© Monika Rittershaus
La toma de posesión
Berlín. 27-28/09/2025-1-3/10/2025. Staatsoper de Berlín. Wagner: El anillo del nibelungo. Staatskapelle de Berlín. Dmitri Tcherniakov, dirección de escena. Christian Thielemann, dirección musical.
La antigua Roma republicana se regía por dos cónsules, dos relevantes ciudadanos que gobernaban la ciudad y que con su dualidad compensaban sus decisiones. Para mí, por la calidad de sus instituciones y por la variedad y excelencia de oferta, Berlín es la capital mundial de la música clásica, por encima de una encumbrada Viena que, hay que reconocerlo, también está a un altísimo nivel. Las dos cabezas más visibles, los dos cónsules, musicalmente hablando, de la ciudad son los directores de la Filarmónica de Berlín y de la Staatsoper (la Ópera del Estado de Berlín), también conocida por su ubicación en la avenida más conocida de la capital alemana: Unter der Linden. Cristhian Thielemann fue uno de los nombres que sonaron cuando Simon Rattle dejó la dirección de la Filarmónica. Hubo unos movimientos extraños en ese interregno (son los propios músicos los que eligen su director) y alguna filtración intencionada o no. Finalmente el puesto lo ocupó Kiril Petrenko, maestro austriaco de origen ruso y que hasta entonces dirigía la Bayerische Staatsoper. La Filarmónica se volvía a quedar sin una batuta alemana y eso supuso un malestar en el país, en una época en que los nacionalismos están en auge. Pero la enfermedad y la edad de Daniel Barenboim dejaron libre la otra plaza consular. Y esta no se le escapó a Thielemann, vinculado como invitado desde hace tiempo a la Staatsoper. Por fin un berlinés, después de mucho tiempo, estaba al mando de esa gran institución.
Por esto estas funciones que aquí se comentan de la reposición de la tetralogía de El anillo del nibelungo de Richard Wagner suponen la “toma de posesión” del maestro como nuevo director de Unter der Linden para delirio de sus seguidores que en cada uno de los saludos (tanto en los intermedios como al final de cada una de las cuatro óperas) vitorearon a Thielemann. Y he de decir que con razón. Él había sido el encargado del estreno de esta producción que firma Dimitri Tcherniakov en 2022 por la repentina ausencia de Barenboim, como contó puntualmente Platea. Releyendo aquella crónica casi me debía retirar yo, pero cada representación (en este caso cuatro) es distinta y, sobre todo, el ojo y el oído del cronista es distinto y me lanzo a dar mi opinión. Dejaré para el final la producción, sin duda un intento fallido del director escénico.

Vamos primero, entonces, con el protagonista indiscutible. Cristhian Thielemann nunca ha sido de mis directores favoritos aunque siempre he respetado y reconocido su indudable maestría en el repertorio alemán, sobre todo Strauss y Wagner. Wagner le ha llevado a triunfar en la “sagrada Colina Verde” de Bayreuth donde lo ha conseguido todo, hasta la dirección musical del famoso festival wagneriano. Pero también a escribir un libro muy personal y para mí estupendo, “Mi vida con Wagner” (Akal, 2013) toda una declaración de amor hacia el compositor sajón. Pero en este Anillo estuvo magnífico en todos los sentidos. Lo mejor fue la narrativa perfecta de las cuatro obras, sin variación en sus líneas, convirtiéndose en un devenir, en un camino bien claro, una sola ópera en cuatro partes. Desde el Oro marcó un ritmo que nunca decayó, acorde con la intención del compositor y, sobre todo, con la trama. Fue una labor perfecta del entramado de esta partitura, mezclando sin dudas y firmemente los muy diversos motivos, marcándolos, dando vida con ellos a cada uno de los personajes. Del lirismo pasó a la heroicidad siempre con un gusto exquisito, clásico. Al dejar que la música fluyera con grandeza, él se hizo grande y dio todo un recital de un wagnerianismo de pura belleza. Sin duda, junto al rendimiento de la orquesta, lo mejor de esta Tetralogía.
Y es que la Staatskapelle de Berlín es uno de los conjuntos más importantes en el mundo operístico, especialmente en este repertorio en el que siempre deslumbra. La unión, la tradición de la orquesta, un sonido particular en el que destaca la transparencia, incluso la ligereza, pero siempre unida a una contundente solidez de cada familia instrumental hacen de esta orquesta un grupo excepcional. Difícil e injusto destacar a unos instrumentos sobre otros, son un conjunto en todo el sentido de la palabra. Hubo constantemente grandes momentos, pero por destacar alguno señalaría la bajada al Nibelheim del Oro, la llegada de la primavera del primer acto de La walkiria y los adioses de Wotan del tercero de la misma ópera, el preludio a la llegada de Sigfrido a la roca de Brunilda en Sigfrido y en el maravilloso Ocaso casi todo, desde la elegancia a acompañar a las Nornas, el viaje de Sigfrido por el Rin, la marcha fúnebre y, sobre todo, el motivo de la redención, que cierra la ópera, con una cuerda en estado de gracia. Todo un lujo.
