Momentos de eternidad
Madrid. 07/02/2022. Auditorio Nacional de Música. Ibermúsica y Juventudes Musicales de Madrid. Obras de Mozart, Beethoven y Franck. Anne-Sophie Mutter, violín. Lambert Orkis, piano.
De la unión de dos sellos de calidad incuestionable en la música madrileña, Juventudes Musicales e Ibermúsica, nos llega este concierto extraordinario, protagonizado por uno de los nombres propios de más tirón en las últimas décadas, Anne-Sophie Mutter. Y, en efecto, ha sido extraordinario en un doble sentido, por su carácter benéfico fuera del ciclo habitual y, sobre todo, por la magnífica experiencia interpretativa ofrecida, una de las de más calidad en lo que llevamos de temporada en la capital.
Con Mutter y su inseparable compañero de andanzas y romanzas, el pianista Lambert Orkis, la calidad está garantizada. Pero, en esta ocasión, han tenido el mérito de levantar un programa con algunas dificultades que hubieran hecho naufragar a muchos otros. En primer lugar, la sala. Por mucho que se empeñen los programadores, el lugar natural de las piezas de cámara no es una gran sala de conciertos de más de 2300 personas, incluso aunque la artista mueva a legiones de fans. El silencio reverencial del público contribuyó a que el sonido intenso, claro, penetrante no se quedara corto en ningún momento. En segundo reto fue el programa mismo, compuesto por una sucesión de sonatas que, en las manos equivocadas, sin inteligencia interpretativa e ideas claras, podría haber resultado monótona; tuvimos sin embargo un magnífico y diverso abanico de sensaciones y emociones.
Con Mozart y su Sonata K379, pudimos disfrutar del sonido preciso y cristalino de Mutter elaborado a través de un fraseo clásico, cómodo y elegante. Pero, sobre todo, pudimos comprobar la perfecta sincronía y complicidad de una pareja de artistas que llevan décadas colaborando; en este sentido, el hábito hace virtud. La camaradería se tornó en conversación en el Tema con variaciones; piano y violín se alternaron el protagonismo mientras se construyó un diálogo creciente, en el que, lejos de simplemente exponer versiones del mismo motivo, se dotó a cada una de ellas de un carácter emocional propio. Un espíritu galante, cantábile y por momentos jocoso presidió una ejecución en la que se adivinaba la admiración mutua de los artistas.
Con Beethoven y su Sonata “Primavera”, llegó la agitación. Apareció sin extravagancias, con espíritu optimista, sin sacrificar en ningún instante claridad ni calidad tímbrica. El ímpetu romántico se desplegó mediante emociones emergentes, pero controladas elegantemente a través de unas dinámicas precisas –esas inquietantes microvariaciones de intensidad y vibrato en las frases cortas– que edificaron un sentimiento creciente de tensión. El piano asumió su papel de acompañante (una opción personal que no se deduce necesariamente de la partitura), Orkis se puso al servicio de la mayor gloria de Mutter, un reparto de papeles que continuaría el resto de la velada.
Y tras la pausa, con Cesar Frank, nos llegó el plato fuerte de la noche. Las notas sostenidas y la calidad austera y evanescente del sonido de las cuerdas invadieron el espacio creando una atmósfera de ensoñación onírica, cimentada en los bellísimos matices de colores del violín de Mutter. Orkis, por su parte, se enfrentó a la endiablada partitura de teclado con discreción, lejos de cualquier tentación de exhibicionismo. El Recitativo-Fantasía, portentosamente ejecutado, como un ejercicio de libertad expresiva, se desplegó mediante un lirismo melancólico de los que hacen perder la noción del tiempo y el espacio y crean esos preciados momentos de eternidad, que hacen la música un arte único.
Elegancia natural, agitación contenida y atmósferas de infinito. Tres registros emocionales bien diferenciados e impecablemente abordados que, en manos de unos artistas sobresalientes, crearon una noche para el recuerdo.