Abrecartas javier del real 1

Acerca de la guerra

26/02/2022. Teatro Real, de Madrid. El abrecartas, de Luis de Pablo. Airam Hernández (tenor, Federico García Lorca), Borja Quiza (barítono, Vicente Aleixandre), Mikeldi Atxalandabaso (tenor, Alfonso), Gabriel Díaz (contratenor, comisario), Ana Ibarra (mezzosoprano, Setefilla), David Sánchez (bajo, Eugenio d’Ors) y otros. Pequeños cantores de la JORCAM, Coro y Orquesta del Teatro Real. Dirección de escena: Xavier Albertí. Dirección musical: Fabián Panisello.

Que un teatro como el Teatro Real haga un estreno no deja de ser una buena noticia aunque teniendo en cuenta la ingente inversión pública realizada, algunos entendemos que debería ser una obligación. Ese estreno puede ser de compositores españoles o extranjeros, que tampoco se trata de pecar de chauvinista, pero hacer de la ópera un arte vivo debe ser eje principal de actuación de un teatro que se pretenda serio. Por lo tanto, comenzamos bien: en la temporada 21/22 el Teatro Real nos propone el estreno de El abrecartas.

Que un teatro como el Real de voz a uno de los compositores más importantes de las últimas cuatro décadas, al menos en la península, debería ser también una obligación, sin menoscabo de que en otras ocasiones se pueda –y deba- apostar por las nuevas generaciones. Por lo tanto, que se recurra a la figura de Luis de Pablo no puede considerarse sino un acierto.

Que Luis de Pablo falleciera tan recientemente, el 10 de octubre de 2021, carga este ciclo de representaciones de una emotividad que conjuga tanto el reconocimiento a la carrera longeva de un compositor clave en el desarrollo de la llamada música contemporánea española como el pesar de que por unos pocos meses no pudiera disfrutar de la encarnación de su trabajo.

Finalmente, que El abrecartas, de Luis de Pablo aborde momentos históricos de la Historia de España haciendo especial hincapié en la Guerra Civil y las dos primeras décadas del franquismo no es –al menos, no debería ser- sino un sano ejercicio de introspección y análisis –lúcido, a ser posible- de la dramática historia de un estado de pueblos que llegó a vivir el drama de la guerra civil, la más estúpida de las estúpidas guerras, tan estúpida como inevitable cuando alguien decide lanzar por el precipicio la democracia, la libertad e incluso, por qué no, las mismas  limitaciones de un sistema político legítimo.

El punto de partida de la ópera es una parte sustancial de la novela homónima de Vicente Molina Foix, libretista así mismo de la ópera, sexta en la carrera teatral del bilbaíno. Así pues, no debemos dudar que el libreto se construye desde el perfecto conocimiento de la obra, incluso desde la consciencia de lo que se deja fuera del libreto y de las últimas razones de tal decisión. Por ello, de Pablo y Molina construyen con voluntad expresa una obra teatral sin estructura teatral; las cartas que se intercambian algunos de los protagonistas son la estructura central de la ópera pero sin que exista un hilo conductor dramático. A menos que convirtamos el tiempo, la historia o la misma España en ese hilo conductor.

El abrecartas es obra en prólogo y seis escenas y cronológicamente aborda la historia desde los momentos previos a la Guerra Civil (1936-1939) hasta el final del periodo autárquico del régimen franquista, ese momento en el que con la colaboración necesaria de los Estados Unidos de América, tal régimen fue paulatinamente incorporado a la “normalidad” europea económica y política. Casualmente Luis de Pablo, catalogado como uno de los músicos pertenecientes a la llamada generación del 51, asumió en los tiempos en los que la ópera concluye su dramática historia y por breve tiempo la dirección de las Juventudes Musicales de España, uno de los instrumentos culturales que utilizó el régimen franquista para blanquear su imagen ante el mundo.

Un servidor ha asistido a la última función de las seis previstas y, por supuesto, no ha podido evitar ser receptor de las distintas consideraciones críticas del espectáculo tanto por parte de aficionados más o menos profundos como por críticos y escribanos sobre música. Por ello comenzaré reconociendo mi sorpresa al comprobar una asistencia más que relevante en las butacas así como una recepción final a la obra considerablemente positiva, lejos de las habituales y aburridas peroratas sobre el típico estreno que caerá en el olvido y que no aporta nada a la ópera contemporánea española, europea y/o universal. Como si ello fuera sido nunca fácil.

No es una obra accesible desde el aspecto dramático. El prólogo es sencillo y es una pena que los pequeños del grupo vocal quedaran literalmente sepultados por metal y percusión hasta hacerles casi inaudibles. A partir de ahí, la primera escena es Segunda República y Federico García Lorca; la segunda, Guerra Civil y Miguel Hernández; la tercera, primer franquismo y Vicente Aleixandre; la cuarta, comienzo de la segunda década del franquismo y Ramiro Fonseca; la quinta, final de la misma década y Ramiro Fonseca; y la última, solo un año después, Setefilla y Manuela.

En el comienzo de la ópera hay libertad, creación, sexualidad, espontaneidad y ahí se levanta, imponente, la figura de Federico. Luego llega la destrucción, primero física a través de la guerra, luego política, ética y moral a través del fascismo. El libreto trata de navegar entre estas aguas procelosas sin caer en la equidistancia dolorosa.

La puesta en escena de Xavier Albertí es muy simple: ocho estructuras rectangulares se van adaptando en cada una de las escenas convirtiéndose ya en grandes archivadores de comisaria, ya en callejuelas de escondite o en sala mortuoria. Sencillo planteamiento, pero eficaz, permitiendo el transcurso de la música sin problema alguno. La obra de De Pablo, con gran relevancia de metal y percusión –ambos grupos, desalojados del foso y reubicados en los primeros palcos a derecha e izquierda del espectador, lo que conlleva cierta pérdida de unidad del grupo orquestal- no es tonal pero tampoco es rupturista. Juega combinando con el canto popular, con la música militar, con el sonido amplificado y con rupturas y disonancias.

El grupo de solistas es homogéneo, lo que es imprescindible porque esta obra carece de protagonista referencial. Voces muy interesantes donde destacaron la belleza de timbre de Airam Hernández (Lorca), aunque algún ataque provocó cierta zozobra, la elegancia de Borja Quiza (Aleixandre), la proyección y volumen de Mikeldi Atxalandabaso (Alfonso), que se encuentra en un estado de forma vocal envidiable o la emotiva caracterización de José Antonio López (Miguel Hernández), sin que desmerecieran ninguno de los otros protagonistas, ya mencionados en la ficha inicial.

Fabián Panisello tiene que hacer un esfuerzo por dotar de unidad a una orquesta que e encuentra ante una obra compleja y físicamente diseminada por demasiados lugares distintos. En cualquier caso, una labor encomiable, una velada interesante y una respuesta popular que no parece encajar con la de aquellos que solo ven en este tipo de estrenos flores de un solo día. ¡Quién sabe!