Antonio Jose 

Rojo vividísimo, ateo y endemoniado

Burgos. 19/11/2022. Teatro Principal. Antonio José: Minatchi. Sandra Redondo (Minatchi, soprano), Adolfo Muñoz (rey Chandramathi, tenor), Daniel Estévez (Ammacannú, barítono), Raquel Rodriguez (princesa Rukhmaní, mezzosoprano), Ana Serrano (un angel, soprano). Coro Ars Nova. Orquesta Sinfónica de Burgos. Dirección musical: Javier Castro.

Hace casi exactamente cinco años tuvimos los aficionados la suerte de asistir a las primeras funciones de El mozo de mulas, en versión de concierto y en un Auditorio Forum Evolución, de Burgos, que presentó un lleno absoluto y un entusiasmo sincero al final del concierto. Pues bien, en este 2022 otros entes distintos han tenido a bien poner sobre el más recogido Teatro Principal de la misma ciudad Minatchi, un drama lírico en tres actos, con libreto de Gaspar G. Pintado y música del más célebre músico burgalés, Antonio José Martínez Palacios, conocido artísticamente con su nombre de pila. Ya en aquel lejano 2017 un servidor escribía en este mismo medio la necesidad de que se hiciera un esfuerzo colectivo por recuperar la obra musical de este y otros compositores que, represaliados por el régimen franquista, han sufrido el desprecio por y para su obra. Y aun hoy, casi medio siglo después, continuamos sin saldar una deuda de primera magnitud.

El concepto “memoria histórica” es hoy unos de los ejes principales del debate político entre las dos Españas, la azul y la roja; aquella, porque desea mantener –cuando no vanagloriar- los tiempos pasados bajo una cortina de acriticismo que nos impida hacer una lectura reprobable de aquellos años. La segunda, porque es consciente de que a estas alturas cualquier reparación llega tarde aunque pueda aceptarse eso de que más vale tarde que nunca. Y si en la política se debate sobre la guerra de nuestros abuelos y el tema de las heridas abiertas o cerradas considero conveniente apuntar que existe una faceta en la que aún queda demasiado por hacer: hablo de recobrar nuestra memoria histórica en el ámbito cultural y tratándose este artículo de una reseña para una revista musical, de hacer el esfuerzo necesario para recobrar la memoria musical de la España violentada durante casi cuatro décadas y recuperar la obra de aquellos compositores que o bien fueron fusilados, obligados al exilio o ignorados en las programaciones por su ideología política.

Son de agradecer los dos esfuerzos, el de 2017 con El mozo de mulas y este, con Minatchi, pero hay que hacer mucho más. Los gestos, gestos son si no tienen mayor proyección y, por poner un pequeño ejemplo, hasta donde quien escribe es capaz de saber, El mozo de mulas no se ha vuelto a  interpretar en ninguna ciudad española desde el mencionado reestreno, allá por noviembre del 2017. Así no se recupera nada. Y para ello sería indispensable que las instituciones públicas se implicaran sin complejo alguno con el objetivo de recuperar el nombre, la dignidad y la obra de aquellas personas que, como Antonio José Martinez Palacios, fueron fusiladas por –y cito el texto recogido en el programa de mano, bien interesante, por cierto- por rojo vividísimo, ateo y endemoniado. ¡Ahí queda eso!

Vaya por delante, para concluir esta introducción, que el esfuerzo realizado en este caso es de agradecer y que solo caben parabienes a quien se esfuerza en recuperar obra perdida, arrinconada consciente y voluntariamente; y que, insisto, es mejor llegar tarde que no llegar nunca. Tras el concierto, eso sí, nos queda la impresión de haber vivido un amago de estreno por distintas circunstancias que trataré de enumerar sucintamente.

Por un lado, lo castrante que supone hacer cualquier ópera sin la parte escénica; por otro, el hecho de que los números ofrecidos lo fueran sin conexión entre ellos, hasta el punto de no poder apreciar ninguna relación entre los mismos. Todo el concierto ha dado la impresión de ser una especie de CD de highlights, que tan populares fueron en su momento. De hecho, si no fuera por el programa de mano resultaría imposible advertir cualquier desarrollo dramático entre los diez números ofrecidos. Y es que un tercer problema es no saber, tras el concierto, cuanto de Minatchi hemos escuchado o, dicho de otra manera, cuando de Minatchi no hemos podido escuchar ni las últimas razones de ello.

