Tabarro Liceu22 DavidRuano© David Ruano.

La alineación de los planetas

Barcelona. 27/11/2022. Gran Teatre del Liceu. Puccini. Il trittico. Ambrogio Maestri (Michele / Gianni Schicchi). Brandon Jovanovich (Luigi). Lise Davidsen (Giorgetta). Ermonela Jaho (Suor Angelica). Daniela Barcellona (La zia principessa). Ruth Iniesta (Lauretta). Iván Ayón-Rivas (Rinuccio), entre otros. Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: Lotte de Beer. Dirección musical: Susanna Mälkki.

En muy raras ocasiones los planetas vistos desde la Tierra, en sus constantes órbitas alrededor del Sol, se alinean en sus órbitas, formando una fila de luces que brillan en la noche. Seguramente muchos aficionados a la astronomía tendrían mucho que decir y matizar sobre esta afirmación y, sobre los términos empleados, pero a mí me sirve de metáfora para introducir la  crónica de una función operística que no puede ser más que definida, como esos planetas desfilando, como brillante, excepcional. El pasado domingo el Gran Teatre del Liceu inauguraba sus funciones de Il trittico de Giacomo Puccini, y también se produjo una conjunción extraordinaria de música, voz y escena propiciada por uno de los compositores más carismáticos de la historia. Todo brilló, como siempre con algún matiz, pero la sensación general fue de un éxito total.  

Las tres últimas composiciones completas que creó Puccini se concibieron para representarse juntas. Pese a las indudables diferencias que existen entre ellas, hay un nexo común: la reflexión sobre la vida y la muerte y las distintas maneras en que el ser humano se enfrenta a ellas. Aunque los textos son de libretistas distintos (Giuseppe Adami de Il tabarro, Giovacchino Forzano de Suor Angelica y Gianni Schicchi), el maestro de Lucca consigue una unidad que en más de un siglo de existencia ha sido muchas veces rota, representándose cada una de las obras por separado. Funcionan perfectamente así, pero verlas juntas supone admirar la belleza que Puccini creó con temas tan dispares; cómo consiguió crear tres ambientes tan distintos, tan cerrados en sí mismos, y a la vez hacerlos universales. Tres obras maestras que pudimos apreciar en toda su grandeza en esta representación.

Antes de comenzar un análisis de cada una de las óperas, querría resaltar lo que para mí fue la gran sorpresa de la noche y quizá, si me obligaran a elegir, lo más destacado de la representación: la extraordinaria dirección musical de la directora finlandesa Susanna Mälkki. Conocía sus excepcionales dotes por las representaciones del estreno mundial  de Innocence de su compatriota Kaijo Saariaho en el Festival de Aix-en-Provence, donde demostró una calidad extraordinaria. Pero, sinceramente, su trayectoria, seguramente por ignorancia mía, no la acercaba al repertorio italiano de principios del siglo XX. Sin embargo,  desde el primer momento Mälkki, acompañada por una brillante Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu, en una de las mejores tardes-noches que le recuerdo, acertada en todas sus familias, especialmente las cuerdas, supo crear el ambiente lleno de detalles, con una batuta meticulosa, precisa, atenta siempre al escenario, buscando la modernidad que las partituras encierran desmintiendo a los que pueden tildar a Puccini de tradicionalista o arcaico. Lo de la maestra finlandesa fue toda una lección pucciniana, tanto en la melodramática y tierna Suor Angelica como en ese festival musical que es Gianni Schicchi, lleno de color. La famosa italianità no es cosa solo de los transalpinos, es cuestión de alma y trabajo y Susanna Mälkki demostró tener ambos de sobra.

En el Il tabarro, el drama más verista de la trilogía, el trágico triángulo amoroso que forman Michele, el patrón de una barcaza de mercancías del Sena, su mujer Giorgetta, bastante más joven que él y un apuesto estibador, Luigi, acaba con el asesinato de este último a manos del “padrone” Michele. Desde el comienzo la tensión domina la escena, la niebla, los sonidos del río, los comentarios y las risas de un París marginal sumido en la niebla sirven de escenario para el dolor de tres figuras sin esperanza. Se necesitan tres grandes voces para hacerles justicia a estos tres personajes y, como en el resto de la tarde, las tuvimos. Ambrogio Maestri es un cantante excepcional y un actor de grandes recursos. Protagonista también del Gianni Schichi que luego comentaremos, en esta función se pudo comprobar su versatilidad actoral que se adapta tanto a la tragedia como a la comedia. Siempre en una línea de canto perfecta, con ese timbre tan atractivo estuvo especialmente en el tierno dúo con Giorgetta Come è difficile esser felici! o la lección que dio en la manera tan tierna y desesperada que canta la frase Resta vicino a me! La dureza de la escena del asesinato de Luigi remató una intervención de altísimo nivel. ¿Qué puede decir uno de Lise Davidsen? ¿qué adjetivo utilizar ante una voz de una excepcionalidad que solo aparece con cuentagotas? ¿cómo resumir la tremenda belleza de un canto que te traspasa, que te hace sentir tremendamente privilegiado por oírla y admirado del trabajo que, a partir de una materia prima tan excelsa, ha conseguido que la cantante noruega sea una de las figuras más importantes de la ópera actual y seguramente la que más futuro tiene entre las más jóvenes? Su intervención en este Tabarro, en un papel que algunos consideran secundario, tuvo dos sabores: el amargo porque querríamos más (Dirección artística del Liceu, necesitamos más Lise Davidsen, por favor), y uno dulce de poder disfrutar de una cantante inigualable en su repertorio. Completaba el trío principal Brandon Jovanovich, un tenor con muchas tablas y que supo llevar a buen puerto su ingrato aunque corto papel (lleno de tensos agudos). Buen trabajo también de los comprimarios, contrapunto y complemento a la tragedia principal, destacando el Tinca de Pablo García-López, la Frugola de Mireia Pintó, y Valeriano Lanchas como Il Talpa.

