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El joven airado

Schwarzenberg, 25/08/2021. Angelika Kaufmann Hall. Winterreise. Franz Schubert. Andrè Schuen, voz, Daniel Heide, piano.

Schubert, el admirador de Beethoven; Schubert, siempre buscando el reconocimiento del esquivo y altanero tótem de las letras alemanas, Goethe; Schubert, el joven que representa el corazón del Romanticismo, en su vida, en su música, en su muerte prematura; Schubert,  que lleva al lied a lo más alto de su historia con un ciclo de veinticuatro canciones, que son veinticuatro obras de arte; Schubert y su Winterreise

Escribir una reseña después de escuchar este ciclo, el Everest del mundo de la canción alemana, siempre resulta difícil. Los versos de Wilhelm Müller, intensos, apreciables pero no excepcionales, se convierten, en manos del compositor vienés, en el paradigma del sentimiento del idealizado hombre romántico, aquel que parte a un viaje, quizá sin retorno, en el invierno helado de su corazón. El acercamiento a ese mundo tan cerrado, tan íntimo, tan especial, constituye uno de los retos más difíciles para un cantante. No sólo por la complejidad musical, sino sobre todo porque en el Viajero de Schubert hay mil hombres distintos a los que el intérprete se puede acercar de mil maneras diferentes. Por eso resulta complicado hablar sobre el tema después de un concierto. Cuando te mueves en interpretaciones de gran nivel, como las que hoy se pueden escuchar, tu apreciación suele ser más personal, si cabe, que lo habitual.

Podría hablar de esos veinticuatro poemas, de la génesis de su creación, entre febrero y octubre de 1827, de cómo cada uno tiene su historia, su vida propia, pero no lo haré. Sería prolijo y en lo que debe centrarse estas líneas es en la velada que nos ofrecieron Andrè Schuen y Daniel Heide dentro de ese evento tan especial, tan importante en el género del lied y la música de cámara como es la Schubertiade de Schwarzenberg-Hohenems, las dos ciudades del land de Vorarlberg, el más occidental de Austria. Podría hablar pero prefiero recomendar que lean esa maravilla que es Viaje de invierno: anatomía de una obsesión de uno de las referencias en este repertorio, el cantante inglés Ian Bostridge y que hace un tiempo comentamos en la sección de libros de nuestra revista. Allí encontrarán todo lo que quieran saber sobre la esencia de este genial ciclo.

Hay muchas razones para calificar de extraordinaria la interpretación de Schuen (más tarde hablaremos del excepcional pianismo de Daniel Heide) pero destacaría dos en particular: su particular acercamiento al ciclo y la calidad técnica de su canto. El cantante opta por una visión muy acertada del Viajero: la del  joven airado. El hombre  que nos narra Müller y Schubert es un hombre desencantado de la vida, aunque reconozca su belleza. La naturaleza, principalmente, es el reflejo de su estado de ánimo, también de las dificultades del camino. Está enfadado con el mundo y su suerte y eso lo emparenta con muchos de los jóvenes de hoy, es un joven airado, descontento con su destino pero que al final claudica ante la realidad. Schuen, con sus marcados cambios de volumen, con la expresividad de cada frase, con una actitud sobre todo dicha con la voz (no es un interprete gesticulante, más bien comedido), da al protagonista ese aire frustrado y descorazonador, al que no se rinde casi hasta la última canción. Es una visión actual y fresca de un ciclo que a veces ha caído en lo demasiado trágico sin más, conformista y un poco almibarado dentro de la crudeza que encierra. Luego está la perfecta técnica, el dominio vocal que lució el barítono italiano de forma abrumadora. Estuvo espléndido en toda la tesitura, con total seguridad en los bajos y con bellos agudos bien matizados. Su influencia alemana (nació en el Tirol del sur) hace que la dicción sea perfecta, marcando los acentos, tan importantes en el lied, con una precisión milimétrica. Genial. 

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El ciclo fue compacto en su belleza, pero siempre hay lieder que son para el oyente especialmente emocionantes. Gute Nacht (Buenas noches) la puerta por la que se entra en el Viaje fue un perfecto ejemplo de lo que sería todo el ciclo: una mezcla de esperanza frustrada y desesperación. Der Lindenbaum (el tilo, el único lied que les gustó a sus amigos cuando Schubert les presentó el ciclo) es una de las canciones más maravillosas de todo el catálogo del compositor y Schuen supo darle su perfecto punto. En Auf dem Flusse (En el río) cantante y pianista mostraron una compenetración extrema para mostrarnos el enfrentamiento del Viajero y la naturaleza. Solo es un sueño: Frühlingstraum (sueño de primavera), la naturaleza exuberante es solo una quimera y nada mejor que la voz de Schuen para recordárnoslo con doloroso y amargo tono. ¿Y qué decir del maravilloso Der Wegweiser (el poste)? “La esencia misma del viaje romántico” es definido por la estudiosa Brigitte Massin, y así, con todo esa tremenda carga se escuchó en el Angelika Kauffmann Hall. Y para finalizar, al borde de la lágrima, escuchamos otra de esas perlas que únicamente en el catálogo de Schubert existen: Der Leiermann (El hombre de la zampoña). Sobran las palabras, no se puede cantar mejor este memorable lied. Maravilloso.

Schubert fue, ante todo, un gran compositor pianístico. La voz, sin el soporte, sin el apoyo de su hermano el piano no es nada en el lied, y más si está escrito por el austriaco. Daniel Heide, con un aire menos envarado que otros pianistas, recalcando siempre el protagonismo que el piano tiene en el ciclo, demostró ser un extraordinario intérprete, siempre pendiente del barítono y demostrando un entendimiento pleno con él. En general el tono de su trabajo se antojó más “vanguardista” que otras versiones, más arriesgado, buscando un lugar predominante y visible como por ejemplo en Letzte Hoffnung (Última esperanza). Una interpretación genial.