Construyendo la utopía
Madrid. Teatros del Canal. 26/11/2022. Magrané: Diálegs de Tirant e Carmesina. Isabella Gaudí (Carmesina, soprano). Ana Brull (Plaerdemavida/Viuda reposada, mezzosoprano). Josep Ramón Olivé (Tirant, barítono). Miembros de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección de escena: Marc Rosich. Dirección musical: Francesc Prat.
No deja de ser síntoma de que algo no va bien el hecho de que la puesta en escena de óperas de distintas lenguas del estado sea una excepción en la capital del reino. De hecho, fuera de cada uno de los marcos territorial-lingüísticos es excepcional que se puedan escuchar en Madrid y en otros puntos de la península óperas ya en euskara, ya en catalán ya en gallego y por ello era una oferta de lo más interesante el poder escuchar dentro de la temporada del Teatro Real –aunque en el recinto B, por decirlo de alguna manera- una obra tan moderna como Diálegs de Tirant e Carmesina (2019), del compositor tarraconense Joan Magrané.
La base de la obra es una de las piezas clave de la literatura del siglo XV y de la literatura universal cual es Tirant lo Blanch, obra de gran extensión que sería prácticamente imposible abordar en una ópera convencional, menos aun en una de formato camerístico. Por ello, conviene apuntar que libretista y compositor han optado –como ocurre, por ejemplo, con tantas y tantas óperas basadas en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha- por la elección de distintas escenas y abordar desde la parcialidad de la base literaria una obra operística. En concreto Marc Rosich, autor del libreto y responsable, así mismo, de la puesta en escena, ha optado por los momentos de mayor intimidad, aquellos en los que Tirant y Carmesina tiene un primer acercamiento, un encuentro fugaz y, posteriormente, un final trágico para construir la ópera.
En el libreto el elemento más importante, junto al amor, sería el sexo, la pulsión sexual existente entre ambos y las consecuencias que ello tiene en las personas que les son más cercanas. Porque esta ópera de cámara ahorra de forma coherente en el número de personajes y cantantes exigidos hasta el punto de que los primeros son solo cuatro (¿o tres?) y los segundo, solo tres, aquí sí, sin duda alguna. Llegados a este punto, ¿por qué nos surge la duda acerca del número de personajes?
Efectivamente son cuatro, tal y como aparecen en la ficha técnica arriba especificada pero, en el que considero logro dramático más interesante del libreto de la ópera, la viuda reposada y Plaerdemavida no son sino las dos caras de la misma moneda, el alfa y el omega de un solo ser y por ello son interpretadas por la misma cantante. Lo que en aquella es tristeza crónica en esta es alegría contagiable; lo que en aquella es envidia en la segunda es solidaridad; lo que en la viuda son celos y maldad en Plaerdemavida son generosidad y bondad. Es más, basta un solo y pequeño gesto con el vestido para que éste pase de rojo pasión a gris convencional y así, una se transforme en la otra, en un acierto indudable de Rosich y pasemos los espectadores de un sentimiento a otro sin que apenas nos demos cuenta.
Una ópera de este formato exige poco vuelo escénico y Marc Rosich apuesta por una serie de ventanas iluminadas por distintas luces que sirven tanto de refugio de los cantantes como de nuevo espacio, dependiendo de la escena que se esté desarrollando. Toda la acción se desarrolla delante de esta sucesión de aberturas. Sobre un pequeño pódium se colocan los personajes, que van cantando sus distintas escenas mientras en torno a la serie de ventanas se va construyendo una palabra iluminada, apenas adivinable en un principio y que acabará siendo utopía. Y uno no puede dejar de preguntarse tras la representación a qué utopía se refiere el autor. ¿Es acaso el amor una utopía? ¿O la utopía es el amor puro, desinteresado, de entrega infinita? En cualquier caso, un acierto. Como también supuso todo un logro el uso del velo blanco inmaculado, larguísimo, que en forma de cola acompañaba al vestido de Carmesina y que sirve para esconder a los amantes, para darles privacidad ante los ojos de la viuda reposada, la mala de la velada que trata por todos los medios que no cuaje el amor entre caballero y noble.
Los tres solistas vocales estuvieron a gran altura. Destacaré la labor de Ana Brull en su doble papel, sabiendo ser ora inquietante ora amable con la simple gesticulación y sabiendo adaptar el registro de su voz a la personalidad tan dispar de cada uno de los dos personajes. Su voz de mezzo oscura fue muy adecuada y supuso una agradable sorpresa que confirma las buenas impresiones ya advertidas en Tránsito, la ópera de Jesús Torre que interpretó el año pasado. Isabella Gaudí, en tesitura de soprano lírica, dibujó una Carmesina muy creíble, con un fraseo adecuado y agudos más que solventes. Finalmente, el barítono Josep Ramón Olivé fue un Tirant vocalmente de una pieza. Hay que decir que en el caso de los tres cantantes no pasaba desapercibida su adecuación física tanto por la edad como por el estado físico mismo.
Joan Magrané plantea un cuerpo orquestal muy sencillo: cuarteto de cuerda, flauta y arpa y la música es capaz de retratar esa ansiedad que persigue a los amantes desde el momento mismo en el que se descubren y, posteriormente, cuando han de solventar tantas y tantas dificultades, tanto las impuestas por las convenciones sociales como las surgidas por las tretas de la viuda reposada. Francesc Prat condujo la obra a buen puerto y nos facilitó el disfrute de una obra que partiendo de la grandiosidad de la obra primigenia busca denodadamente la intimidad más profunda.
Es de agradecer que Madrid se abra a la “periferia” (¡qué feo es este concepto en este sentido, como si hubiera culturas de primera y de segunda, culturas centrales y alejadas!) y permita a los capitalinos descubrir obras tan interesantes que se están haciendo a apenas unos pocos kilómetros físicos y que, sin embargo, en ocasiones parecen tan lejanos.