SuorAngelica Liceu22 DavidRuan© David Ruano.

Suor Angelica es la ópera menos representada de las tres que forman Il trittico ¿La razón? quizá resulta demasiado “conventuale”, aunque cuando uno escucha el dúo entre la protagonista y su tía, la Principessa toda referencia espiritual desaparece entrando directamente en un auténtico melodrama. Personalmente es la que más me conmueve, la que más me llega dentro, quizá porque es una ópera de soprano, de soprano pucciniana de pura cepa, de esas que te dejan temblando y con el lagrimal seco. ¿y hay alguien en la actualidad que cante este papel como Ermonela Jaho? no creo. La fuerza, la inmensa belleza, el dramatismo cada vez más controlado, la ternura en cada frase sobre su desgracia, mezclada con una voz dotada de un agudo restallante y seguro, de esos que te ponen los pelos de punta, hacen de la interpretación vocal y como actriz de la diva albanesa algo inolvidable. Me atrevo a decir que Jaho ha profundizado aún más en los matices de su papel, que ella también protagonizó en el estreno muniqués de esta producción. Vocalmente sigue impecable pero la noté más controlada y exquisita en su actuación, más auténtica y veraz. Es una cantante con una entrega que pocas veces se ve en un escenario, simplemente maravillosa. Impecable, como siempre, el trabajo de Daniela Barcellona, una de esas cantantes que siempre está a la altura del reto de sus papeles y los hace más grandes de lo que son, en esta ocasión el de la cruel Zia de la pobre Suor Angelica. Impecable también el trabajo del resto de comprimarias y del coro femenino del Liceu.  

La traca final vino con la hilarante Gianni Schicchi, una de esas obras maestras del humor, de la filigrana coral y de la grandeza del género operístico. Otra vez Maestri, impresionante de nuevo en su vis cómica, encabezó un reparto en el que todos brillaron, especialmente Ruth Iniesta en ese pasaje archifamoso (O mio babbino caro), en el que la aragonesa buscó más el engranaje con el resto de la ópera que el mero lucimiento, cosa que por otra parte logró porque es una cantante de muchos quilates. Estupendo también el Rinuccio de Iván Ayón-Rivas, un cantante convincente y seguro, con voz bien modulada y un timbre atractivo. Y por supuesto todo el resto de la familia del fallecido Schicchi, entre los que destacó otra vez Daniela Barcellona, Berna Perles (que ya había también sido Suor Dolcina) en la anterior ópera, y Stefano Palatchi como Simone.

I22 Ilátrittico 365© David Ruano.

Lotte de Beer consigue con su producción (estrenada el la Ópera Estatal de Baviera) convencer, aunque siempre habrá a quien no le llegue a gustar (y algunos pitidos y abucheos se oyeron al salir a saludar las responsables de la reposición encabezadas por Anna Ponces). Su planteamiento sigue fielmente las historias narradas. Nada cambia ni se transforma sino que se sirve libre de aditivos, lo que permite ver la esencia de cada libreto. Unidas las tres por la idea de la muerte (a las dos primeras le preceden sendos cortejos fúnebres de los dos niños que han muerto antes de la acción pero que son esenciales en su desarrollo), mucho más palpable en Gianni Schicchi, de Beer (que hace un excelente trabajo de dirección de actores) parece querernos transmitir que lo esencial es lo que queda, que lo superfluo se lo lleva el tiempo. De ahí la parquedad de elementos en la escenografía (firmada por Bernhard Hammer), una especie de pasillo metálico que se abre en la boca del escenario en una especie de carcasa de las antiguas televisiones de tubo donde se desarrollan las tres óperas. Con una perfecta iluminación de Alex Brok y unos correctos figurines (fieles a la época de cada obra) de Jorine van Beek, de Beer muestra al espectador, como si de un vacío tubo catódico se tratara, la crudeza del desamor de Il tabarro, el dolor inmisericorde de Suor Angelica o la avaricia teñida de humor de Gianni Schicchi. De los tres planteamientos, que como he dicho no varían lo contado, el más atractivo e innovador es el presentado en “la ópera conventual”. La rica noble caída en desgracia por tener un hijo ilegítimo se nos presenta aquí más que recluida en un convento como paciente de un manicomio, o por lo menos es así como ella se siente y cómo reacciona con sus compañeras. Ayudado por la gran actuación de Ermonela Jaho, el personaje siempre parece enajenado, desorientado y al borde del suicidio que finalmente consuma. Para mí este planteamiento fue lo más acertado escénicamente de una noche donde volvió a triunfar la música y el teatro, la ópera.