Una estrella, un planeta y un cometa
Barcelona. 11/09/24. L’Auditori. Obras de Haydn, Mozart, Beethoven y Ravel. Renaud Capuçon, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Ludovic Morlot, dirección.
El segundo pistoletazo sinfónico de la temporada de L’Auditori ha recibido la visita estelar de Renuad Capuçon, francés como el director titular de la OBC, Ludovic Morlot, visitando de nuevo la Ciudad Condal. En la memoria quedan algunas de sus notables actuaciones, como la de 2015, con el Triple de Beethoven. “Contra natura” –el lema de la presente temporada– o no, el destino ha querido que el cellista Gautier Capuçon, hermano menor de Renuad, también comparta escenario con la OBC a finales de año, en un programa encabezado por el Concierto para violonchelo en la menor de Schumann, con lo que Morlot cumplirá con la peculiar coincidencia de actuar con ambos hermanos en poco más de tres meses –y en conciertos diferentes–. De hecho, Renuad y Gautier ya no suelen actuar juntos en cámara, y no es otra cosa que el tratar de evitar “lo fácil”, aunque eso sea “lo que vende”, tal como ha comentado en diversas entrevistas.
Sea como fuere, el francés mostró aptitudes y madurez musical en un programa apacible, concentrando los retos técnicos en el apartado impresionista con la Sonata para violín nº2 de Ravel. Antes, Morlot se adentró en la Sinfonía nº13 en re mayor, Hob. I:13, un aperitivo aristocrático que muestra las dotes de un Haydn que apenas contaba treinta años cuando la compuso. El director hizo una lectura más o menos conservadora y se decidió por reforzar el continuo con clavecín, una práctica, sin embargo, no exenta de debate en el ámbito académico. En mi opinión, al no ser, estrictamente hablando, una “interpretación histórica” –maticemos que en 1763 el conjunto que estrenó la obra sería necesariamente menor, al tratarse de una formación “privada” del príncipe Nicolás Esterházy–, puede ser visto como una añadidura innecesaria, pero su inclusión en el cuerpo orquestal, tratándose de una sinfonía clásica, resulta casi una rareza que otorga algo de variedad y claridad rítmica en una monótona mayoría de interpretaciones sinfónicas de Haydn, en las que se omite el clavecín. Recordemos, en cualquier caso, que el clave cayó progresivamente en desuso hacia finales del siglo XVIII. Sin sorpresas, la partitura se desarrolló de manera apacible, destacando el inspirado solo de cello en el segundo movimiento.
El invitado irrumpió con su violín y acompañó a Morlot en una incursión con toques de jazz y blues, compuesta por Ravel y arreglada para orquesta, y ambos demostraron su manejo en esta curiosa sonata. En el primer movimiento Capuçon retrasó el vibrato hasta el ocaso de cada frase, sin abusar, y lució antebrazo para sacar un tremolo muy preciso de dinámicas. El francés hizo de su violín un “banjo” en el singular comienzo del segundo, con imaginación para unos pizzicati algo inusuales, y se desenvolvió bien a lo largo de la ristra de técnicas no convencionales que colorean la partitura, recreándose especialmente bien en la languidez de los glissandi. Morlot unió puntos de encuentro entre el solista y la OBC con suficiente margen para que su compatriota no se encorsetara. Ya en el tercer movimiento Capuçon sacó su mejor sul tasto y recorrió su instrumento hasta las entrañas, del que también extrajo destellos armónicos y una rugosidad vibrante en medio de un entramado orquestal exuberante del que una vez más, la OBC estuvo sobradamente a la altura. Prosiguió con la siempre inspiradora Romanza de Beethoven, generosa de vibrato, y coronó los agudos con elegancia y naturalidad. Ofrendó un modesto y misterioso bis –en sol mayor– antes de despedirse de los mil asistentes de la tarde.
Ya con solo un galo en escena, y coincidiendo con la efeméride astronómica “del siglo” –el cometa que visita la Tierra este octubre–, transitó la Sinfonía nº41 en do mayor, absurdamente popularizada como “Júpiter”, con relativa facilidad y sin sorpresas, aunque cabe destacar lo mal que queda que un intérprete de orquesta “marque” el ritmo con los pies, especialmente si tiene cierta jerarquía en su sección, aunque sea de manera pasajera. Destacó por supuesto el Allegro inicial, además del cuarto, en el que Morlot profundizó en el contrapunto y transmitió energía a los intérpretes que recorrieron las rápidas escalas. La OBC satisfizo así todas las expectativas con una digerible propuesta y con sus recientes mejoras acústicas.
Fotos: © May Zircus