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No se compra con dinero

Madrid. 10/10/21. Teatro de la Zarzuela. Guerrero: Los gavilanes. Juan Jesús Rodríguez (Juan). María José Montiel (Adriana). Ismael Jordi (Gustavo). Marina Monzó (Rosaura). Lander Iglesias (Clarivan). Esteve Ferrer (Triquet). Ana Goya (Leontina), entre otros. Coro del Teatro de la Zazuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Mario Gas, dirección de escena. Jordi Bernàcer, dirección musical.

“Y me valoraste las rosas,
poniéndole precio al jardín.
Y fueron tomando las cosas
un tono metálico y ruin.”

Mazazo, Rafael de León.

No será por boleros, coplas y hasta versos del siglo de Oro que nos han mostrado cómo el poderoso caballero don dinero puede no serlo todo, aunque a menudo lo parezca. Es la moraleja que también nos enseña - perdón por el spoiler - Jacinto Guerrero con su zarzuela Los gavilanes. Por lo demás, una de las grandes tapadas del género predecesora de títulos emblemáticos como El caserío (1926) o Luisa Fernanda (1932), con una milagrosa facilidad para el melodismo, incluso cuando era el quinto título que el compositor estrenaba ese mismo año. Todas ellas, por cierto, con algunos de los libretistas más destacados del momento y habituales en sus títulos como José Fernández del Villar, Antonio Paso o Pedro Muñoz Seca. Para estos Gavilanes, Guerrero recurre a José Ramos Martín en una de sus últimas colaboraciones, tras éxitos anteriores del binomio como La alsaciana o La montería y antes de que el músico continuase con una ensalada de nombres como los Millán Astray, Arniches, Luca de Tena, Poncela o Fernández Shaw, sin que ninguna de sus obras posteriores alcanzase el renombre de Los gavilanes.

Nacida en 1923, en una época de cambio y experimentación musical, donde Stravinsky ya había estrenado La consegración de la primavera o Prokofiev sus tres primeros conciertos para piano, la partitura de Guerrero regresa, no obstante, al formato grande, alejándose del género chico que tan de moda había estado entre la generación anterior y como hicieran, en los últimos brillos zarzueleros, Vives (Doña Francisquita), Sorozábal (La del manojo de rosas, La tabernera del puerto...) o la mencionada Luisa Fernanda de Torroba. Pensemos, por afinar aún más las coordenadas, que dentro de nuestras fronteras se estrena el mismo año la ópera Marianela, de Pahissa (recuperada por el Teatro de la Zarzuela en 2020), un cóctel molotov relleno de Debussy, Wagner, Strauss y Schoenberg. El compositor toledano, es cierto, se mueve en latitudes completamente diferentes. De hecho, la crítica llegó a tildarle en su momento de ser un compositor "cómodo", pero esa comodidad era la que el público aplaudía. Así, como decía, por su continua melodía, pegadiza hasta la médula, ya sólo su primer acto es una maravilla. Mi aldrea, Palomita, palomita, Dulce tormento que amores siento, Nación del oro, Soy mozo y enamorado... ¡Es un no parar! Es imposible no gozar y no salir tarareando alguna de ellas del teatro. No menos cierto es que algunas páginas (No hay por que gemir, Amigos, siempre amigos) se vuelven demasiado populistas y afectadas, pero, ¿acaso vas a quitarle el glaseado al mejor pastel cuando te sientas a comerlo? ¡No! Disfrutas de la manduca hasta llenarte las cejas de azúcar.

¿Cómo no hacerlo cuando tienes delante a un reparto como el reunido por el Teatro de la Zarzuela para esta ocasión? Y es que vaya por delante: hay cosas que no se compran con dinero, como se escucha en Gavilanes. Hay que aplaudir que prácticamente toda la plana de primeros cantantes españoles actuales estén en las temporadas de la Zarzuela. Es mérito de Daniel Bianco y su equipo, porque algo más allá de caché ha de ofrecer el teatro para que todo el mundo quiera estar aquí. Desde luego, es obligación de un escenario de esta naturaleza, pero podría no suceder, como no ha sucedido en otras épocas. Cuidar al artista de aquí, como también hacen, realmente, otros directores artísticos como Víctor García de Gomar o Javier Menéndez, pero pudiendo tener, siempre, como escaparate, el situado en la calle Jovellanos. Por encima de todo en la música de Guerrero, el protagonismo de Juan Jesús Rodríguez, quizá en una de las mejores interpretaciones que le recuerdo sobre estas tablas. Voz timbrada, de pegada, graves asentados y agudos resueltos, dibujó algunos momentos de gran calibre, como su página de salida, Mi aldea, muy aplaudida y braveada por el público. Estrenado el papel de su antigua amada, Adriana, por la tiple Emilia Iglesias, su particella obliga a decidir sobre qué tipo de voz actual resulta más adecuada para interpretarlo. En las últimas ocasiones sobre estas tablas la han cantado sopranos como Milagros Martín y Josefina Meneses. De hecho, en la grabación con Argenta, Teresa Berganza canta el papel de la hija y Adriana es de nuevo cantada por una soprano, Toñy Rosado. Es por tanto un papel en el que la mezzosoprano María José Montiel llega, aparentemente, a mostrarse algo incómoda, máxime cuando ahora mismo canta personajes como Ulrica de Un ballo in maschera o La cieca de La Gioconda. No obstante, la madrileña tira de tablas y oficio para sacarlo adelante, especialmente acertada en su dúo final con Adriana.