En 1925 ya tenía preparada un joven burgalés de 23 años una ópera de temática religiosa ambientada en la India colonizada por los británicos de título Minatchi. La cuestión que se plantea en la obra es un tema recurrente: el conflicto sufrido por los miembros de un pueblo que tras la aparición del hombre blanco se debate entre el mantenimiento de sus ancestrales creencias o la adopción de la recién llegada fe cristiana. Minatchi, acusada de traidora por abandonar la fe tradicional acabará redimida cuando todo su pueblo adopte la nueva religión. Por poner solo dos ejemplos, muy pocos años antes el tio Bonzo acusaba a Cio-Cio-San de lo mismo hasta repudiarla y expulsarla de la familia o, aun más cerca en el tiempo, Jesús Guridi, a apenas cien kilómetros de donde vivía Antonio José había tratado un tema muy similar en Amaya.

El concierto apenas llegó a los sesenta minutos, una hora que se nos antoja escasa para la posible dimensión de la obra, aunque también pudiera ocurrir que un servidor estuviera totalmente equivocado. Cinco solistas aunque la parte de león se la llevan la soprano (Minatchi) y el coro, siendo el resto de solistas dueños de partes más bien breves. La orquesta, interpretando la hipotética voluntad del compositor y al modo de Benjamin Britten en alguna de sus óperas, es un grupo de cámara de catorce miembros, todos ellos componentes de la Orquesta Sinfónica de Burgos, con la siguiente composición: quinteto de cuerda, quinteto de viento, metal, arpa y percusión. Creo conveniente apuntar que a pesar de la escasa dimensión del grupo pueden destacarse la importancia del arpa (brillante Pilar García-Gallardo), la percusión (pluriempleado Alfredo Salcedo, con sus cuatro instrumentos) y curiosa la importancia otorgada al contrabajo, tantas veces ignorado, interpretado por Beatriz Pérez. A la batuta, con un gesto muy característico y eficiente en su labor, Javier Castro.

Ya queda apuntado que el mayor protagonismo vocal recae sobre la protagonista y el coro, que participó en siete de los diez números. El Coro Ars Nova cumplió con su papel, además de aportar cuatro de los cinco solistas a la velada. En un número aproximado de cuarenta voces quedó algo mate, pareciera que cantaran con sordina, como si no quisieran condicionar al resto de los componentes del concierto.

Entre las voces solistas apuntar el trabajo de Sandra Redondo (Minatchi), una soprano con mucho gusto aunque dueña de una voz de escaso volumen; de todas maneras se le entendió todo –la ausencia de texto durante el concierto fue otro pequeño problema- y dio credibilidad al personaje. Adolfo Muñoz (rey) tuvo una primera intervención problemática en su romanza, sin terminar de sacar la voz; mejor en su número con el coro de consejeros. Estos dos cantantes también participaron como solistas en la recuperación de El mozo de mulas, en 2017.

El resto de papeles eran muy breves. El barítono Daniel Estévez (Ammacannú) sufrió mucho con la tesitura aguda de su papel y en los melismas las pasó canutas. Apenas unas pocas frases en las voces de Raquel Rodríguez (princesa) y Ana Serrano (ángel) desde sus respectivos puestos de coralista.

El Teatro Principal, típico teatro de herradura, terminó con la platea prácticamente llena aunque apenas podía vislumbrarse el grado de ocupación de los pisos superiores. En cualquier caso la respuesta popular fue considerable y al final del concierto los aplausos provocaron que se repitiera parte del número final, ese en el que los indios aclaman a la Virgen María. Y es que el rojo vividísimo, ateo y endemoniado de Antonio José decidió terminar así su primera ópera, Minatchi, la misma que hemos podido ver en su estreno por la determinación de unos castellano-leoneses con sus prioridades muy claras. 

Nos queda ahora el reto de que Minatchi conozca la escena, que El mozo de mulas recorra distintos teatros además del burgalés y que la obra de tantos y tantos músicos, ellos y ellas, ya eliminados física ya culturalmente por los cuarenta años de dictadura –no deja de ser una casualidad que este concierto se hiciera un 19 de noviembre, en la víspera del 47º aniversario de la muerte del dictador- sea recuperada por la iniciativa púbica para que nuestra particular Entartete Musik recobre la luz.