Antonio Jose 

Por la recuperación de la obra musical del compositor Antonio José

Hay ocasiones en las que, al imponerse el silencio, ese aterrador silencio por el que clama Bernarda Alba en las últimas páginas del drama lorquiano, resulta muy difícil encontrar años después palabras que puedan describir lo sucedido. Hoy, ochenta años después de ausencia forzosa de Lorca y de haber interiorizado como sociedad que hay realidades que no pueden ser nombradas, nos sorprende a veces la noticia de un nombre, un libro o una realidad que, por su importancia, debió haber formado parte de nuestra historia, pero formó parte de la imposición del olvido. Este es el caso del sorprendente compositor burgalés Antonio José Martínez Palacios, que a partir de 1921 comienza a firmar sus obras únicamente con su nombre de pila. Nacido en 1902, Antonio José comenzó una carrera fulgurante gracias a la rapidez con la que su maestro prestó atención a sus cualidades y al apoyo de su ciudad para formarse en Madrid y realizar una breve estancia en París. 

La obra de Antonio José no tardó en llamar la atención de sus contemporáneos y recibir los elogios de críticos como Salazar o José Subirá. Algunas circunstancias pintorescas (oquizá definitivamente provincianas) salpicaron una progresión que habría podido ser más brillante en un país distinto: por una parte, el maestro Arbós le perdió la partitura de la Sinfonía Castellana cuyo estreno había aceptado dirigir en Madrid. Por otra parte, su Sonata Gallega no se publicó tras haber ganado el concurso de composición para el que la escribió, por el hecho de que su autor, si bien había citado una buena suma de temas locales, no era gallego. 

A partir de 1924, las obras de Antonio José publicadas por la Unión Musical Española comenzaron a ser más y más numerosas. Su forma de escribir lo convierte en un caso peculiar dentro de la generación que recibió de Manuel de Falla el neclasicismo: Antonio José es distinto de los Halffter, Pittaluga y demás artistas del 27 no solamente por no haber formado parte de su manifiesto artístico cuando tuvo lugar, sino porque él mismo, en sus cartas y escritos, se reafirma en un camino propio y rechaza algunos presupuestos de esta generación, pero también los modos compositivos de quienes se dedicaron a la zarzuela y las músicas que él consideraba de entretenimiento. 

Antonio José es, pues, un músico que sigue los presupuestos de los artistas nacidos veinte y treinta años antes que él, un recopilador de la canción popular a la manera de Eduardo Martínez Torner y Federico Olmeda, un compositor en la línea de su maestro José María Beobide o Jesús Guridi, que sabía aunar la voz de la tradición con la elaboración personal. Dentro de su propia generación, el artista de inquietudes más similares a las suyas era, probablemente, Federico García Lorca, otro gran conocedor de la canción popular y sus imágenes poéticas. 

El estilo y personalidad del compositor se expresan en los géneros que encuentra más afines a su estilo: la música para piano, la canción (de inspiración popular o religiosa), la escritura orquestal y la coral, esta última sobre todo en los tiempos en los que ejerció como director y formador del orfeón burgalés, desde mediados de 1929. El padre Donostia habría de escribir a propósito de los Cinco coros castellanos“Son estos cuadros de un realismo sorprendente; de una técnica acabada, segura, que revela un maestro para quien el arte polifónico no tiene secretos. [...] La aparición de un artista en un pueblo es un gran regalo divino. A Burgos se lo han dado en la persona de Antonio José. Proclamarlo así, sin ambages, es una alegría y un deber para los que andamos al acecho de valores artísticos de fina estirpe”(1). 

Si analizamos en profundidad las palabras del padre Donostia podemos valorar a un mismo tiempo cuánto tuvo de valioso para Burgos el nacimiento de Antonio José, su pródiga pluma musical o el burbujeo incesante de conciertos, estrenos y actividades formativas que fue capaz de poner en marcha junto al orfeón, pero también cuánto sacrificó el músico respecto a su propia evolución artística y personal al tomar la decisión de regresar a su ciudad natal: su apasionada dedicación a su trabajo con el orfeón (tildado ya en su momento por Salazar de “indigno para su talento”), que le aportaba una muy modesta estabilidad económica, le restó buena parte del tiempo que debería haber podido dedicar íntegramente a la composición. Algunas de las cartas dirigidas a Subirá expresan parte del pesar con el que el músico sufre las consecuencias de no poder conversar fácilmente con los directores o intérpretes que podrían haber promovido su música, al carecer de fondos para desplazarse a Madrid cuando lo necesitaba. A pesar de ello, conoció ciertos éxitos: su trabajo incansable por la música popular burgalesa fue reconocido con el Premio Nacional de Música en 1932 y su autor fue invitado a participar en el Congreso Internacional de Musicología de 1936, mientras sus partituras cruzaban fronteras (la editorial parisina Max Eschig publicó sus Tres Cantigas en 1932). 

Sin embargo, la ciudad de Burgos y sus dinámicas vitales, políticas y musicales siguieron pesando en la vida de Antonio José tanto al menos como en su muerte. Retenido en la cárcel de la ciudad desde agosto hasta principios de octubre de 1936, Antonio José dio en sus cartas muestras de una entereza y fortaleza emocional conmovedoras. En la noche del 8 al 9 de octubre, Antonio José subió al camión en el que se desplazaba a aquellos presos de los que nunca se volvía a oír hablar. Alguien refirió que, antes de recibir el disparo que terminó con su vida, gritó un anhelante  “viva la música” (2). 

