Constantinos Carydis image Thomas Brill 

Momentos y magias

Amsterdam.17/02/2022. Concertgebouw. Obras de Skalkottas, Canteloube, Debussy y Respighi. Orquesta del Concertgebouw. Louise Alder, soprano. Constatinos Carydis, director. 

Hay veces, momentos, donde, no se sabe muy bien porque, y sin esperarlo, se puede percibir una energía muy especial, casi eléctrica. Pasa no muchas veces en la vida, por lo menos no tantas como a nosotros nos gustaría, pero cuando sucede, uno paladea ese estado, se convierte y, si dura el recuerdo, incluso se levanta con una sensación muy especial. Quizá contribuyese la enorme y brillante luna llena que anoche lucía en Amsterdam, su poderoso influjo, qué se yo, y seguramente el largo periodo que por el maldito covid la Orquesta del Concertgebouw ha tenido que estar inactiva. el hecho es que han vuelto con energías renovadas y con ganas, muchas ganas de hacerlo rematadamente bien. Y así, el concierto de ayer fue inolvidable.

El programa es de los que me gustan a mí: con obras desconocidas como la de Skalkottas, y con autores a reivindicar en ese no tan muchas veces justo ranking de valoración, éxito, y reconocimiento que se da entre nuestros queridos compositores. Fue un programa donde 'lo francés' flotaba constantemente en el ambiente. En esa idealización de lo perfumado; con esa descomposición de las férreas y mas musculadas estructuras románticas, difuminando armonías y cimientos. Con ese tan especial sentido del color…

Las Cuatro Imágenes para orquesta de Nikos Skalkottas fueron compuestas en 1948. Tarde, según seguramente muchos, para el tipo de lenguaje que utiliza, pero es una obra magnífica. Intenso y con cierto sabor acre el primer número, Constantinos Carydis, que debutaba con la orquesta después de una vertiginosa escalada de prestigio por medio mundo, acentuó su carácter agreste, para, a continuación, dar con la clave en el segundo, de la sedosa y tierna textura en tempo de 6/8. Impetuoso, salvaje, fulgurante, así se desarrolló el tercer movimiento con sus choques armónicos, desembocando en el solar último movimiento con un intenso sabor local, plenitud, y fuerza.

Los Chants d’Auvergne quizá sea la única obra conocida de Canteloube, pero tampoco es una obra que, para qué engañarnos, se interprete con demasiada asiduidad. Y es una pena, porque los llamativos y locales meandros creados para la línea vocal en occitano, la muy refinada orquestación, y la delicada y suave armonización, merecen una aún mayor difusión. Louise Alder es una cantante de pequeño estuche, y la profusa orquestación de algunas canciones, hace que su voz no sobresalga tímbricamente, pero el timbre es bonito, la cantante tiene muy ahormado el ciclo junto con Carydis, y canta llena de intenciones y con muy buen sentido teatral. Varía voces utilizando a veces sonidos fijos, destacando fonemas, o portamentando, y solamente por el clima conseguido en la famosa Bailero, merece todos los bravos. 

Con el director y la Orquesta del Concertgebouw en estado de gracia, hicieron flotar al auditorio tocando literalmente el cielo. Largo, suspendidísimo, con los mágicos arpegios del piano tratado a modo de celesta dibujando espejeantes `estrellas’ reflejadas que anticipan un clima nada alejado del mismísimo Messiaen. 

Fue acabar el Bailero, y el Auditorio se detuvo, en un infinito silencio solo propio de momentos especiales, y de públicos muy avezados como el de Amsterdam, que saben respetar y conectan con la electricidad del momento sin los nervios y la agitación de otros lares. Antes de este final, la orquesta tuvo momentos memorables, a destacar el maravilloso solo de clarinete en la introducción de la quinta canción, o del corno inglés y el oboe, o los ingrávidos hilos sonoros creados por la sedosa cuerda de la orquesta holandesa. Que la percusión fuera tarde en los primeros momentos de la novena canción, hizo que esa apabullante perfección de la orquesta se hiciera un poco mas humana.

Respighi es otro de esos compositores que muchas veces se mira por encima del hombro. Es verdad que no fue un músico rupturista ni innovador, y que su cercanía al fascismo no queda del todo clara a pesar de la negación al respecto de su viuda, y eso seguramente no ayuda, pero cada vez que me topo con una obra suya, y sobretodo tocada como se hizo anoche, pienso que es un compositor que todavía debería tener un poco mas de recorrido. Anoche se tocaron Las Fuentes, y los pinos de Roma, y mucho bueno seguiría diciendo de como se hicieron, pero, para resumir, Carydis con sus movimientos amplios y flexibles sin batuta frecuentemente echado hacia adelante, y la Orquesta del Concertgebouw, hicieron orfebrería sonora. 

A destacar el delicuescente inicio de las `Fuentes,’ con una tímbrica limpia e impoluta, transparente, pero de una riqueza apabullante, o la cegadora luz conseguida en Los Pinos de Villa Borghese para después, en los de Cerca de una Catacumba, hundir el sonido a lo mas grave con los cellos sin vibrato y trombones tocando de forma casi abisal. En todo momento se fué resaltando una sonoridad auténticamente francesa en esa deuda del compositor con el impresionismo, en forma de líquida difuminacíon, y a la vez fulgor tímbrico, y resaltaron de Respighi lo que es: un inmenso orquestador. Bravísimo el muy difícil crescendo final de Los Pinos de Via Appia con ese lento pulso que sujeta toda la hipotética marcha del ejercito romano ideada por el compositor y que, con su enorme longitud y calma, hace naufragar a orquestas y directores sin paciencia. Carydis lo resolvió de manera maestra, con, quizá, la única arma para resolver dicho momento: crescendo con forma de ‘dientes de sierra´ y así poder siempre crecer. 

Antes de Respighi, y como maravillosa ocurrencia, la flautista de la Concertgebouw, levantada y sin luz, hizo absoluta magia sonora con el Syrinx de Debussy, dando pauta a ese olor francés que antes mencionaba, y que recorrió en su perfume todo el resto del programa. Ya sólo por esos poco mas de tres minutos que dura la obra, hubiese merecido la pena asistir. Momentos, climas, magias…

Foto: © Thomas Brill