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Nieva en Madrid

Madrid. 13/12/2021. Teatro Real. Puccini: La Bohème. Eleonora Burato (Mimì), Joshua Guerrero (Rodolfo) Andrzej Filończyk (Marcello), Raquel Lojendio (Musetta), Manel Esteve (Schaunard), Soloman Howard (Colline), entre otros. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección de escena: Richard Jones. Dirección Musical: Nicola Luisotti.

A falta de tener la tradición navideña como la centroeuropea de representar la ópera de Engelbert Humperdinck Hansel y Gretel o el ballet El cascanueces de Tchaikovsky, podría el Teatro Real abrir el camino para que en el mes de diciembre o primeros de enero de todos los años pudiéramos disfrutar de La bohème, una ópera invernal, entrañable y romántica, eso sí con un final no muy feliz pero apta por su melodismo y con un segundo acto muy dado al barullo y el festejo para llevar a las generaciones más jóvenes al teatro. De hecho, el coliseo madrileño programa quince representaciones de la obra, del 12 de diciembre al 4 de enero, y dos repartos de reconocido prestigio. No creo que mi idea, surgida de la producción de Richard Jones que ahora se repone, con abundante caída de nieve como atrezo, cuaje pero por proponer que no quede, y peores costumbres de fuera hemos aceptado con normalidad. Y es que uno sale satisfecho de lo bien tratado que está, tanto en lo musical como en lo dramático, uno de los trabajos más conocidos de Giacomo Puccini.

En primer lugar, aunque suele comentarse al final de una crónica, quiero destacar el excelente trabajo del director musical, el maestro italiano Nicola Luisotti. Su lectura, llena de contrastes, buscó la riqueza de la partitura de Puccini, estando especialmente acertado en los momentos más líricos en los que cuidó, las voces y moderó el volumen de la orquesta a la que espoleó, en cambio, casi excesivamente, en especial en el tumultuoso segundo acto, aunque con evidente brillantez. Y es que la Orquesta Titular del Teatro Real estuvo espléndida, con un sonido nítido y hermoso, con un viento y una cuerda que estuvieron especialmente destacados. 

También los solistas de esta representación, la primera del reparto alternativo, estuvo a muy alto nivel. Fue un conjunto muy equilibrado, donde, evidentemente, el protagonismo lo tuvieron los cantantes que asumían los papeles principales, pero el resto dio muestras de una calidad pareja. Eleonora Buratto es una de esas sopranos que es muy difícil (a mi no me ha ocurrido nunca oyéndola) que no lo dé todo sobre el escenario. Es entregada y brillante, con agudos limpios y bien proyectados, a los que llega con una facilidad pasmosa para el oyente y con una seguridad evidente. El centro es bellísimo, carnoso, y dibujó una Mimí muy canónica, en una línea clásica, con todo lo bueno que tiene este calificativo. Estuvo muy bien en el primer acto, quizá el más conocido pues encierra momentos grabados en la memoria de todo aficionado, pero, como también le pasó a su compañero, donde verdaderamente enamoró fue en el tercero, donde estuvo impecable en todos los aspectos. El tenor norteameriano Joshua Guerrero, que sustituía por enfermedad al programado Andeka Gorrotxategi, también estuvo en esa línea clásica, que hunde sus raíces en la tradición italiana. Todas sus intervenciones las resolvió con un buen fraseo, musicalidad y seguridad en toda la tesitura aunque en el primer acto se le notó algo más tenso que en el resto de la función. Como ya se mencionó, bordó el tercer acto, sobre todo con un dúo con Mimí especialmente emotivo. 

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Marcello lo defendió el joven barítono polaco Andrzej Filończyk que, excepto por un volumen algo escaso en comparación con sus compañeros, realizó un trabajo de gran calidad, con buen fraseo y elegante timbre. El dúo con Rodolfo del cuarto acto que comienza con el poeta cantando "O, Mimì tu più non torni" fue uno de los más entrañables momentos musicales de la noche. Además Filończyk fue actoralmente, junto a Manel Esteve y Raquel Lojendio, lo mejor de la noche. Su soltura en escena, su adaptación al rol fueron perfectos. Raquel Lojendio defendió con profesionalidad y gran calidad el alocado papel de Musetta, destacando, como debía ser, en su canción del segundo acto. Poco se puede decir a estas alturas de la calidad vocal y la entrega como actor que tiene siempre Manel Esteve en un escenario sea cual sea su rol. Hizo un Schaunard perfecto en lo vocal (sobre todo en el primer acto, cuando interviene más) y simpático en el lado dramático. Gratísima sorpresa el Colline del bajo Saloman Howard. Pocas veces he oído cantar con tanta elegancia, con ese fraseo pausado y cálido, la famosa aria Vecchia zimarra. Con calidad los trabajos de Pablo García-López como Benoit y del resto de comprimarios. El Coro Titular del Teatro Real (acompañado esta vez por unos estupendos Pequeños Cantores de la JORCAM) mostró, como suele, la calidad que le caracteriza dentro del totum revolutum que es el acto del Café Momus.

La producción (compartida con el Covent Garden londinense y la Lyric Opera de Chicago) que ahora se repone la firma Richard Jones. El director británico esquematiza (con la imprescindible ayuda de la escenografía de Stewart Laing y una buena iluminación de Mimí Jordan Sherin) los distintos lugares donde tiene lugar la acción de la obra: La buhardilla parisina del primer acto es mínima y estéticamente atractiva, la taberna del segundo, junto a la La barrière d’Enfer, puesto aduanero en la zona sur de la ciudad, es una construcción muy básica y en el último acto volvemos a la misma buhardilla. Sólo en el segundo se permite director y escenógrafo una explosión de color y alegría através de unos ostentosos figurines victorianos (obra también de Laing) y unos módulos (toda la producción se maneja en este formato: módulos que se van moviendo con los cambios de acto) que nos remiten a los famosos pasajes cubiertos parisinos. Que este acto se haga tan cerca de la corbata del escenario hace que la amalgama de personajes que pululan en tan poco espacio resulte agobiante, pues su continuo movimiento (incluidos los protagonistas) desconcierta. De hecho hay momentos en que tienes que buscar, cual si fueran Wallys, a Mimí, Schaunard o Marcello. En contraste la sencillez de escenografía del acto de la aduana reconforta y permite al espectador recrearse en los duros acontecimientos que nos descubren el negro futuro de Mimí. Sería un claro ejemplo de “menos es más”. En cuanto al movimiento dramático pasa lo mismo. Es acertado en tres actos (especialmente en el último cuando los bohemios grafitean su cuarto) y caótico en el del Café Momus. A modo de resumen, Jones respeta la obra, la complica donde debería esforzarse en simplificarla (algo que en casi ninguna producción clásica consigue) y nos presenta unos personajes que siguen enterneciendo desde su estreno en el Teatro Regio, allá por febrero de 1896. Seguramente, nevaba en Turín.

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Fotos: © Javier del Real