La imposición de silencio sobre la vida, obra y personalidad de Antonio José hacia el final de la dictadura hizo clamar a Andrés Ruiz Tarazona en 1977: “Ningún diccionario musical español, ningún libro sobre la moderna música española, acoge siquiera el nombre de Antonio José” (3). Solo unos cuantos años después, hacia el cincuentenario de su muerte en 1986, se vieron los primeros intentos institucionales de rehabilitar su nombre. Sin embargo, muchas de estas iniciativas dieron como resultado productos ya descatalogados o muy difíciles de encontrar fuera del ámbito local o autonómico. Ahora, cuando estamos a punto de conmemorar los 80 años de su muerte, numerosas cuestiones permanecen en el tintero, a pesar de los esfuerzos realizados por quienes llevan muchos años dedicados a la investigación sobre el compositor. Recientemente, una generación más joven se ha incorporado a la búsqueda, aportando algo que puede ser muy necesario en nuestros días: distancia histórica. Fruto de estos esfuerzos, cuatro fotógrafos se han reunido hace pocos meses para contar la historia de Antonio José en un documental muy prometedor (4). 

Hay que reseñar que la ciudad de Burgos ha sido la sede de algunos de los intentos más serios por recuperar el patrimonio musical de su malogrado hijo: el primer paso vino con la publicación en el centenario del nacimiento de Antonio José de En tinta roja, la documentadísima biografía del compositor, obra de Miguel Ángel Palacios Garoz.  También allí la Institución Fernán González han publicado en tiempos recientes todas las piezas inéditas que ha logrado reunir su incansable biógrafo, en forma de canciones infantiles, religiosas y populares, transcritas por Rodrigo Calzada Peña. Ambos han formado parte también de distintas iniciativas para reestrenar estas y otras músicas. 

La obra social de la Caja de Burgos ha dedicado parte de sus fondos a la intepretación de música de Antonio José. La Orquesta Sinfónica de la ciudad, dirigida por Javier Castro, le ha dedicado también numerosos programas, incluyendo el estreno absoluto de la versión orquestal de El Molinero, realizada en el 75 aniversario de su muerte, pero que en nuestros días permanece sin publicar. Lo mismo sucede con otras muy estimables piezas orquestales y pianísticas, o la versión no orquestada (la única que se conserva) de la ópera Minatchi, con libreto bilingüe en inglés y castellano. Sin embargo, es posible que el desencuentro mayor que existe entre la trayectoria musical de Antonio José y los melómanos del siglo XXI tenga que ver con el estreno de la ópera El Mozo de Mulas, basada en el fragmento de ese mismo nombre del Quijote cervantino. Desgraciadamente, las numerosas conmemoraciones habidas en 2016, a falta de un plan nacional que las albergara, no han encontrado lugar al estreno del manuscrito más ambicioso de su autor. En los días en los que fue retenido, Antonio José trabajaba incansablemente en la orquestación de este proyecto, que había iniciado en 1927. El compositor burgalés Alejandro Yagüe aceptó el encargo de completar las partes que faltaban, sin embargo, tristemente, en 2011 la ópera se estrenó solo de forma parcial y sin representación. 

Así hemos llegado a 2016, sintiendo todavía en los oídos el rumor de antiguos miedos, que pueden estar en la base de que el conservatorio de Burgos no lleve el nombre de Antonio José o de otras situaciones inexplicables desde la modernidad, como la imposibilidad de encontrar y ver publicadas las cartas que el músico intercambió con Manuel de Falla, por ejemplo. 

El cruel asesinato de Lorca no fue capaz de robarnos su figura ni su obra poética, pues su muerte despertó un clamor universal y se convirtió en el emblema de una generación. Pero esto no ha sido así en el caso de todos los artistas que hemos perdido en nuestra historia reciente. Quizá estoy pidiendo demasiado de mi país, pero me gustaría ver surgir un clamor ardiente de los melómanos por recuperar su voz, una verdadera voluntad de devolver sus obras a la vida y de interpretar su música dentro y fuera de Burgos, dejando que llene las salas de concierto, los programas de radio y los mejores teatros. Es un deseo que no tiene que ver solamente por una cuestión de recuperar la memoria de una persona, sino, sobre todo, con su excelencia artística. Con el hecho de que es música de primer nivel. Porque Antonio José se lo merece y, si no somos capaces de hacer justicia a su obra, quizá seamos nosotros los que no le merezcamos.

 

* La mayor parte de la información biográfica y acerca de las obras de Antonio José procede del libro En tinta Roja de Miguel Ángel PALACIOS GAROZ, publicado en 2002 por el Instituto Municipal de Cultura (Ayuntamiento de Burgos); una lectura imprescindible. 

1. Tomo la cita de PALACIOS GAROZ, En tinta roja, 2002, pág 58, quien a su vez la toma de El Universo, 24 noviembre de 1933. Cfr P. Donostia, Obras completas. Ed. La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1983, tomo III, PP. 191-192. 

2. Citado por José Prieto Marugán en el artículo "¡Viva la Música!, homenaje a Antonio José", Melómano Digital, 2012, http://orfeoed.com/melomano/2012/articulos/especiales/viva-la-musica-homenaje-a-antonio-jose/

3. Op cit.

4. Para saber más sobre este documental y apoyar su realización, véase http://www.antoniojose.org/