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La intimidad y la pasión

Schwarzenberg, 25/08/2021. Angelika Kaufmann Hall. Obras de Franz Schubert y Anton Bruckner. Renaud Capuçon (violín), Guillaume Chilemme (violín), Adrien La Marca (viola), Gérard Caussé (viola), Edgar Moreau (violonchelo).

Schwarzenberg, 26/08/2021. Angelika Kaufmann Hall. Obras de Franz Schubert. Renaud Capuçon (violín), Victor Julien-Laferrière (violonchelo), David Fray (piano).

Estamos en una schubertiada, esa palabra inventada por los amigos de Franz Schubert para definir las reuniones donde la música del compositor austriaco era el centro de interés. No solo se interpretaba música, se intercambiaban ideas, se leían poemas o fragmentos de otros textos, todo con esa pasión que, surgida de la Revolución Francesa, quería cambiar el mundo pero a la vez con la intimidad de lo individual, con el refuerzo del ser humano como centro del mundo. Se estaba forjando una de las bases del romanticismo. En esos encuentros Schubert podía interpretar sólo o con sus amigos las piezas de cámara, los dúos, cuartetos o sonatas compuestas por él. También los lieder, las canciones que tan prolijamente escribió. Cuando él murió las schubertiadas siguieron existiendo y gracias a ellas y a la difusión de su música Schubert ha llegado a ser uno de los compositores señeros de la historia de la música. Hoy en día se sigue denominando así a los festivales que se desarrollan alrededor de la figura del vienés. En su propio país, el el land de Vorarlberg, concretamente en las ciudades de Schwarzenberg (verano) y Hohenems (primavera y otoño), se desarrolla la más conocida tanto por la cantidad de conciertos ofrecidos como por la calidad de los intérpretes que participan: la Schubertiade.

En esta reseña vamos a comentar los dos conciertos que en la edición de este año ha ofrecido el violinista Renaud Capuçon rodeado de amigos, de excelentes músicos.  Es como rememorar ese espíritu de amistad alrededor de la música del que habíamos hablado. Porque una característica de los dos conciertos es la camaradería que se respiraba en el ambiente, el buen humor con el que se veía a los artistas en el escenario. El día 25 comenzaba el concierto con una obra maestra: el cuarteto La muerte y la doncella de Franz Schubert. El cuarteto tiene su origen en el lied del mismo título compuesto en 1817 (el cuarteto vio la luz en 1824) y sigue la misma tonalidad, re menor, que tan unida va en las obras del compositor al espíritu de la tragedia. Porque la muerte y el temor impregnan toda la obra, que es una composición de una fuerza arrebatadora, donde cada instrumento (sobre todo el violín y el violoncelo) estremece cuando suena, formando un conjunto de una belleza increíble donde el arte de Schubert alcanza una de sus más grandes cotas técnicas y expresivas. La interpretación estuvo a la altura de lo esperado. Renaud Capuçon (violín) Guillame Chilemme (violín) Adrien La Marca (viola) y Edgar Moreau (violonchelo) dieron lo mejor de sí para ofrecernos una versión inolvidable, llena de fuerza, de pasión y desesperación, sin dejar que los oyentes pudieran pensar en otra cosa que en la muerte arrebatando la vida de la doncella con el ímpetu romántico de los cuatro movimientos que conforman el cuarteto. Realmente fue un grupo perfectamente conjuntado, con un sonido compacto y cohesionado, más allá del protagonismo que la partitura da al violín y el violonchelo. Capuçon es, sin duda, uno de los violinistas más destacados de su generación. Más allá de la indudable perfección técnica lo que más me admiró de su trabajo fue el maravilloso sonido que saca a su instrumento (el Guarneri del Gesù 'Panette' (1737), que perteneció a Isaac Stern) y también la pasión y entrega que ofrece en su interpretación, extraordinaria. Excelente Edgar Moreau creando con su violonchelo momentos también de intensa emoción, con un sonido aterciopelado y auténticamente romántico. Fue una versión increíble, de esas que no se olvidan.

La segunda parte estaba dedicada a otro compositor austriaco: Anton Bruckner. Más conocido y admirado por sus sinfonías, son pocas sus composiciones camerísticas Destaca su Quinteto de cuerda en fa mayor, una obra que incorpora de forma poco convencional dos violas al tradicional cuarteto. Es una obra que se aleja bastante de la idea que tenemos de la música de Bruckner, tan conectada con la tradición y el final del romanticismo. Aunque tiene, indudablemente ese espíritu coral y sinfónico propio del autor, aquí se nota un aire más “moderno”, con sonidos y temas musicales que luego serán habituales en autores como Mahler .En nuestro concierto, para la interpretación de esta obra se incorporó al cuarteto original la viola de Gérald Caussé. Volvimos a apreciar la calidad del conjunto, aquí con más protagonismo para las violas, pero siempre con un sonido limpio y de indudable calidad. Pero hay que reconocer que después (permítanme la expresión) del subidón de adrenalina de La muerte y la doncella el Quinteto bruckneriano, aunque resultó agradable no levantó las mismas pasiones.

Capucon Schwarzenberg21 b

El concierto del día 26 de Renaud Capuçon y unos nuevos amigos, estuvo totalmente dedicado a obras de Schubert pero más camerísticas, si cabe. Comenzaba la tarde con la Sonata Arpeggione. He de confesar que era para mí una de las obras más esperadas de la visita de este año a la Schubertiade y por la que profeso un cariño muy especial desde conocí la histórica grabación de la misma por Britten y Rostropovich. El origen de esta sonata es un encargo del luthier vienés Georg Staufer que había creado una especie de violín (por su forma) y de guitarra (por el número de cuerdas: seis) al que llamó arpeggione, de vida muy efímera. Más tarde, se hicieron versiones para otros instrumentos, de las que la creada para el violonchelo es la que más se escucha. Schubert no dedicó mucho tiempo a este encargo y sólo consta de tres movimientos, relativamente cortos. Pero la obra rezuma alegría, un encanto que se ha considerado “anticuado y nostálgico” pero que permite un diálogo bellísimo entre piano y violonchelo donde este siempre lleva la voz cantante. La interpretación del violonchelista Victor Julien-Lafefrière y del pianista David Fray estuvo a un altísimo nivel, sobre todo Julien-Laferrièrre un joven pero experimentado intérprete que extrajo del sustituto del arpeggione unos bellísimos sonidos. Continuó la velada con la Sonata para violín y piano D574 “Dúo”, fechada en agosto de 1817. La entidad de este dúo es mayor que la de otras composiciones para estos dos instrumentos. Schubert crea una obra de mayores proporciones e inspiración aunque lejos de sus obras de más calado. Capuçon y Fray ofrecieron, como no podría ser de otra manera, una estupenda interpretación en la que destacó la perfecta coordinación en los diálogos que establece la partitura entre los instrumentos.

Para finalizar la velada se había programado el estupendo Trío para violín, violonchelo y piano D898. Este trío, de perfecta factura, se desarrolla a través de cuatro movimientos. Destaca sobre todo el primero, allegro moderato, con indudables reminiscencias tímbricas al Viaje de invierno. Los instrumentos se van apoderando del tema central, formando un juego de gran atractivo y que requiere una indudable destreza técnica. Lo mismo ocurre con el danzante scherzo, allegro, el tercer movimiento, donde los tres músicos, totalmente en sintonía, con una complicidad que se reflejaba en sus rostros, ofrecieron lo mejor de sí mismos, cosechando grandes aplausos y el reconocimiento unánime del público.