don giovanni oviedo

A cada Don Giovanni le llega su comendador

Oviedo. 16/11/22. Ópera de Oviedo Teatro Campoamor. W. A. Mozart: Don Giovanni. María Rey-Jolu (Donna Anna), Vanessa Goikoetxea (Donna Elvira), Laura Brasó (Zerlina), Joel Prieto (Don Ottavio), Jaques Imbrailo (Don Giovanni), Rubén Amoretti (Leporello), David Lagares (Masetto), Fernando Latorre (Comendador). Orquesta Oviedo Filarmonía y Coro Intermezzo. Dirección musical: Elena Mitrevska. Dirección escénica: Marta Eguilior.

Omnia mors aequat” (la muerte lo iguala todo), esa es la frase que luce al pie del escenario, proyectada en letras brillantes, durante el Don Giovanni firmado por Marta Eguilior para esta ópera de Oviedo. Junto a tres calaveras gigantes y alguna que otra lámpara de araña, constituye la totalidad de la escenografía. El resto, queda a la imaginación del espectador.

Entiendo que, con la proyección de esta frase, Eguilior advierte al público de que en su rompedora resignificación el respetable va por fin a comprender que ni si quiera los ricos y poderosos pueden salvarse del trato igualitario de la muerte. O, dicho de otra manera, que a cada Don Giovanni le llega su comendador. Y lo cierto es que la explicación no resultaría innecesaria salvo porque la frase en cuestión es uno de los tópicos literarios más mundialmente extendidos, claramente expuesto en el propio libreto de la obra y que ha sido esgrimido por otros como Jorge Manrique hace ya unos cuantos años con una elegancia e inteligencia infinitamente superiores a las que demuestra la regista en su trabajo.

No es necesario, a mi modo de ver, demostrar la vileza de Don Giovanni haciéndole atar con una correa de perro a Leporello, manifestar su depravación sexual caracterizándole continuamente en escena con una mujer entre las piernas, o exponer su apetito por la carne llevándole a devorar con cuchillo y tenedor las entrañas de un cadáver abierto en canal y recostado sobre una de las tres carnavalescas calaveras ya mencionadas. Todo esto, para mi, no es sino una mediocre ejemplificación de la provocación gratuita, una ocurrencia pueril tan o más manida que el machismo recalcitrante que inherentemente desprende el propio rol de Don Juan.

Pero volviendo a las palabras con las que he querido abrir esta opinión tan personal, me permito el lujo de discrepar de ellas o, al menos, de tratar de puntualizarlas. Pues si bien desde un punto de vista físico está claro que la muerte termina por igualarnos a todos, tampoco podemos negar que, nos guste o no, a nosotros sobrevivirán siempre los recuerdos del trabajo que hemos dejado atrás. No todo vale, o no todo debe valer, y la razón y el criterio deberían siempre ayudarnos a discernir entre aquello que efectivamente tiene algún valor y lo que, por el contrario, no sirve para nada. Es por ello que no todos los compositores están llamados a ocupar un lugar en el recuerdo colectivo, ni sus obras son dignas de estrenar una temporada. Del mismo modo que no todos los estudiantes que se inician en el conservatorio pueden acabar siendo músicos de una orquesta sinfónica, ni tampoco todos los cantantes de un coro pueden llegar a ser solistas. Auto engañarnos y negar esto significa vivir en una utopía de la que, tarde o temprano, nos harán despertar.

Como amante de la ópera que sigue el género allá donde le es posible y que lleva asistiendo ininterrumpidamente al Teatro Campoamor desde su más temprana adolescencia (primero con las entradas con descuento para jóvenes en el gallinero y después como crítico en las butacas del patio) no puedo sino sentir tristeza al ver como, en pos de esa laxa postura vital del todo vale, la calidad global de las temporadas se deteriora año tras año, acarreando esto una inevitable pérdida de público que, sencillamente, tiene opciones de ocio musical mucho más apetecibles que pagar los más de ciento treinta euros que cuestan las localidades por debajo de principal. Todo esto de resignificar las obras, plantear debates y estrenar cosas nuevas está muy bien, pero si no se hace con mesura y, sobre todo, si no se lucha por mantener la calidad objetiva de aquello que se programa -aunque esto implique no quedar bien con todo el mundo- la voz de Ópera de Oviedo corre el riesgo de apagarse de la misma forma que la de Blanche en el final de Diálogo de Carmelitas, cercenándose con un sonoro golpe de guillotina la oportunidad que por tradición le pertenece a la siguiente generación de jóvenes asturianos: descubrir algo tan maravilloso y único como es la pasión por la ópera.

Desde el punto de vista musical, este Don Giovanni contó con la presencia del barítono Jacques Imbrailo, quien se desenvolvió de forma más que solvente con el rol protagónico, habida cuenta de las dificultades escénicas -que le obligaron a cantar su “Deh, vieni alla finestra” sujeto a un arnés y en la cima de otra de las citadas calaveras- y musicales -viéndose superado por los tempi impuestos desde el foso en su famosa “Fin ch'han dal vino”. Sólido Leporello, por otra parte, el firmado por Rubén Amoretti, totalmente implicado en la parte escénica y cargado de intención en sus intervenciones, amén de un “Madamina il catalogo è questo” que resultó tristón y plano ante la pretendida resignificación planteada por Eguilior, que jamás deja espacio para lo giocoso dentro del drama concebido por Mozart y Da Ponte.

María Rey-Joly, por su parte, no terminó de convencer como Donna Anna, mostrando un agudo manifiestamente abierto en determinados momentos, aunque haciendo gala de una buena presencia escénica. Para cubrir el rol de Donna Elvira se contó con la presencia de Vanessa Goikoetxea, a la que tuvimos la oportunidad de escuchar una excelente Marzelline en el Fidelio de hace un par de temporadas y que, en esta ocasión, selló una Elvira muy correcta, aunque lastrada, como en caso de Imbrailo, por unos tempi puntualmente demasiado rápidos. Ejemplo de ello fue su dificultad para abordar las partes más rápidas de “Mi tradì quell'alma ingrata” ante las exigencias de una batuta que se habría favorecido de una lectura algo más pausada en dichos momentos.

Se demostró bien intencionado el Don Ottavio de Joel Prieto, siempre cuidando la intención en su canto y resultaron prometedores los medios vocales de la joven Laura Brassó, quién dio voz al rol de Zerlina formando una muy buena pareja artística con el Masetto David Lagares, a quien ya hemos podido escuchar en otras recientes ocasiones sobre el Campoamor manteniendo un buen nivel en todas ellas. Como comendador, Fernando Latorre cubrió con oficio un rol al que quizás podría exigírsele un mayor peso vocal que dotara de una mayor autoridad a sus intervenciones.

Desde el foso, Elena Mitrevska nos ofreció una versión saneada de la partitura, afrontando así con éxito su debut a la batuta de la Orquesta Oviedo Filarmonía. Amén de las ya citadas observaciones a los tempi y de ciertos desajustes rítmicos al inicio de algunas arias entre los cantantes y la orquesta la cual, por otra parte, se encontró siempre bien balanceada en volumen con respecto a éstos.