compositora  en un mundo masculinizado al máximo.

La mujer y la ópera abordada desde perspectivas muy distintas, dándose la paradoja de que el título compuesto por un hombre aborda la cuestión de forma más actual que la obra de una mujer de mediados del siglo XIX, que escribía, como no podía ser de otra manera, al dictado del modo masculinizado de la época. Así, mientras en la obra de David del Puerto se aborda el deseo de independencia y libertad de la mujer para con el hombre y lo masculino, ya sea este corpóreo o etéreo, la ópera de Viardot repite los esquemas más superados – o en fase de superación – de la mujer, como por ejemplo que se mencione la supuesta tragedia que supone a la mujer quedarse soltera o que el amor entre hombre y mujer se plantee desde la protección de él para con ella.

Siguiendo un estricto orden cronológico la primera ópera escenificada fue el sábado 24, la ya mencionada Lilith, luna negra, que nos narra la relación conflictiva entre lo masculino y lo femenino a través de los supuestos dos primeros seres humanos tras la creación divina, a saber, Lilith y Adán. Para ella lo masculino es más que el mismo hombre; Dios representa también lo masculino y, por ello, el problema a superar no es solo entre personas sino entre el ser humano y la divinidad. Y si Lilith ansía la libertad Eva representa la mujer que asume el rol pasivo, dominada, subyugada a la masculinidad y a la divinidad.

La representación de esta ópera de camara de una hora y media aproximada de duración se hizo prácticamente con el mismo equipo que la reestrenó pocos meses antes en la Fundación Juan March, de Madrid, y la producción era exactamente la misma: un escenario fijo que representa la primera naturaleza y una pantalla de fondo que permite exponer imágenes – algunas de gran belleza -  que complementan y alegran el escenario estanco. Los tres cantantes – la brasileña Joana Thomé da Silva, la tinerfeña Ruth González y el madrileño Alfredo García - solventaron con acierto sus roles desarrollados por el compositor con estética accesible para lo que puede encontrarse en estos tiempos donde la melodía encuentra su hueco y el sexteto instrumental – donde resulta relevante el papel de la guitarra española, quizás el elemento más “subversivo” del conjunto orquestal– fue literálmente empujado por la dirección de un entregado Alexis Soriano, que llevó a buen puerto la obra.

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¿Es esta una ópera feminista? Pues seguramente la respuesta ha de ser afirmativa al abrir muchas puertas a distintas reflexiones acerca del papel de la mujer en los tiempos pasados, tan pasados que vienen a indicarnos que desde el mismo principio de los tiempos la dicotomía masculino/femenino ha sido motivo de controversia y conflicto; y que durante largos tiempos de la historia de la humanidad tal conflicto ha sido vivido sin discusión alguna por el sometimiento de la feminidad ante el contrario. Y ello a pesar de que la misma Lilith sea capaz de decir, en palabras escritas por la libretista Monica Maffia, cosas como esta, cuando Adán exige la obligación de multiplicarse según mandato divino: 

- ¡Ya no! Podemos jugar a seguir juntos pero ahora somos dos. ¡Somos dos! ¡Somos dos!

Es decir, desde un principio Lilith reivindica su autonomía y renuncia a su papel exclusivamente reproductor, lo que es obviamente tema de enorme actualidad.

Solo veinticuatro horas después se recuperaba la obra de una compositora olvidada tal es Pauline Viardot-García, nacida García Sitches. Ella es autora de al menos cuatro operetas además de otras obras de géneros diversos que coinciden en la importancia que se otorga a la voz humana pues no cabe olvidar que Viardot fue, además de compositora, una soprano de fama internacional en la segunda mitad del siglo XIX. El nombre de Pauline Viardot apenas es mencionado en su faceta de compositora excepto cuando cuando se hacen una de esas humillantes listas de mujeres olvidadas en el mundo de la música clásica.

Le dernier sorcier es una obra de interés relativo donde la palabra declamada tiene gran importancia y nos narra las vicisitudes del último miembro de una saga de magos de gran poder quien, sin embargo, encontrándose en la parte final de su vida, ve como sus poderes quedan mitigados, lo que es incapaz de aceptar. Los papeles de los papeles principales son muy estereotipados: el último mago es un hombre uraño ante su declive; su hija, Stella, una mujer castrada por el dominio masculino y que se ha enamorado de un desconocido a espaldas de su padre; el cazador, Lelio, interpretado por una mezzosoprano y que representa el impulso juvenil capaz de sobrepasar todas las barreras por conquistar a la mujer amada; la reina del bosque, diseñadora del devenir de cosas y personas y personificación de la bondad; y, para terminar, el criado del último hechicero, un petrimetre que acierta a hacer las cosas casi por casualidad.

Que la obra sea de Viardot y que por ello merezca una escucha quizás no necesite justificación alguna pero lo cierto es que me ha parecido una ópera de interés escaso. Si se me permite el exabrupto, una obra “demasiado” de salón, con un argumento trillado, de desarrollo dramático poco acertado y resolución previsible al minuto de comenzar la representación. Además, algunos aspectos de la función no ayudaron en exceso como, por ejemplo, que se amagara con unir la ópera con el problema de la ecología, sin que su planteamiento terminara de culminar en nada reseñable. Entre los cantantes solo destacar la voz de Laura Cruz Bautista, con diferencia la mejor proyectada y la más acertada en estilo e intención. En un segundo nivel el protagonista, William Hernández, de voz grande y grave adecuados – el papel es para un bajo cantante – aunque su obsesión por cantar todo en forte no fue una decisión acertada. El recinto zamorano es muy pequeño y su voz llegaba sin problema alguno, no había por qué “enseñar” el volumen.

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En el resto de las voces encontrábamos ya cierta falta de mordiente ya afinación sospechosa o agudos temblorosos. La escolanía de Segovia tuvo que lidiar con su disposición en el recinto, la mitad en el escenario la otra en el tercer piso del Teatro Principal y la falta de coordinación y de afinación fueron, por momentos, demasiado evidentes. El director musical Francisco Soriano tenía también una localización extraña, al fondo del escenario y a espaldas de todos los cantantes por lo que su labor concertadora quedaba hipotecada.

Ya queda dicho que la puesta en escena trataba de unir el argumento fantasioso de magos, duendes y personajes misteriosos con el problema de la ecología, lo que quedó más en intención que en concreción. Mucha basura en torno al último mago pero poco más. Cualquier mensaje de actualidad quedaba difuminado durante el transcurso de la velada

A modo de balance, la edición 2021 de Little Opera puede considerarse desigual con un sábado notable y un domingo en el que ni obra ni interpretación ayudaron en demasía. Eso si, el público presente respondió favorablemente en ambas funciones por lo que es probable que el equivocado sea un servidor. Little Opera Zamora llena un hueco que – casi – nadie parece querer llenar, el de la ópera de cámara. Hay muchísimas obras por descubrir y este año se ha abierto la puerta de la colaboración de Zamora con otros teatros y festivales; es de desear que en un futuro inmediato se profundice tal relación y que ello coadyuve en un aumento de la calidad de los espectáculos. Que así sea.