Josep Caballe Domenech Lukas Beck 

Frutos amargos de Rusia

Barcelona. 9/10/16. Auditori. Rajmáninov: Rapsodia sobre un tema de Paganini. Simon Trpčeski, piano. Shostakóvich: Sinfonía núm. 8 en do menor, op. 65. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Josep Caballé. 

Si la semana pasada la OBC bajo la dirección de Kazushi Ono adoptó un carácter ruso con la programación de Chaikovski y Rajmáninov, esta vez lo tuvo con la batuta de Josep Caballé (director catalán cuyas visitas suelen dejar buena sensación) de nuevo a través de Rajmáninov acompañado ahora de Shostakóvich. La gran heterogeneidad que presenta un programa que tenía como centro la Tercera de Chaikovski, junto a este donde el mismo lugar lo ocupaba la Octava de Shostakóvich nos debería prevenir contra el manido tópico de “lo ruso”, más aún teniendo en cuenta la gran cantidad de “rusias” culturales y musicales que existen y han existido. 

Más allá del mayor o menor interés que pueda suscitar la partitura, la célebre Rapsodia sobre un tema de Paganini que reúne el nombre de dos legendarios virtuosos presenta tantos desafíos técnicos como público atrae a las salas de concierto. Con una dirección austera pero eficaz, quitando algunos excesos de voluminosidad en algunos pasajes –casi inevitables por otra parte en la escritura recargada de Rajamáninov– la orquesta luchó por ensamblar con la musicalidad y gracilidad del macedonio Simon Trpčeski, que sustituyó con solvencia la baja a último momento por enfermedad de John Lill. Su interpretación, con cierta falta de claridad en la introducción, se asentó en seguida para proyectar un sonido dotado de frescura y de una articulación diáfana aún en los fragmentos más vertiginosos, alcanzando gran cohesión en los diálogos camerísticos con la orquesta. La jovialidad de Trpčeski en las propinas fue lo más aplaudido del concierto: primero con una inspirada versión de la famosa Vocalise en un dúo junto al violonchelista Mariano García; después, con la fogosidad despreocupada exhibida junto al concertino Cristian Chivu en un arreglo de una pieza popular macedonia para acordeón, el instrumento con el que Trpčeski comenzó su carrera musical. En definitiva, la primera parte ofreció un contraste de ligereza, sirviendo de entrante a la enjundia sinfónica que se le venía encima al público del Auditori en la segunda parte, frente a la cual algunos temerosos optaron por huir en el descanso, dejando algo más desangelada una sala que ya tenía una asistencia muy discreta.     

Triste vida la que se esfuma sin haber degustado los monumentos sinfónicos de Shostakóvich, compositor que es además uno de los hilos conductores de la temporada. La Octava encarna la soledad de un hombre que fue capaz de escribir un cuarteto de cuerda dedicado a su propia memoria, y que pocos años después –tras el Congreso Nacional de Compositores de 1948– veía cómo se consolidaba una trayectoria de persecución contra su música que había tenido en el absurdo destierro de Lady Macbeth y los despropósitos del Pravda en 1936 su momento emblemático. En esta sinfonía, desde el Adagio del extenso primer movimiento se cifra la angustia trágica que no deja de crecer, hasta que estalla parcialmente en el Allegro non troppo. El buen rendimiento de la orquesta siguiendo la trabajada batuta de Caballé logró mantener la fluidez del discurso, constantemente asediada por elementos externos a ella, donde afortunadamente el juego de contrastes se pudo apreciar: tanto las texturas cristalinas y la sutilidad en el fraseo, como las estridencias volcadas en acordes que bordean los límites de lo audible. En este apartado la dirección de Caballé subrayó con firmeza la carga dramática de la obra, sin mostrar vértigo al ralentizar adecuadamente el tempo para destacar la acumulación de tensiones que crepitan ya en ese adagio que abre la partitura, logrando que la atmósfera de desesperación penetrara en el discurso musical.

La eventual reducción del dispositivo y el recurso a lo banal son aquí trágicos y profundos como en los monumentos mahlerianos. Como se recuerda muchas veces, también aquí convive lo sublime y lo grotesco en un agrio sarcasmo capaz de encadenar tensiones hasta la extenuación. Manejar la ambigüedad que late en el fondo de la obra y a la vez administrar las tensiones no es fácil. La orquesta lo logró, permitiendo además que se apreciaran las sutilidades subterráneas que no dejan de brotar. El buen trabajo del director encontró complicidades desde el primer movimiento tanto en el excelente desempeño de los metales, como en los incisivos contrabajos. Las sutiles transformaciones desde el segundo movimiento y la concisión a través de la cual el compositor ruso expone las ideas en el tercero, demandan claridad y escrupulosidad en la dirección y en líneas generales lo encontraron, dejando como única mácula una cierta precipitación de las cuerdas en el Allegro non troppo. Un magnífico empaste entre el colchón sonoro de las cuerdas y las espléndidas intervenciones de trompa y flauta en el Largo dio lugar a un Allegretto de factura luminosa, en el que resplandeció el trabajo preciso del fagot, la vehemencia de los violonchelos y la cálida nitidez del oboe. Caballé supo traducir la partitura en forma de gran fresco al que no le faltó ni la sutilidad analítica ni la dimensión emotiva; aquello que sobre Shostakóvich escribió Antoine Goléa tras oír esta obra: “en sus gigantescos frescos sinfónicos se escuchan los sollozos del dolor y la canción de la esperanza de todo un pueblo y toda la humanidad”. 

Nos espera esta temporada una Sexta bajo la dirección de Ono, la Sinfonía de Cámara op. 110a con el violinista Daniel Hope y una Cuarta con la colaboración de la Orquesta del Teatro Mariinski bajo la batuta de Valeri Gergiev, en una de las citas marcadas en rojo de la temporada (incluso por los que han huido de esta magnífica Octava). Tendrá más o menos seguimiento en la taquilla, pero tengo la impresión de que el trabajo de esta orquesta con la obra sinfónica de Shostakóvich puede dar muy buenos frutos a largo plazo, si efectivamente el trabajo y la programación de las próximas temporadas son capaces de aprovecharlos. De lo que tengo más dudas es –lamentablemente como siempre– de que reciba el respaldo y la respuesta que merece.