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Teatralidad y arqueología

Amsterdam. 21/05/2022. Het Concertgebouw. Obras de Mozart, Beethoven y Rossini. Groot OmroepKoor. Radio Filharmonisch Orkest. Michele Mariotti, director. Selene Mariotti, soprano. Cecilia Molinari, mezzo. Francesco Demuro, tenor. Marko Mimica, bajo.

Concierto que fue de menos a mas, el de Michele  Mariotti con la Radio Filharmonisch Orkest, y que comenzó con una Maurerische Trauermusik de Mozart que no terminó de despegar, quizá por la inoportuna llamada de un móvil, o porque la cuerda, que había hecho una muy meritoria primera intervención en piano creando un mágico y evanescente clima, se desarrolló a posteriori ayuna de densidad, anchura y drama. No hubiese estado mal que los componentes de la orquesta que luego se agregaron para tocar Beethove hubiesen también estado en Mozart, oído lo oído. Maravillosa música, eso siempre, la de esta obra escrita por Mozart en memoria de dos hermanos masónicos y que ‘pinta’ a base de desarrollar un cantus firmus llevado por los oboes un obscuro cuadro lleno de severidad, nobleza, y duelo, donde el clarinete, y los tres corni di basetto, pintan de ocre la tan enigmática y reconcentrada obra escrita para un servicio masónico. 

Beethoven tenía el habito de estar escribiendo varias piezas a la vez. De los cuadernos de bocetos que el compositor guardó cuidadosamente a lo largo de su vida, se puede ver que en el momento que compuso la novena, también estaba pensando en una próxima sinfonía. También es importante, para seguir la pista, los testimonios del violinista Karl Holz, que fue el segundo violín del cuarteto de cuerda responsable del estreno de los últimos cuartetos de cuerda del compositor de Bonn. Holz escribe: “Beethoven ha interpretado toda la décima sinfonía. Tenía bocetos por todas partes, que, sin embargo, nadie podía descifrar” Holz agregó que la primera parte consistía en un Adagio introductorio en mi bemol mayor, seguido de un poderoso Allegro en do menor. Esos bocetos se han recuperado, en parte, y el musicólogo británico Barry Cooper, después de muchas dudas, se ha atrevido a construir algo así como un primer movimiento más o menos coherente con ese material. 

Lo primero que llama poderosamente la atención al escuchar el resultado, es que el motivo principal sobre el que versa todo el movimiento sea quasi un calco del que Beethoven utiliza en el archifamoso Adagio de su Sonata n.8 ‘Patética’ para piano. A uno también le viene a la memoria la semejanza con el Adagio de la novena sinfonía, por la forma de variar y desarrollar dicho tema. Suena a Beethoven aquí y allá, mas bien a chispazos…  y mas en la parte adagio, que el supuesto allegro central, pero la supuesta reconstrucción de la obra viene herida por algo de los mas intrínsecamente beethoveniano que uno puede encontrar: la forma. Ese ser un prodigio de construcción, de estructura, sobre la que normalmente versa y se apoya el genio de Bonn, no se puede ver, evidentemente, nada más que de forma muy somera, y ello se nota. Mariotti defendió todo ello con entusiasmo y profesionalidad, pero tampoco pudo hacer mucho más de algo que es interesante conocer, si, pero que, de base, está ayudo de verdadera autenticidad. 

Rossini compuso su bellísimo Stabat Mater en la época en la que el compositor decidió retirarse de la composición de manera voluntaria y personal. Fue en un viaje a Madrid, junto a su amigo y asesor financiero, el banquero Alejandro Aguado, cuando conoció al archidiácono de la ciudad, que era admirador de Rossini, y se empeñó en que el compositor compusiese una nueva composición. El de Pésaro, y tras recibir una caja de tabaco de oro engastada en diamantes, se comprometió a escribir una obra, que pasaría a ser propiedad de Varela hasta su primera presentación inclusive. Después de eso, los derechos volverían al compositor. El archidiácono, murió un año después, y sus herederos, contra el acuerdo, vendieron la partitura del Stabat Mater, lo que provocó la furia de Rossini y una larga y tediosa serie de juicios. 

Mariotti, con su entusiasmo, efusividad, y conocimiento, dio lo mejor de si mismo en todo el concierto en una obra que le va como anillo al dedo, consiguiendo grandes dosis de teatralidad, a base de moldear con un amplio espectro dinámico, agitar agógicas y dinamizar texturas. Muy bella e hipnótica fue la Introducción, donde consiguió que los silencios `pesaran’; y donde detalles como debilitar los pizzicati pares, o suspender de un ingrávido hilo la entrada de la cuerda con arco supusieron que el público abriera su atención al instante. Muy bella por empastada y lejana la entrada de los bajos del coro, en lo que sería el principio de una magnifica actuación general de Groot OmroepKoor, por afinación, calidad, y suma maleabilidad con el sonido durante todo el concierto. Alguna borrosidad en la postrera fuga no tasó la magnífica impresión que causó el coro holandés. 

Buen plantel general de solistas, que cantaron conjuntados y precisos en los números de cuarteto, y consiguieron lucir en sus comprometidos momentos a solo. Esperábamos con ilusión al tenor inicialmente previsto Xabier Anduaga, pero el vasco fue sustituido por Francesco Demuro, que, con su penetrante emisión, consiguió salvar su parte en el “Cojus Animan” sorteando el espinoso re bemol agudo con relativa suficiencia. Meritorio su intento de hacer en piano la segunda vez que se presenta su frase, aunque el crescendo no terminó de tener la `punta’ que debería, y el fraseo tendiese a ser un tanto monocorde. Bello timbre y color, el de la soprano Selene Zanetti, con maneras de verdadera escuela italiana. Una pena que en su gran escena con coro del ìnflamatus’ le faltase anchura vocal y un punto más de esa inflamada expresión en uno, quizá, de los números más bellos de toda la obra. Cecilia Molinari, de timbre claro y registro notablemente homogéneo, cantó de manera musical y con buen fraseo, y se fundió de manera perfecta en los concertantes, aunque en las partes a solo echásemos en falta una mayor expansión tímbrica. Noble y bien timbrado cantó Marco Mimica, de buenas intenciones con el fraseo y bastante buen legato. No hubiese venido mal una mayor profundidad y autoridad, sobretodo en su número con coro “Eja Mater”, pero el croata desempeñó una notable actuación general. 

Gran éxito final con un público entregado. La teatralidad, y cantabilidad y línea directa de Rossini ganaron, sobre la teoría y los restos sin alma. La vida.