Bach Hans Hijmering 

La humildad frente a la inmensidad 

Amsterdam. 23/11/2021. Concertgebouw. J.S.Bach: Misa en Si menor. Cappella Amsterdam. Orchestra of the Eighteenth Century. Julia Doyle (soprano). Margot Oitzenger (alto). Guy Cutting (tenor). Nicolas Mogg (bajo). Dirección musical. Daniel Reuss

Cuando uno escucha música de Bach, se siente ínfimo, realmente pequeño. La inmensidad de su sabiduría, su maestría, su prodigioso talento, abruma al común de los oyentes sin poder nada más que aceptar y acatar lo que la “verdad” del Maestro pregona, nada más. Todo esto, se agranda aún más con la gran Misa en Si menor.

Bach compuso esta obra durante un periodo largo de su vida, nada menos que veinticinco años. El origen viene de la intención del compositor de obtener el puesto de maestro de la Capilla ducal con la subida al trono de Federico Augusto II, y esto hizo que el maestro se aplicase especialmente. Bach envía en 1733, con tal fin, una misa con la que pretende demostrar su capacidad para el cargo; para ello envía una misa de corte luterano compuesta por el Kyrie y el Gloria.

No se sabe bien el porqué, el hecho es que Bach decidió apostar por la ampliación de esta misa -y no de otras missa brevis que también tenía compuesta-, incluso en los años finales de su vida, entre 1747 y 1749, acercándose mucho más a lo que viene a ser una Misa católica

La obra está concebida con partes que son parodia, palabra que ahora tiene otro significado, pero que en su época significaba la utilización de materiales procedentes de otras obras, algo muy común en la época, aunque la novedad aquí es que Bach reutiliza materiales propios. 

Todo esto nos indica algo importante: Bach se empeñó profundamente en esta misa, consiguiendo que su primer editor dijese que era “la obra musical más grande de todos los tiempos y pueblos” o que en 2015 el manuscrito de la misa fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Dicho todo esto, considero que, para abordar esta inmensa y complejísima Catedral, es necesaria una cualidad principal: la humildad. Bach es tan grande, tan poderoso, que simplemente poner en orden y conseguir que el oyente pueda percibir el mayor porcentaje de riquezas posible, es ya un importante logro. Daniel Reuss es un maestro que reúne esa tan vital virtud, y lo demostró consiguiendo clarificar texturas al máximo para que, ese inmensamente rico y caleidoscópico universo bachiano, en el que siempre pasan muchas cosas a la vez, y en el que uno no sabe bien donde fijar la atención para admirar ese labradísimo y complejo tejido, fuese expuesto.

Para ello ha reducido efectivos tanto en la masa coral como orquestal, y ha empleado a Solistas con voces que se integran bien en ese conjunto donde uno siempre debe oír algo más que una sola voz. Esa humildad se manifiesta también en la falta de redundancia, algo que se aprecia en la realización pura de los crescendi tan bien elaborados por Bach por acumulación, donde el simple añadido de las trompetas y timbal ya consiguen el efecto sin la necesidad de aplicar más intensidad como hacen otros muchos, evitando esa postiza redundancia. La sólo imagen de su manera de conducir las arias más de cámara prácticamente sin intervenir, denotan ese saber dar un paso atrás, para que el brillo de otros se manifieste y el resultado sea esa sana y rica contribución de conjunto que tan bien casa con una obra que necesita “tantas manos” como la Misa en Si menor. Bien es verdad que también se podría contribuir con algo más de intenciones y contrastes, pero el director demostró un profundo conocimiento sobretodo en esa tan trabada, intensa, y numerosa parte coral aquí dividida en cinco voces.

Para ello contó con un coro extraordinario: la Cappella Amsterdam, que fue la verdadera triunfadora de la noche, aunando voces limpias, puras y empastadas. La Orquesta del Siglo XVIII actuó también de forma muy notable, a pesar de algúnos fallos en la afinación del concertino en la terrible aria del Laudamus te con soprano, o la tan inevitable falta de precisión y limpieza de la trompa natural en esa maravillosa aria de Bajo del Quoniam, donde la sonoridad se oscurece al máximo yuxtaponiéndose al bajo solista la citada trompa, un corno de caccia, y dos fagotes creándose una atmósfera realmente mágica. Magníficas las tres trompetas, seguras, afinadas, e integradas con un sonido sin estridencias en todos esos momentos de gloria donde Bach las incluye modulando a Re mayor. 

Los solistas vocales cantaron con esa discreción antes apuntada consiguiendo ser casi una voz más en todo el rico entramado beneficiándose así la compleja escucha. Aunque, es verdad, que también se hubiese podido realizar con voces más ricas, sobretodo en lo referente a la mezzo, que debe abordar esa monumental y conmovedora aria postrera del Agnus Dei de tanta carga emotiva. 

Gracias todopoderoso Bach, siempre sapientísimo, aquí estamos los demás mortales, para intentar captar las migas de tu inmensidad.

Foto: © Hans Hijmering