Frau Bayerische22 Stemme 

Tormenta psicoanalítica

Munich. 28/07/22. Nationaltheater. R. Strauss: Die Frau ohne Schatten. C. Nylund  (Kaiserin). E. Cutler (Kaiser). N. Stemme (Färberin). M. Völle (Barak). M. Schuster (Die Amme). B. Baciu (Der Geisterbote). M. Mesak (Der Stimme des Falken). Coro y Orquesta de Bayerische Staatsoper. W. Warlikowski, dirección de escena. S. Weigle, dirección musical. 

Pocas óperas hay más suntuosas y ricas orquestalmente que Die Frau ohne Schatten, y eso que estamos ante Richard Strauss, uno de los compositores más completos y maestro eximio del arte de la orquestación. Reposición en el Münchner Opernfestspiele 2022 de esta producción estrenada aquí en 2013, año del cincuentenario de la reapertura del National Theater desde su reconstrucción después de la 2ª Guerra Mundial. Fue además, el título escogido entonces para inaugurar la plaza de director musical de Kirill Petrenko ahora ya al frente de la Berliner Philharmoniker. Una ópera compleja, de libreto simbólico y sugerente, que refleja como ningún otro título straussiano la sofisticación artística de un compositor aquí en el cenit de su arte.

La producción de Krystof Warlikoswki no podía dejar de ser también compleja y enrevesada. Con una cuidadísima estética, sensorial y sugerente, y con una impresionante escenografía, con esas dos puertas gigantes hidráulicas que se abren de par en par al inicio de la ópera. Un preludio de que se entra a un mundo onírico donde los sueños reinan y la realidad es una fantasía diseccionada desde un punto de vista psicoanalítico. Así es, el polaco se apoya en una dramaturgia donde lo surrealista, entendida como una interpretación de deseos, miedos y inseguridades personales y mentales de los protagonistas, se recrean en una escena llena de guiños al paso del tiempo, y al mismo tiempo desde un punto de vista cuántico. 

El inicio, con un fragmento de casi cinco minutos de la icónica película de Alain Resnais, L’année dernière à Marienbad (1961), proyectada en el escenario, ya invita al espectador a dejarse llevar por las pulsiones con una música que escarba, sumerge y narcotiza al espectador como pocas. Puede que insinue más que explique la historia, pero el uso del lenguaje simbólico, el de los sueños y su interpretación se antojan ideales para dejarse llevar por una este libreto fantástico que bien pudiera ser una versión proteica de una Zauberflöte del s. XX. Die Amme como Königin, Keikobad como omnisciente Sarastro, Kaiserin como frustrada Pamina, Kaiser como doliente Tamino, Barak como humanísimo Papagueno y la potente Färbarin (Tintorera) como una guerrera Papaguea reivindicando un protagonismo que con Mozart no tuvo. Son ideas que florecen de contemplar este festival visual que es la Die Frau propuesta por Warlokowski. No insinúa ese paralelismo con Mozart, pero que deja libre a la imaginación del espectador sus análisis y conclusiones, alimentando y estimulando su propia lectura. Una producción fascinante para una ópera colosal.

A nivel vocal esta ópera no puede ser interpretada por cantantes mediocres, ¿cúal sí?, pero es que hay títulos y títulos.  La Bayerische Staatsoper puede vanagloriarse de haber conseguido una equipo a la altura del reto, con un rendimiento espectacular y con puntales vocales, sobretodo femeninos, dignos de mención.

Sorprendente, por la facilidad en toda la tesitura, fineza de la emisión y a la vez poderosa, la soprano finesa Camilla Nylund. A poco de haber debutado Isolda con gran éxito en la Opernhaus de Zurich, está en un momento de luminosa plenitud vocal. A sus 54 años, la soprano domina los resortes de su instrumento, otorgando colores, matices, con imperturbable seguridad técnica y una belleza irisada en un timbre que ha ganado en cuerpo y pulposidad. Una Kaiserin (Emperatriz), dominadora y excelsa.

