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La belleza abrumadora

Hamburgo. 11/09/2022. Staatsoper Hamburg. Delibes: Sylvia. Madoka Sugai (Sylvia). Atte Kilpinen (Aminta). Hélène Bouchet (Diana). Félix Paquet (Eros,Tyrsis, Orion). Alessandro Frola (Endymion). Ballet de Hamburgo. Orquesta Filarmónica de la Ópera del Estado de Hamburgo. John Neumeier, coreografía. Markus Lehtinen, dirección musical.

¿Puede abrumar la belleza? Está claro que sí, en los casos más extremos puede producir el llamado Síndrome de Stendhal. No es, afortunadamente, el caso que nos ocupa. Disfrutar de la función del ballet Sylvia coreografiado por John Neumeier en el Ballet de Hamburgo que él mismo dirige, ha sido un placer absoluto, pero aunque al público se le veía exaltado y feliz en los largos aplausos finales parecía que no había ninguna taquicardia. Vemos ahora una actualización o revisión de la coreografía que Neumeier creó para París en 1997. Pero la esencia es la misma que el norteamericano propuso para su estreno: actualizar la historia de un ballet lastrado por un tema mitológico con un desarrollo narrativo bastante flojo, y darle una nueva mirada más acorde con el final del siglo XX. Neumeier va al núcleo de la historia, volviendo a las fuentes y origen de la narración del poeta renacentista Torquato Tasso, como él nos cuenta: “Al releer a Tasso, me di cuenta de que el mito era más interesante que la anécdota. Por lo tanto, parecía normal escuchar la música críticamente y deshacerse de la obra de sus elementos de <opereta>. En cualquier caso, personajes, movimientos y situaciones emocionales mantienen un diálogo a veces sorprendente con la música.¿Por qué no hacer las cosas de forma más sencilla? Secuencias bailadas que representan a una amazona en ese frágil momento entre la adolescencia y la feminidad. Dividida entre la fuerza y ​​la vulnerabilidad, le cuesta encontrar el equilibrio entre la agresión y la ternura, entre la defensa y el abandono de sí misma, y ​​solo logra reconocer el amor con el despertar de su propia sensualidad.”

Y efectivamente es lo que podemos ver sobre el escenario. Ya no es la historia pastoril que estrenara el coreógrafo Louis Mérante en el recién inaugurado Palais Garnier. Se ha convertido en esas escenas, como comentaba Neumeier, donde hombre y mujer, diosa y pastor, conocen el amor, y también, al final, su pérdida. Pero aunque hay un trasfondo amargo en todo la coreografía, quizá un poco triste y decadente por momentos, también se respira mucha fuerza. La grandeza del trabajo del norteamericano es convertir la hermosa música de Léo Delibes en el sustento de una sucesión de escenas de una belleza espectacular, con unos movimientos de los bailarines que sugieren mucho más que dicen. La libertad que ha tenido Neumeier al interpretar el mito la tiene el espectador al ver su obra. Reconoce la historia, sí, pero también puede crear la suya propia o dejarse llevar, sin pensar en ningún objetivo concreto, por la danza, por la increíble variedad de composiciones que vamos contemplando. Hay ecos, como en la música, de escenas wagnerianas, como la entrada de las ninfas cazadoras de Diana, a la manera de la cabalgata que abre el tercer acto de La walkiria, por cierto uno de los momentos más impactantes visualmente de toda la obra. Pero es indudablemente una obra romántica, con sus valses y sus ritmos tan característicos de los ballets de la ópera. Neumeier rompe con el clasicismo sin olvidarlo en ningún momento. Sus bailarines ejecutan pasos completamente reconocibles pero a la vez los rompen con un movimiento robótico, con un giro inesperado, con una contorsión casi imposible. Los cuerpos no mantienen distancias, se comunican y nos comunican en un movimiento que aunque sea rápido no deja de tener una mágica lentitud, perfectamente concebida y llevada a cabo con perfección por unos bailarines excepcionales.

El segundo acto, cuando Sylvia, guiada por Eros, pasa del sagrado bosque de Diana, donde ha conocido y amado al pastor Aminta, al mundo de los sentidos y a la fiesta de Orion, Neumeier nos traslada a una fiesta que nos recuerda a La dolce vita, creando un carrusel continuo de danza que vuelve, una vez más, a beber del paso clásico para transformarlo en una explosión y de vitalidad. Vuelve la quietud pero también la tristeza en el invierno, mucho tiempo después en que los protagonistas vuelven al bosque. Su reencuentro, con el fondo del famoso Pizzicati, es un alarde de inteligencia coreográfica: los cuerpos se palpan mecánicamente, casi como ciegos, sin reconocerse al principio, para luego unirse en una danza que mezcla el perdido amor y la certeza de que ya no volverá. Maravilloso.

El Ballet de Hamburgo es un conjunto reconocido entre los mejores del mundo, y pude ser testigo de ello en esta representación. El cuerpo de bailarines es excepcional en cada una de sus individualidades, con unas cualidades técnicas que hablan de muchas horas de trabajo. Cada movimiento de las manos, cada gesto, cada paso, está estudiado y perfectamente ejecutado. Increíbles los protagonistas, un portento de calidad artística, condiciones físicas perfectas y ejecución sin mácula: Madoka Sugai (Sylvia) y Atte Kilpinen (Aminta). Muy bien también Hélène Bouchet (Diana), Félix Paquet (Eros,Tyrsis, Orion) y Alessandro Frola (Endymion)

Incuestionable el poder que aporta a todo el conjunto la escenografía del pintor griego Yannis Kokkos (responsable también del precioso vestuario). Sus ambientes limpios, de colores básicos, con esos grandes árboles azules que presiden el primaveral primer acto y que se tornan blancos, en el gélido invierno del tercero) y su pretendida simplicidad, enmarca perfectamente la idea de Neumeier de liberarse de todo lo superfluo que pueda haber en Sylvia.

Imprescindible también el soporte musical, perfectamente medido, de un romanticismo arrebatado pero sin estridencias, que ejecuta la Orquesta Filarmónica de la Ópera Estatal bajo de todo un especialista es estos menesteres como es Markus Lehtinen. Todos, bailarines y músicos recibieron grandes y prolongados aplausos al final de la representación. Se lo merecían. Fue un espectáculo que pocas veces tiene uno la ocasión de disfrutar.

Foto: Kiran West.