Adriana estuvo especialmente bien cantada por la soprano Marina Monzó. Dicción clara, voz proyectada y terso timbre. Una pena que su papel no pase de ser una mera secundaria y no tenga siquiera un momento solista, porque fue, de hecho, la única de los cuatro protagonistas que construyó un personaje como actriz. En la zarzuela no sólo hay que cantar bonito, hay que decir bonito. Completaba dicho cuarteto el Gustavo de Ismael Jordi quien, salvando equívocos con el texto en varias ocasiones, viene al teatro a despegar su arte en dos de las páginas más bellas de la obra: Soy mozo y enamorado y, muy especialmente, Flor roja, casi a modo de bolero, donde juega con la partitura como quiere y deconstruye cada compás casi como los grandes del pasado que cantaron esta página. Canto a flor de labio, fiato, delicadeza, filigrana y finura. Maravilla.

Entre el equipo de comprimarios y secundarios reunidos para este título, destacaron el Cariván de Lander Iglesias y el Triquet de Esteve Ferrer, con el punto justo de comicidad, sin histrionismos, así como el Camilo de Enrique Baquerizo y la Renata de Trinidad Iglesias, todos ellos grandes profesionales con mucho recorrido sobre las tablas. Igualmente disfrutables la Nita de Mar Esteve y la Emma de Raquel del Pino, esta última última participante del Proyecto Zarza del Teatro de la Zarzuela. Ya por último, la agradable sorpresa de ver a la siempre bienvenida Ana Goya fuera de un papel cómico, como la abuela mala, malísima de la obra, un poco como la Madre de la Pantoja. Mirando por la estirpe, por el negocio, que ser pobre cuesta una cantidad enorme de dinero, que escribiera el peruano César Vallejo. Ese es el twist que uno, personalmente, hubiese recibido de buena gana en este título: la Pantoja, su madre, el hombre que vuelve de Perú tipo Omar Montes, Isabelita... pero quizá alguien hubiese prendido fuego al teatro tras el estreno. Es algo de lo que la dirección de esta casa parece ser consciente y por ello vuelve a presentarnos una apuesta muy respetuosa, unos pasos (tan sólo unos pasos) por delante del cartón piedra.

Es lo que uno espera ver cuando va a ver una obra dirigira por Mario Gas: Teatro. Ni más, ni menos. Un teatro orgánico, que fluye por su cauce natural y original. En este caso, además, todo camina junto a la música. Incluso se toma con humor esos dos números populistas que son No hay por que gemir y Amigos, siempre amigos, llevándolos hasta la corbata y queriendo hacer partícipe al público de ellos, siguiendo el juego del compositor al romper la cuarta pared. Si hay que ponerle un "pero" a un hombre siempre respetuoso con las formas de los artistas que tiene delante, sería no haber sido capaz de extraer más actoralmente a Juan, Adriana y Gustavo. Su dirección se sostiene, por otro lado, en la puesta en escena firmada por Ezio Frigerio, en colaboración con Riccardo Massironi, sobre unas bellas audiovisuales, muy plásticas de Sergio Metalli que cobran vida y que ganan muchos enteros en directo, sin que las fotografías realizadas a la producción le hagan justicia. Supongo que será una producción muy cómoda de girar en los próximos años. De igual modo ocurre con el vestuario de Franca Squarciapino, muy bello y detallista, con reminiscencias a la colorida y floreada Provenza donde transcurre la trama original... ¿Por qué se llevaría Guerrero el argumento hasta Francia, con tanta historia de indianos y migrantes con la que cuenta nuestro país, desde Girona hasta A Coruña?

Desde el foso, la Orquesta de la Comunidad de Madrid sonó mermada en manos de Jordi Bernàcer, imagino, por lo escuchado, que aún sin el 100% de los atriles requeridos debido al coronavirus, algo que se notó especialmente a lo largo de toda la obra. De igual modo ocurrió con el Coro del Teatro de la Zarzuela, mostrando sólo a 18 profesores y profesoras, siempre estimables, en un título que, a todas luces, parece requerir mayor presencia coral, con una presencia continuada y decisiva sobre el escenario. 

Foto: Javier del Real.