Mehta 2

Mehta ante el espejo

Madrid. 15/09/16. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. Juventudes Musicales. Obras de Mozart y Bruckner. Javier Perianes, piano. Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino. Zubin Mehta, dirección musical.

Digamos que en sus últimas visitas a Madrid, el director Zubin Mehta llevaba un tiempo acostumbrándonos a una de cal - o dos o tres - y otra de arena. Aires de bolo empañaron algunas de sus más recientes actuaciones en la capital, con especial decepción se recuerda en este mismo ciclo su tarde beethoviana (Tercera y Sexta sinfonías) de hace unos años, mientras que el de Bombay ha seguido regalando grandes noches fuera de aquí, especialmente en los fosos operísticos, como hemos podido escuchar por ejemplo con su Carmen de Nápoles o su Rosenkavalier de Milán. Y el caso es que, en esta ocasión, sin recordar a los sinsabores anteriores, no terminamos de despojarnos de la sensación de superficialidad. No tanto por ofrecernos una lectura mal planteada, sino porque Mehta se midió consigo mismo, se miró ante el espejo del tiempo... y hay ocasiones que eso es imposible de superar.

Quienes sujetan el cristal son dos significativos nombres propios felizmente parejos a su figura desde su mejor época: Bruckner, seguramente su sinfonista de cabecera; y la Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino, que junto a la Israel Philharmonic Orchestra - y en menor medida la New York Philharmonic - han hecho de su nombre sinónimo de su sonido. La obra escogida: la Novena sinfonía de Bruckner, su "inconclusa no inconclusa", aquella que el compositor no llegó a terminar puesto que le sobrevino la muerte y que tanto tardó en componer tras el rechazo de su Octava. Si aquella resultó la "catedral de las sinfonías", esta Novena ha quedado erigida como la última voluntad, la última colegiata de un arquitecto de la música deudor de Wagner, predecesor de Mahler, donde la espiritualidad de un alma singular fluye a cada compás, al que el grueso del público no termina de otorgarle el lugar destacado (más destacado, al menos) que bien se merece. Curioso por cierto que, tratándose de una sinfonía sin terminar sobre la que han recaído tantas ediciones y fórmulas sobre su final, nada se indique en el programa de mano sobre la edición que se iba a escuchar.

Sin partitura y con un gesto mucho más flexible que el visto a Gianandrea Noseda los días anteriores sobre el mismo podio frente a la London Symphony Orchesta, Zubin Mehta esculpió un Bruckner menos introspectivo, menos filosófico que años ha, basado ahora en la pura y dura sonoridad. Dió vida a las dinámicas, compuso su narración: algo morosa en los tiempos de los extremos, algo apresurada en el Scherzo central; y dibujó de manera efectiva cada contraste y plano sonoro, especialmente durante el Feierlich inicial, no tanto en el extenso Adagio final, carente de elevación, mucho más terrenal, no en coordenadas Klemperianas sino más bien desde un prisma insustancial, excesivo en las antítesis, que impidió nuestro ascenso a las alturas junto al compositor.

A Bruckner le acompañó Mozart en la primera parte del programa con su Concierto para piano Nº23 en manos de Javier Perianes. A pesar que desde el minuto uno el maestro indio pareció meter el automático, ambos terminaron encontrándose. Un Mozart claro, bien fraseado, con cierto poso y siempre en las formas del onubense, a las que no renunció, con un exquisito buen hacer en el Adagio. Formas que quedaron aún más patentes en la propina ofrecida, la Mazurka op.17-4 de Chopin. Una elegancia sonora construida en un fraseo tan único como proverbial. Ese fue nuestro momento de elevación.