Pocas siempre serán las virtudes con las que alabar a Nina Stemme, la soprano sueca quien ha dominado los papeles de soprano dramática del repertorio germánico como pocas en las últimas dos décadas. Fue una Färberin (Tintorera) imponente y granítica. El instrumento de la Stemme, siempre ha sido de una rotundidad imperturbable, sobretodo con un centro nuclear que por arriba parece que nunca se desborda, y con unos graves de colores boreales y abisales, que le otorgan por momentos un color de mezzo o incluso de contralto. Además como actriz, la frialdad de la puesta en escena le ayudó a componer una mujer de carácter, pero sin aspavientos gestuales, Stemme dominó con solo la mirada y la voz, un papel majestuoso, solo al alcance de las grandes. Ciertas pérdidas de brillo y esmalte en el tercio agudo, lógicas por el paso del tiempo, no desvirtuaron la calidad de una artista ya legendaria. Al final de la representación recibió el título de Kämmersängerin de manos de Serge Dorny, el intendente del teatro, con un público entregado y puesto en pie para una ovación de las que no se olvidan.

En tercera lid, Die Amme, de la siempre generosa y entregada mezzo bávara Michaela Schuster, aquí en sustitución last minute de la veterana Mihoko Fujimura. Schuster tiende a una emisión sonora casi al filo de lo estentóreo, con un volumen generoso, un timbre afilado y un color de tonalidades grises muy acorde con el papel. Bordó el rol alucinado de su personaje y acertó en buscar el punto justo de la expresión, siempre al límite de la sobreactuación, pero sin caer en ella.

Otro veterano y gran artista fue el Barak de Michael Volle. El barítono alemán, ofreció su siempre coloreado fraseo, su suculenta articulación al servicio de una interpretación llena de ternura y humanidad. Además, supo administrar sus medios vocales con una proyección perfecta y una emisión de auténtico maestro. Actor consumado, su Barak fue un placer de principio a fin y fue el más vitoreado del público junto con Stemme y Nylund.

Hay que alabar la seguridad y firmeza del Kaiser de Eric Cutler. El tenor USA, está introduciéndose hace ya algún tiempo en el repertorio de Heldentenor y sigue unos pasos de calidad más que notable. El color sigue siendo algo ligero, pero el instrumento tiene punta y cuerpo y traspasa sin problemas la caudalosa orquestación straussiana. Impecable en su preciosa escena del segundo acto, solo le faltó encontrar más colores y matices en medio del magma orquestal con que Strauss envuelve a su personaje.

Gran elenco de secundarios, marca de la casa de calidad de la Staatsoper de Munich, con menciones al Der Geisterbote (Espíritu mensajero) del barítono rumano Bogdan Baciu, o Die Stimme des Falken (La voz del halcón) de la soprano estonia Mirjam Mesak.

Last but not least, magnífica, sibarita y portentosa la dirección musical del maestro Sebastian Weigle, para quien esta inacabable partitura no tiene secretos. Contundente en los tres acordes iniciales de la ópera, tan fundamentales como previa a la calidad de la representación. Remarcó la poética humanidad de la pareja Barak-Tintorera, subrayó los colores y sofisticación del personaje de la Kaiserin, envolvió con acierto las dudas y miedos del Kaiser y otorgó drama e intensidad a la filigrana vocal de Die Amme. El final del segundo acto, una especie de Götterdämmerung sinfónico-vocal de Strauss hizo temblar la Staatsoper que arrancó en una explosiva y catártica ovación. La orquesta respondió flexible e imaginativa a las indicaciones del maestro, y volvió a demostrar porqué Richard Strauss es y fue uno de los mayores orquestadores de la historia de la música. Pocas óperas más idóneas para degustar su maestría que Die Frau ohne Schatten.

Un apoteósico disfrute sonoro y visual.