© May Zircus
Dotes intactas
Barcelona. 24/05/25. L’Auditori. Obras de Berg y Schubert. Daniel Hope, violín. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Salvador Mas, dirección.
En la recta final de la temporada OBC han sido diversas las batutas invitadas que han ocupado el podio de la Sala Pau Casals de L’Auditori durante los últimos programas. Para el díptico formado por El concierto para violín y orquesta de Berg y la Sinfonía en Do mayor, D 944 de Schubert, dos obras “íntimamente ligadas”, en palabras de Salvador Mas, se ha convocado al experimentado director, que ha vuelto a ponerse al frente de la formación barcelonesa en las dos funciones del pasado fin de semana. El protagonista estelar no ha sido otro que el británico Daniel Hope, que ha vuelto a visitar la sede de la OBC cuatro años después, con su sensibilidad y técnica intactas, aunque ahora se encuentra compaginando giras con proyectos más personales, con la brújula puesta en el folclore irlandés, convirtiéndose, sin duda, en uno de los violinistas más especiales del panorama sinfónico actual, algo que la Deutsche Grammophon parece que supo presagiar a tiempo veinte años atrás. El concierto rindió un minuto de silencio a Oleguer Bertran, solista de trompa de la Banda Municipal de Barcelona.
Su paso por el concierto de Alban Berg, “A la memoria de un ángel”, obra que el compositor dedicó a una de las hijas de Alma Mahler, se caracterizó por una interpretación muy sincera e implicada. Siendo una obra de tanta significación para los barceloneses –se estrenó en el Palau de la Música poco antes de la Guerra Civil de manera póstuma, ya que Berg había muerto unos meses antes– el prestigio simbólico era notable, y Hope con su Guarneri de 1742, estuvo ahí para dar la talla. Demostró que el último de Berg es una de sus obras predilectas, y que aquello que le hizo valedor de uno de sus primeros premios Echo, en que presentó dicho concierto, todavía sigue ahí.
El británico se adentró de lleno en la partitura con la carne en el asador, y ofreció un intenso pasaje inicial rico en vibrato, una vez citada la peculiar serie dodecafónica, mientas Salvador Mas marcaba la marcha a través del mar de quintas a lo largo de ese Andante incierto y nebuloso. Al maestro le bastaba una mirada serena para indicar cada entrada, con su estilo directo y libre de coreografías, durante la segunda parte del primer tiempo, de métrica ternaria y aparentemente sencilla aunque ciertamente arrítmico, con Hope destacando sus fraseos con naturalidad y se hizo evidente el buen entendimiento entre ambos.
En términos virtuosísticos, el segundo tiempo se consumó como el plato fuerte en cual Hope firmó algunos de los mejores pasajes, como un salvaje bariolage en los primeros compases o la intrincada cadenza, saliendo airoso de los pizzicati de izquierda y las notas largas de arco simultáneas, antes de ser arropado por las violas. Mas encaró la tormenta percusiva final manteniendo a raya al timpani y al bombo y marcando los tiempos en el frenesí musical. Hope obsequió al público con una curiosa versión del himno Amazing graze, un poco al estilo fiddle; una recreación con tintes céltico-irlandeses de la famosa melodía, con algo de improvisación que, si bien saliéndose de los lindes de la tradición clásica, el invitado ejecutó con notable maestría y originalidad.
El gran compromiso sinfónico de la tarde fue nada más y nada menos que la Grande de Schubert, que contó con los consecuentes refuerzos –ocho contrabajos, maderas a cuatro, etc.–; una masa orquestal que obviamente requirió una mano con experiencia en blandir batutas. A pesar de una tímida y mejorable entrada inicial, el Andante – Allegro sonó tan grande como debe y Mas sobrellevó bien los cambios de tempo, especialmente la segunda parte, rica en drama y rimbombancia. El segundo movimiento se desenvolvió adecuadamente entre ritmo marcial y el lirismo del segundo tema, y aunque un “despertador” entre las butacas amenazó con aguar el momento, justo en la pausa dramática, el tour sinfónico prosiguió sin mayores sobresaltos, y el último pasaje en pizzicato sonó unificado. El director catalán medió con sabiduría en el diálogo entre cuerdas y maderas durante el Scherzo y las transiciones del (y desde el) Trio, y quiso que fueran rápidas y directas. El caballeresco último tiempo cabalgó con energía y brío y pudo apreciarse a los casi noventa músicos tocar de manera muy consolidada, quizá más que en cualquier otra parte del concierto, sin que el alto metrónomo hiciera mella en los rápidos gestos orquestales y juntos rubricaron un notable final a la altura de la ocasión; un concierto en el que Mas revalidó una vez más su larga trayectoria y sus dotes desde el podio.
Fotos: © May Zircus