En esta Tetralogía pudieron oírse muchas de las mejores voces para cada rol, con un conjunto de cantantes muy solventes y brillantes, excepto alguna lamentable excepción. Sería agotador para quien lee estas líneas desglosar los personajes en cada una de las obras, así que resumiré el gran trabajo de este elenco. En primer lugar el Wotan de Michael Volle. El cantante alemán, a sus sesenta y cinco años, sigue en una forma perfecta para encarnar un papel tan comprometido. Reúne una voz de atractivo timbre, una proyección y volumen muy considerable (fue el único que saltó a la orquesta en algún puntual momento donde el volumen impuesto por Thielemann al foso sonó algo excesivo) y sobre todo la expresividad necesaria para desarrollar un rol tan complicado, con tantos matices, con tanta profundidad como el del jefe del Walhalla. Fue realmente admirable y recibió clamorosos aplausos en cada una de sus apariciones al final de las obras. Hago aquí un inciso para este tema. El público estuvo encantado con esta Tetralogía y como no estaba el director escénico para oír los abucheos (que sí recibió ampliamente en el Ocaso del estreno de 2022) todo fueron aplausos, bravos y algarabía para los cantantes y sobre todo para el director y la orquesta.
Anja Kampe fue una destacada Brunilde, sobre todo en La walkiria y Sigfrido. En el Ocaso se la notó más cansada pero cumplió de sobra con las expectativas y resistió con fuerza y orgullo el temido final. Y es que su rol exige lo máximo a una soprano de sus características, sobre todo en el agudo. Kampe lo resolvió todo con decisión y seguridad estando especialmente brillante en las escenas con Wotan y en esa joya que es el diálogo con Sigmund, todo en La walkiria. Gran actuación. ¡Qué gran cantante wagneriano es Andreas Schager! Para mi es el Heldentenor de su generación. Quizá le falte algo más de refinamiento en la expresión (sobre todo si como, inevitablemente, se le compara, como siempre se hace, con otros cantantes anteriores) pero su fuerza, la musicalidad, la viveza y la completa entrega a su papel hace que siempre sea un placer oírle. Disfruta cantando y lo transmite al público. Sus dúos con Brunilda fueron fabulosos, pero me encantaron sus diálogos con Mime y El caminante en Sigfrido.

Mika Kares pasa por un momento estupendo en su trayectoria y en los distintos papeles que interpretó (Fasolt en el Oro, Hunding en Walkiria, Hagen en el Ocaso) demostró sus cualidades de un bajo wagneriano de categoría. Se lució especialmente como Hagen, el rol con más peso de los interpretados, y caracterizó a través de su voz y sus gestos la maldad y el rencor que caracteriza al hijo del nibelungo. Estupendo trabajo de Eric Cutler como Sigmund. Este papel tiene siempre una vara de medir por el aficionado que son los famosos Walser, Walser! que el tenor norteameriano resolvió con soltura y demostró que es un Sigmund muy solvente. Muy aplaudida por el público fue la Sieglinde de Vida Miknevičiūtė, que tuvo una buena actuación pero a la que se le notó algo forzada en los agudos, abundantes en su papel. Destacar, del largo plantel de cantantes de una obra tan extensa, el gran desempeño de los dos hermanos nibelungos: Jochen Schmeckenbecher como Alberich y Stephan Rügamer como Mime. El primero se lució ampliamente en el Oro y el segundo hizo un trabajo estupendo en Sigfrido. Como ya se ha dicho más arriba, el cast de este Anillo ha sido muy destacable y el grupo de cantantes están en la élite del repertorio wagneriano.
¿Y qué decir de la producción de Dmitri Tcherniakov? Necesitaría otro texto, tan extenso como este, para desglosar todo el mundo que crea el director ruso en su visión de la Tetralogía. Todo parte de un 'Centro de Investigación' donde se desarrolla la acción al completo. El libreto de Wagner y la puesta de Tcherniakov son dos caminos que a veces coinciden y la mayor de las veces van en direcciones opuestas. Hay que reconocer que no es fácil levantar teatralmente un Anillo, sobre todo si quieres que se diferencie de tantos otros. Pero hay una tendencia en Tcherniakov a hacer siempre la misma (o parecida) lectura de las obras que acomete. Da igual que sea las Ifigenias, la Carmen o el Così (como se ha podido ver en las versiones estrenadas en el Festival de Aix). Sus obsesiones alrededor del mundo burgués se repiten, la escenografía se calca y el verso libre al interpretar los libretos es la norma.
En su haber también tiene aciertos como la estupenda propuesta de El cuento del zar Saltán que pudimos ver hace pocos meses en el Teatro Real. Y algo debe de tener el director para todos los grandes teatros se lo rifen, pero aun reconociendo ciertos momentos e ideas estupendas en este montaje, la sensación general ha sido de hastío, de falta de ideas resolutivas y sobre todo, de aburrimiento. Les recomiendo que lean la crónica de mi compañero Alejandro Martínez cuyo enlace ponía al principio. Él explica mejor que yo la sensación de “querer y no poder” que deja esta producción.
En conclusión puedo decir que merece mucho la pena oír a Thielemann dirigiendo en su nueva casa, con esa orquesta maravillosa y con un plantel de campanillas. Todo un lujo. El resto se lo llevará el viento.
Fotos: © Monika Rittershaus
