William Christie Oscar Ortega 

Labor de equipo 

Donostia. 12/10/2022. Palacio Kursaal. G. F. Haendel. L’allegro, il penseroso ed il moderato. Rowan Pierce (soprano), Benjamin Fletcher (niño soprano), Rory Carver (tenor) y Victor Sicard (bajo). Orquesta y Coro de Les Arts Florissants. Dirección musical: William Christie.

Cada visita de Les Arts Florrisants y su director, William Christie tendría que ser de asistencia obligatoria para cualquiera que se atreva a autocalificarse de melómano. A partir de mi experiencia personal con este grupo y director puedo afirmar sin sombra alguna de duda que esta gente tiene la capacidad de transmitir un amor por la música y una creencia ciega en lo que hace de tal dimensión que solo queda ser agradecido y, or ello, perderse un concierto de este grupo debería ser delito penado. 

Ya sabemos que el grupo –por su nombre lo conoceréis- está especializado en la música barroca y han sido muchas las obras que hemos podido disfrutar ya en Donostia ya en las ciudades más cercanas en la interpretación de este grupo puntero, referencia ineludible a la hora de hablar de música de tal época. Por ello, contemplar los huecos del Palacio Kursaal –y eso que solo diez minutos antes de comenzar el concierto la imagen era descorazonadora, lo que se evitó con un empujón final que alivió algo la temida paupérrima imagen- solo me lleva a pensar que hay mucho aficionado de postal, de pose y selfie entre los donostiarras, sin menoscabo de que la incertidumbre económica, la reciente pandemia y sus consecuencias psicológicas y la falta de coordinación entre las distintas instancias musicales de la capital guipuzcoana apenas ayude a la asistencia a un concierto de este tipo.

William Christie apostó en este concierto por una oda pastoril, que se mueve entre los mundos de la ópera y el oratorio y que responde al nombre de L’allegro, il penseroso ed il moderato, donde los personajes son, en realidad, estados de ánimo, posiciones ante la vida misma y “recomendaciones” que se nos ofrecen ante el mismo devenir de nuestra existencia. La obra no está entre lo más popular de Georg Friedrich Haendel pero ya que dicha dicho que todo lo interpretado por este grupo alcanza una dosis de perfección que llega a apabullar y tal circunstancia se volvió a repetir. Tras casi dos horas de concierto el público reunido acabó puesto en pie, vitoreando a todos y cada uno de los intérpretes y especialmente –por razones bien distintas, intuyo, al chaval Benjamin Fletcher y al gurú, William Christie.

Y, sin embargo, es injusto hablar de individualidades cuanto en este grupo –y en otros de corte similar, me consta- lo que prima es el colectivo, el colocarse al servicio de los compañeros y de la música misma, huyendo de ridículos divismos y dando a la partitura la importancia que se merece. Por poner solo dos ejemplos de esta labor colectiva, señalar que tenor y bajo solistas cantaron todos los números con el coro cuando su participación solista no les era exigida; o, por poner otro ejemplo, cuando llegó el momento de lucimiento personal de la organista el violoncelo arrinconó su instrumento y se dedicó a ayudarle a pasar las páginas de la partitura.

El coro lo han conformado –además de los dos refuerzos ya apuntados- únicamente seis voces que han mostrado un nivel de empaste y compenetración que para nosotros quisiéramos. Lo de los coros británicos en general y el de Les Arts Florissants en particular a la hora de abordar música barroca es el ejemplo perfecto de lo que es poseer fama ganada a pulso. Los cuatro solistas vocales enseñaron unas voces propias del repertorio a asumir y así, la soprano Rowan Pierce tenía un volumen suficiente para deleitarnos con un fraseo ejemplar y una coloratura notable; el tenor Rory Carver también era dueño de una voz limitada en su volumen pero con las mismas facultades que la soprano mencionada, además de ser el que más se empeñó por dotar de cierta actitud dramática al texto cantado. 

Victor Sicard no es un bajo ni por timbre ni por color; demasiado atenorado, supo sin embargo dar a sus intervenciones la dimensión necesaria. Punto y aparte para el niño soprano Benjamin Fletcher, único de todos los intérpretes que intervino siempre sin partitura, a demás del señor director. Soy de esos que tiemblan ante la perspectiva de encontrar una voz infantil en una obra de adultos pero este chaval, miembro de Trinity Boys Choir, me dejó literalmente planchado. Mostró, además, un desparpajo en el escenario digno de envidiarse. La ovación final que recogió el chaval en su saludo individual fue apoteósico.

El grupo orquestal, con doce instrumentistas en esta ocasión, estuvo sencillamente sublime. Kursaal Eszena, la entidad organizadora, tuvo a bien detallarnos los nombres de todos sus componentes y así puedo, siquiera simbólicamente, agradecer a Emmanuel Resche (violín), David Simpson (violoncelo), Serge Saitta (flauta), Glenn Borling (trompa) o Beàtrice Martin (órgano) sus distintos momentos de lucimiento, con un despliegue técnico inusitado. Y el resto, a un nivel similar.

El responsable de todo ello es William Christie, uno de los directores musicales más importantes del mundo; así, sin apellidos. Poco importa que alguien dirija música barroca o estrenos del siglo XXI si al final uno es un grande en esto del arte de la dirección y William Christie lo es. Situado en el centro del escenario, dando la espalda a coro y solistas al confiar plenamente en sus prestaciones, Christie fue dibujando cada una de las partes de la obra con mimo, cantando con cada uno de los solistas y el coro, buscando y hallando los matices del grupo orquestal y del bajo continuo necesarios para dotar a la oda de personalidad propia; y con especial atención, resultaba emocionante verle envolver al niño en todas y cada una de sus interpretaciones solistas, ayudándole a respirar, a colocarse en el lugar adecuado, a coordinarse con la orquesta, al modo en que un abuelo abraza a un nieto en sus primeras andanzas individuales. Una gozada para todos los sentidos.

Durante las casi dos horas del concierto el público fue relativamente frio, incluso diría que injusto en ocasiones, como el caso del flautista que se marco un dúo con la soprano de quitar el hipo sin que hubiera reacción. Eso sí, nada más caer la última nota se volvó en un sinfín de bravos, aplausos, aullidos y silbidos aprobatorios, con gran parte del público puesto en pie. Y me hice aun más fan de Christie cuando a punto de comenzar la segunda parte y al sonar un sonido de teléfono móvil lanzó una mirada asesina al lugar del origen del sonido, como amenazando al susodicho, personaje que no obstante insistió ¡tres veces más! con el mismo soniquete, ante desesperación de todos.

Es más que probable que este primer concierto de Kursaal Eszena del último cuatrimestre de 2022 haya curiosamente marcado el culmen de la temporada. Ello se ha debido a un equipo de músicos que nos ofrecieron lo que mejor saben hacer: arte.

Foto: © Oscar Ortega