Una lectura impecable
Barcelona. 22/05/2022. Gran Teatre del Liceu. Berg. Wozzeck. Matthias Goerne (Wozzeck), Annemarie Kremer (Marie), Torsten Kerl (el Tambor Mayor), Peter Tantsits (Andrés), Mikeldi Atxalandabaso (el Capitán), Peter Rose (El Doctor). Coro del Gran Teatre del Liceu. Orquesta Titular del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: William Kentridge. Dirección musical: Josep Pons.
Si hay una ópera que ejemplifica de una manera evidente los cambios que sufrió Europa después de la I Guerra Mundial, esa es Wozzeck de Alban Berg. Sería muy largo, aunque sea tentadora la idea, extendernos en la génesis de una obra tan compleja, con una música llena de influencias y a la vez con un lenguaje tan propio, tan rompedor en muchos aspectos. Solamente señalar, por ser la espina dorsal del libreto, el aspecto plenamente revolucionario que tiene la obra teatral de la que parte Berg para crear su ópera: Woyzeck, del dramaturgo alemán Georg Büchner. Autor de otras obras que han dado origen a más creaciones operísticas (como La muerte de Danton de Gottfried von Einem), revolucionó la concepción teatral con unas temáticas que eran completamente rompedoras en el mundo romántico germánico de la tercera década del siglo XIX. Pero sus postulados no se tuvieron en cuenta hasta el principio del siglo XX, cuando se recuperaron sus obras casi olvidadas. En el caso de Woyzeck (transformado en Wozzeck por un error tipográfico) los vórtices sobre los que gira la obra, y que impactaron a Berg cuando contempló en 1914 la versión teatral que daría origen a su ópera, siguen plena y desgraciadamente de actualidad: la violencia, el abuso, la enfermedad mental. Berg casi no toca la obra de Büchner, nos presenta los mismos hechos con la misma crudeza y con una música que sigue, a día de hoy, impactando por su fuerza descriptiva y su dureza. Por eso creo que Wozzeck es una ópera para ver y oír, no sólo escuchar en una grabación, aunque lo hagamos. La fuerza de la obra es la perfecta compenetración entre música y drama, entre foso y escena.
Y este engranaje se produjo perfectamente en la función de Wozzeck del pasado domingo, día 22, en el Gran Teatre del Liceu. Sobre todo, y quería destacarlo desde el principio, gracias a una gran lectura y dirección de Josep Pons y la respuesta extraordinaria de la Orquesta Titular del Teatro. Pons conoce perfectamente el repertorio del siglo XX y lo ha vuelto a demostrar con una versión muy rica en matices, centrada en los detalles, pero sin olvidar lo que tiene de espectacular la ópera y, sobre todo, el dramatismo que la música impone y que estuvo traducido de forma impecable por él. En todo momento hubo tensión en la batuta y coordinación entre foso y escenario. En el foso con una orquesta que se creció ante el reto de una partitura difícil pero de gran belleza a la vez que desgarradora, y en el escenario con unos cantantes implicados y una puesta en escena de gran impacto visual.
Una de las grandezas del personaje principal de Wozzeck es que tiene tantas lecturas como barítonos lo abordan con pasión e inteligencia. Hay muchos enfoques en la complicada personalidad de este soldado para que cada cantante le de su toque personal. Matthias Goerne opta por un Wozzeck duro, casi brutal, tarado por los experimentos médicos y la vida cuartelera de miseria. No hay lugar para la duda o la piedad, solo residualmente algún atisbo de lucidez pronto apagado. Su trabajo actoral (bregando como el resto de los cantantes con una puesta en la que las pasarelas y los distintos bloques no facilitan en absoluto el movimiento) es, con estas premisas, impecable y de gran belleza en su brutalidad. Goerne es una de las voces más atractivas de su cuerda, con esos tintes oscuros y casi cavernosos, aunque de corto fiato, pero de gran dramatismo, curtido en una carrera dedicada en gran medida al lied, donde es una estrella indiscutible. Se fue creciendo a lo largo de la obra, siempre transmitiendo también con la voz y el gesto su tragedia y consiguiendo estremecer, y a la vez hacer disfrutar al público en la escena de la laguna, en la que estuvo absolutamente genial. Marie es uno de los papeles más difíciles de este tipo de repertorio y Annemarie Kremer lo resolvió con profesionalidad y entrega, tanto vocal como escénica, aunque quedó un poco desdibujada por la apabullante figura del protagonista. Estuvieron también a gran altura en general todos los secundarios, destacando, como es habitual, Mikeldi Atxalandabaso, un tenor que siempre deja excelentes sensaciones con El capitán, y El Doctor de Peter Rose, mientras que el Tambor Mayor de Torsten Kerl quedó más desdibujado. Correcto el Andrés de Peter Tantsits. Buena participación en su corto cometido del Coro Titular del Teatro.
William Kentridge es un reconocido artista plástico sudafricano, también especialista en películas de animación. que firma esta puesta en escena estrenada en el Festival de Salzburgo. Repasando el recorrido artístico de Kentridge se identifican perfectamente la esencia de lo que nos quiere transmitir con una producción centrada sobre todo en la imagen, en las proyecciones, que nos trasladan a la Gran Guerra, que tanto influyó, como ya se dijo, en el devenir de la composición de Berg. Con un escenario que nos puede recordar un poblado chabolista, lleno de pasarelas y con un armario en el que puede estar la consulta del Doctor o ser el palco de la taberna donde actúan los músicos, el director de escena crea un mundo un poco caótico en los movimientos generales, quizá confuso a veces por una iluminación bastante oscura, pero que sobrecoge y parece el lugar perfecto para que la tragedia contada tenga lugar. Son esas proyecciones, esos dibujos y esas animaciones, obra de Kentridge (con un gran trabajo de la videoartista Catherine Meyburgh), las que vertebran su idea y le dan sentido. El mismo artista ha supervisado esta reposición del original salzburgués, lo que demuestra su implicación y el esfuerzo del Liceu para presentar un espectáculo que fue muy aplaudido y admirado por un público entregado a esta obra maestra que es Wozzeck.
Fotos: © A. Bofill