Chaikovski a medias
Nueva York. 07/04/2022. Metroplitan Opera House. Pyotr Ilyich Tchaikowsky, Eugene Onegin. Igor Govolatenko (Onegin). Marjukka Tepponen (Tatiana). Piotr Beczala (Lensky). Varduhi Abrahamyan (Olga). Ain Anger (Príncipe Gremin). Larissa Diadkova (Filippyevna). Elena Zaremba (Madame Larina). Coro y Orquesta del Metropolitan. James Gaffigan, director musical. Deborah Warner, dirección escénica.
Chaikovski amaba Eugene Onegin, su ópera más divulgada. Su composición tuvo una efervescencia creadora muy al modo chaikovskiano: intensa, muy intensa. El compositor relata en una carta a su hermano que cuando surgió la idea de utilizar el texto de Puskin no durmió en toda la noche. La idea de una ópera basada en la célebre novela surgió de una conversación con amigos en casa de uno de ellos, y aunque en el primer momento a Tchaikowsky la idea le pareció descabellada, al poco le cautivó. “Corrí de inmediato a buscar a Pushkin a la biblioteca… volví a leer la poesía con éxtasis, y pasé una noche de insomnio”. La composición fue rápida y Chaikovski relataba que buscaba con entusiasmo una ópera en la que hubiera “seres humanos como yo, que experimentaran sentimientos”. Buscaba un drama intimista pero poderoso, y Chaikovski quería llenar su obra de poesía. “Sé muy bien que no hay efectos escénicos y hay poco movimiento en esta ópera; pero la calidad lírica, la humanidad, y la sencillez de la historia, compensaran con creces estos defectos”.
El compositor llamó a su obra “escenas líricas” debido a la naturaleza episódica más que estrictamente narrativa de su libreto (como La Boheme), y el resultado no pudo satisfacerle más. A menudo la interpretó para sí mismo describiendo una de esas “actuaciones” a su hermano Modest, en una carta decía. “Anoche toqué Eugene Onegin; el compositor era el único oyente. Me da vergüenza decirlo, pero debo decirte en secreto que el oyente quedó impresionado hasta las lágrimas por la música y le hizo mil cumplidos al compositor”. Sentimientos, pasión, humanidad, lirismo… todo esto debe campar a sus anchas en una representación de Eugene Onegin.
El pasado miércoles la representación vino lastrada por la repentina indisposición de Aylin Pérez, que tuvo que ser sustituida por la soprano finlandesa Marjukka Tepponen en el papel de Tatiana. La cantante se desenvolvió con suficiente propiedad, cumplió el trámite con dignidad, y además le puso ganas e intensidad, pero ésta quedó un tanto hueca, al ser sustentada más en gestos un punto grandilocuentes y nerviosos, más que por el verdadero canto.
La voz de Igor Golovatenko impacta en un primer momento por su pegada, pero el canto del barítono ruso pronto se torna monótono en su un tanto constante modo estentóreo de emitir. La solvencia en su desempeño es indudable, pero queda ese regusto de falta de lirismo y humanidad tan vitales en esta ópera. Donde sí hubo belleza, pasión contenida en línea con el estilizado universo pushkiniano, y verdadero buen cantar, fue en el Lensky de Piotr Beczala. El tenor polaco hace un desempeño referencial en el papel, que tiene perfectamente ahormado; destacando y realzando sonidos, acentuando con variedad e intensidad, y fraseando y regulando de una manera aquilatada como hizo en el maravilloso cuarteto del primer acto, donde uno no podía quitar la atención de él. Conmovedor el “Kuda kuda”, su gran escena del segundo acto, con un reprise del tema en pianísimo absolutamente hipnótico y lleno de belleza y buen legato.
Bien la Olga de Varduhi Abrahamyan, y destacable el Gremin de Ain Anger, que supo aprovechar su aria del tercer acto para resaltar un papel que, normalmente, queda sepultado con la cierta sensación de pieza sobrante. Guturales e idiomáticas Elena Zaremba y Larissa Diadkova en sus respectivos papeles de señoronas rusas.
A James Gaffigan, el recientemente nombrado director musical del Teatro Les Arts en Valencia, se le ve conocedor, seguro, con ganas; tiene un gesto amplio y nervioso, es verdad que un tanto monocorde, pero que le sirve para dominar y encauzar con buen criterio las siempre estupendos orquesta y coros del Metropolitan Opera, aunque en esta ocasión sonasen un punto por debajo de esa excelencia. Gaffigan busca bien jugar con la flexibilidad de las agógicas, como hizo en la introducción orquestal, moviendo el tempo en la entrada temática de las maderas, pero si ello no conlleva otro tipo de `sustentos’ musicales el discurso se queda plano, sin relieve. Sobretodo herido de muerte por su estrecho arco dinámico, basado en el mezzoforte y forte, y el poco variado rango cromatico, vital en una ópera, Oneguin, donde la cambiante fragmentación es la principal moneda de cambio. También las tan importantes en Chaikovski peroratas dramáticas de la cuerda, como las violinadas del aria de la carta, por ejemplo, además de los climáticos trémolos, quedaron huecos, sin sustancia dramática, por una cuerda escuchada, desde mi localidad, tímbricamente un tanto apagada. Bien es verdad que los cantantes tampoco ayudaron demasiado, siendo paradigmático que el único verdadero piano escuchado en toda la representación encauzado por Gaffigan, viniese provocado como respuesta al derivado por Beczala en su inspirada aria de despedida.
La dirección escénica de Deborah Wagner está llena de buenos detalles teatrales, y hace que los personajes no se comporten de una sola pieza. El repentino abrazo de Onegin antes del duelo con su amigo Lensky, o el beso de despedida de Tatiana al protagonista anulando el poco sincero discurso previo de rechazo hacia él, son una buena muestra de ello. Además, las proyecciones previas de cada cuadro son bellas y muy idiomáticas, `pintando’ con acierto y no sin un punto de nostalgia cada situación. Es una puesta que funciona muy bien sacando el suficiente jugo del texto y de los personajes. Clásica, pero realzada e idealizada en forma de gran ópera, sin tener que hacer traslaciones que fácilmente chirriarían en una obra donde las situaciones temporales tan concretas harían muy difícil ese cambio sin naufragar.
En fin, un Eugene Onegin donde quedará sólo el recuerdo de la puesta en escena, y, sobretodo, un referencial Lensky. Algo es algo.