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Tambalear el mundo 

Barcelona. 10/04/22. Auditori. Temporada de la OBC. Obras de Gerhard, Saint-Saëns y Berlioz. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Pablo Ferrandez, violonchelo. Juanjo Mena, director musical.

Durante la semana pasada Barcelona era una ciudad en llamas gracias a la cultura y, frente a la avivada hoguera mozartiana del Liceu, se originó otro conato de incendio en el Auditori, con un fuego brillante y controlado, gracias a la magnífica labor de la Orquestra Simfònica de Barcelona. "Cuando la haya estrenado - decía Berlioz sobre su Sinfonía fantástica - el mundo de la música se tambaleará". Y con ella, nosotros y nosotras.

La Fantástica, qué duda cabe, forma parte de los basics de todo amante de la música. Una obra my conocida... y muy tocada. Seguramente, una de las partituras más escuchadas en nuestro país, siempre por detrás de la Quinta de Tchaikovsky o la Novena de Beethoven, pero de la que es difícil, por tanto, aportar nuevos puntos de vista. Al mismo tiempo, su enérgico y contendente finale, así como el ritmo del vals en el baile o la delicada pastoral del tercer movimiento hacen de ella una trampa fácil donde naufragar. Afortunadamente, con Juanjo Mena al frente la OBC ofreció su mejor vertiente, en una lectura equilibrada en planos, mientras la narrativa fluía (imprescindible en esta partitura). Un pequeñísimo ejemplo, ya desde el comienzo: cuando la idée fixe sobre Harriet Smithson es intoducido por violines y flauta en Rêveries, esta es amalgamada con toda razón de ser al palpitar de la cuerda grave, en representación del enamorado-atormentado. Maravilla. Mena fue maravilla, con una batuta flexible y dinámica, que bailó en el Baile y que llegó a brincar sobre la tarima en una construcción arquitectónica de primer nivel, perfectamente desarrollada y escalonada, con equilibrada percusión y portentosos metales, a lo largo de la Marcha al suplicio y el Sueño de una noche de Sabbath. Tuvo que salir a saludar hasta en cuatro ocasiones. Y con razón.

Y de Barcelona he de hacer un paréntisis con Madrid y el siglo de oro porque, dado que en los mentideros de Palacio se busca ya a un sucesor (español) para David Afkham al frente de la Orquesta Nacional de España, es inevitable que el sempiterno candidato Juanjo Mena vuelva a la terna. Si bien es cierto que, anteriormente, no parecía estar interesado en el cargo, también vuelve a ser cierto, ahora con mayor razón escuchado lo escuchado últimamente que, más liberado de posibilidades internacionales, su nombre le haría un gran favor a la formación nacional. Ojalá se le ofrezcan las condiciones necesarias.

Antes de Berlioz, en la primera parte de la mañana se ofrecieron las Danzas de Don Quijote, ballet escrito por Robert Gerhard tras la Guerra Civil y que muestra una simbiosis perfecta entre la añoranza de lo que se estaba perdiendo y la vanguardia musical europea. Son músicas que por su ensoñación y la descripción del hidalgo, completan el círculo descrito por Berlioz en su Fantástica, servidas aquí con el mencionado equilibrio y esmerillado sonoro perseguido por el director vasco. Oníricas en sus extremos, rítmico y acentuado hacia la danza central, tan lírica como ácida. Además, el Concierto para violonchelo nº1 de Saint-Saëns en las manos de Pablo Ferrández. Hondura, expresividad, color, tensión... el chelo del músico madrileño es la música en si misma y uno no tiene duda de que está ante uno de los grandes instrumentistas de las próximas décadas. En su lectura escuchamos una exquisita gradación dinámica y expresiva, unidas a un sonido amplio, caudaloso, muy bien trabajado técnicamente. La belleza es eso. En el pedir, quizá aquí sí, faltó una mayor comunicatividad por parte de la formación hacia su solista, buscada también por él, aunque no siempre hallada. Fue el foco de toda atención para quien escribe, con unos atriles, tal vez, replegados ante el protagonista. Sí, el mundo se tambaleaba bajo nuestros pies.

Foto: May Zircus.