jordi frances sinfonica navarra Iñaki Zaldua y Ricardo Salcedo1© Iñaki Zaldua y Ricardo Salcedo.

Cincuenta años no son nada

Pamplona. 06/09/2022. Auditorio del Museo de la Universidad de Navarra. Obras de Xenakis, De Pablo, Catalán, Cage... Yorrick Troman (violín). Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección musical: Jordi Francés.

Estando como estamos prestos a cumplir el primer cuarto del siglo XXI muchos melómanos convendrán conmigo en que todavía aún obras y compositores referenciales del siglo XX continúan despertando sentimientos encontrados entre ellos. Basta con repasar los nombres protagonistas de este concierto para confirmar que, efectivamente, ante obras estrenadas décadas atrás, aun mostramos reticencias cuando un explícito rechazo.

Ello, insisto, bien entrado un siglo en el que el concepto vanguardia ha ido moldeándose, admitiendo el plural en sí al resolver que no existe en este mundo globalizado una sola vanguardia sino múltiples tanto en sus formas como en sus procedencias. Y es que la música llamada convencionalmente clásica que ya vivió una internacionalización importante tras la Segunda Guerra Mundial, es hoy plasmada en todas las lenguas del mundo, en todos los países de este planeta moribundo, en muy distintas estéticas y en circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales extremadamente diversas.

Y si ello ocurre hoy en día, en un mundo de cierta libertad creativa, ¡qué no ocurriría en la Navarra de 1972, en aquella época política y económicamente oscura! Y es que en estas circunstancias, en 1972, un grupo de locos por el arte contemporáneo encabezados por Luis de Pablo (músico) y José Luis Alexanco (pintor), ambos fallecidos en 2021 con una diferencia de apenas cinco meses decidieron que la capital navarra fuera por unos pocos días el centro neurálgico europeo del arte de vanguardia. Nosotros nos referiremos a la música, lógicamente, aunque convenga concretar que aquellos encuentros abarcaron muchas manifestaciones artísticas, más allá de las estrictamente musicales.

Si hoy escuchar a Xenakis o a Ligeti nos sigue produciendo asombro, ¡qué no sería de aquellos oídos no habituados a la vanguardia más ortodoxa! ¡Qué no daría uno por vivir alguno de esos conciertos aunque solo fuera por observar la reacción del público! Este asunto lo abordaron en un coloquio previo al concierto dos de sus protagonistas, Tomás Marco y Teresa Catalán, a la sazón él protagonista como incipiente compositor y ella como joven oyente de los conciertos. Solo escuchar que John Cage paseaba durante esos días por Pamplona o que Steve Reich era “arrinconado” en el encuentro por su heterodoxia no hacía sino ponernos los dientes muy largos al imaginar lo que pudo ser aquel bullir de ideas, ilusiones y esperanzas.

El Gobierno de Navarra ha decidido, con un tino y sensibilidad infrecuentes en las instituciones públicas, recordar aquellos Encuentros de Pamplona (1972) y cincuenta años después nos permite disfrutar de distintas manifestaciones artísticas organizadas en los denominados Encuentros de Pamplona 72-22 y que tienen como objetivo principal no el recordar de forma nostálgica aquellas fechas sino tratar de imitar la capacidad de impulso en la creación artística que tuvieron los pretéritos.

Así, en el auditorio del Museo de la Universidad de Navarra se ha celebrado el concierto inaugural con el protagonismo de la sinfónica de la tierra, la Orquesta Sinfónica de Navarra y un programa sumamente atractivo, relativamente breve y que nos ha permitido dar un repaso a seis figuras importantes de la música occidental de las últimas décadas. Conviene comenzar diciendo que la respuesta popular a un programa nada convencional fue importante, ocupándose el mismo en dos tercios aunque era perceptible la presencia de mucha “autoridad prominente” de la provincia, además de los aficionados.

Vaya por delante que el concierto ha sido una preciosidad. Nada fácil, pero muy didáctico, plural y bien defendido por el gran protagonista de la noche, Jordi Francés, un joven director al que hace nada disfrutábamos en el Orphée, de Philip Glass (otro vanguardista heterodoxo de manual) en los Teatros del Canal, de Madrid y que desplegó toda su ilusión y sabiduría para hacernos disfrutar del concierto.

Aurora (1971), de Iannis Xenakis, para orquesta de cuerda, nos lleva al mundo del glissando y de las macroestructuras musicales superpuestas, creadoras de sonoridades espectaculares. Rostro (1995), de Luis de Pablo, en merecido homenaje y recuerdo al impulsor de los primeros encuentros, nos retrotrae a la particular estética del bilbaíno, en una obra íntima y, al mismo tiempo, llena de contrastes. Glosa en re, Manuel Castillo in memoriam (2006), de Teresa Catalán fue la obra más breve, de apenas dos minutos, a modo de pincelada representativa de aquellos jóvenes navarros interesados por la música y que asistían perplejos a la eclosión de nuevas formas musicales.

John Cage con su 4’33’’ (1952) nos volvió a poner en el brete de determinar qué es y qué no es una obra musical. No dejaba de resultar desconcertante observar al maestro musical pasar las páginas de la partitura y dar ciertas indicaciones al grupo orquestal mientras este - y el público, por supuesto - asistía a la representación del silencio mismo. Tomás Marco nos ofreció la obra más reconocible porque Paseo con Sarasate (2011) podría rebautizarse - permítaseme la audacia - como una Transmutación de música de Pablo Sarasate para violín, percusión y orquesta donde se erige sobre todo el célebre Zapateado para encardinar una obra para orquesta en el que la percusión en general - y en múltiples formas - y el tam-tam en particular adquieren relevancia nada desdeñable. En esta obra la parte solista la asumió el concertino de la entidad, el francés Yorrick Troman, que supo responder a la demanda virtuosísima tanto de Sarasate como del mismo Marco de forma más que efectiva. Finalmente, György Ligeti estaba representado por su Melodien für Orchester (1971) y con el que pudimos volver a las formas iconoclastas del tiempo en el que se celebro el encuentro; y es que no deja de llamar la atención de que las obras inicial y final del concierto estuvieran escritas apenas meses antes de la cita navarra.

La respuesta popular fue de aprobación general. Una vez más, el comportamiento del público fue ejemplar. Una cita que ningún melómano debía perderse porque, a pesar de que gran parte de esta música peina ya canas, en esto del arte medio siglo no es nada y sigue siendo un placer vivir la música contemporánea.