Nozze MetOpera general view
 

Los talentos ocultos

Nueva York, 02-04-2020. Metropolitan Opera House. Wolfgang Amadeus Mozart, Le nozze di Figaro. Federica Lombardi, Condesa Almaviva; Ying Fang, Susanna; Sasha Cooke, Cherubino; Gerald Finley, Conde Almaviva; Christian Van Horn, Figaro; Maurizio Muraro, Doctor Bartolo; Meigui Zhang, Marcellina. The Metropolitan Opera Chorus y The Metropolitan Opera Orchestra. Sir Richard Eyre, director de escena. James Gaffigan, director musical.

Una visita al Metropolitan de Nueva York suele significar la posibilidad de disfrutar en directo de alguna de las grandes estrellas de la ópera, de esas que apenas visitan nuestros teatros en España, y cuando lo hacen suponen un acontecimiento para los aficionados. En el Lincoln Center, disfrutar del arte de Netrebkos, Kaufmanns y otras figuras de la lírica es algo que ocurre un martes cualquiera. Pero el MET es mucho más que grandes nombres, carísimas producciones y una maquinaria de mercadotecnia como no tiene ningún otro teatro del mundo. Es también una institución que mima y apuesta por artistas de calidad y que, inesperadamente para el visitante, puede ofrecer una producción que raye la perfección, oculta tras un cartel aparentemente anodino. Eso es precisamente lo que está ocurriendo estos días en Manhattan con Las bodas de Fígaro. 

Y es que, en estas bodas, los fundamentos artísticos funcionan bien por separado -escena, orquesta, teatralidad y voces-, pero es la integración natural de todos ellos, como una unidad sin fisuras, lo que proporciona una experiencia impecablemente mozartiana: deliciosa y fascinante, mesurada y exquisita, divertida y sublime y, en definitiva, muy difícil de olvidar. 

Del conjunto vocal hay que destacar, además, que muchos de los cantantes provengan de la propia cantera del MET, del Programa Lindeman para el desarrollo de jóvenes artistas. Allí se formó la magnífica soprano china Ying Fang, que ofreció la mejor Susanna de las muchas que he escuchado en directo. Su emisión es firme y rotunda pero compatible con un delicado legato y exquisitas ligerezas en tercio alto. Es además una estupenda actriz, carismática y multifacética, que a través de su vocalidad y de sus capacidades teatrales, emergió como protagonista y cerebro de los embrollos del libreto –esta producción bien pudiera ser llamada Las Bodas de Susanna. También de la cantera y sobresalientes son las voces de Sasha Cooke como el agitado Cherubino y Meigui Zhang como Barbarina.

Federica Lombardi nos ofreció una Condesa de alta autoestima, muy en sintonía con su cómplice Susanna. Posee un precioso timbre, squillo y una musicalidad cautivadora, brilla en las notas en forte aunque parece huir astutamente de filados y pianos. Muy apropiadamente, se atrevió a introducir unos medidos y elegantísimos adornos en sus momentos mas reflexivos. Curiosamente, el nombre de más tirón del elenco, el del canadiense de Gerald Finley como Almaviva, fue el menos acertado en su actuación. La emisión es algo débil y padeció ante la lozanía de las otras voces en la escena, aunque sacó suficientes fuerzas para defender con la necesaria autoridad su gran momento, “Vedro mentr'io sospiro”. Su némesis particular, el Fígaro de Christian Van Horn, demostró caudal, flexibilidad y simpatía a partes iguales y configuró un personaje con el que es imposible no empatizar. 

Pero lo más destacable de todo el elenco es su capacidad de ofrecer un verdadero canto mozartiano, de los que escasean: ni una sola nota fuera de lugar, emisiones sin imposturas y una sencillez que, a modo de caricia vocal, conecta directamente con el espíritu del espectador. Un espíritu, además, muy en línea con el excelente trabajo de James Gaffigan al frente de la orquesta del MET, del que hay que destacar el jubiloso sentido narrativo y la hipnótica calidad de las maderas en cada intervención. 

Y todo esto impecablemente envuelto en la fascinante escena de Richard Eyre. El decorado giratorio es un entramado de construcciones cilíndricas que representan con ingenio las diferentes estancias de los Almaviva. La estética es imponente por tamaño y estructura, y la disposición refleja acertadamente el laberinto de la trama. Pero también nos seduce por su carácter simbólico, sus paredes nos evocan a la vez almenas, caligrafía árabe, rejas andaluzas y escudos nobiliarios.   

En definitiva, es esta una propuesta redonda, sin apenas fallas y llena virtudes, en la que el interés no decae ni un solo instante. Unas funciones que nos demuestran que, con cariño y buen criterio, no son necesarios los grandes carteles para edificar una obra apasionante y memorable.