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Ópera feminista

Madrid. Sala Negra de los Teatros del Canal. 11/05/2025. Don Juan no existe, de Helena Cánovas. Rocío Faus (soprano, Carmen/Helena), Josep-Ramón Olivé (barítono, Agustín/Don Juan) y Pablo García-López (tenor, Miguel). Solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de escena: Bárbara Lluch. Dirección musical: Jhoanna Sierralta.

Nada más terminar la función, tras los setenta y cinco minutos de música, la primera reflexión que me asaltó fue la de que sería muy interesante poder preguntar a los espectadores que casi llenaban la Sala Negra de los Teatros del Canal madrileños cuál era la sensación que les había producido la escucha y visionado de Don Juan no existe (2024), ópera de una insultantemente joven compositora española afincada en Alemania, Helena Cánovas (1994) y que, inserta dentro de la temporada del Teatro Real, se ha celebrado en esta sala alternativa. Cinco han sido las funciones diseñadas de este título, coproducido por el Festival de Perelada –donde se estrenó el año pasado- el Gran Teatre del Liceu y el sevillano Teatro de la Maestranza además del mencionado coso madrileño. ¿Y por qué esta petición, qué interés podría tener la reacción del público tras vivir esta experiencia?

Quizás la explicación haya que encontrarla en que durante la hora y cuarto de la función no pude quitarme de la cabeza que creía estar viviendo mi primer caso de ópera militante del feminismo y que a buen seguro ello despertaría reacciones contradictorias entre los espectadores: lo que para algunos supondría un soplo de aire fresco en un arte de cierta tendencia conservadora y adicta al formol para otros no sería sino un panfleto feminista radical, impropio de un arte tan noble como el que nos ocupa. Por ello también creo de justicia descubrir cuanto antes mis cartas: me ha encantado la propuesta, la encuentro muy necesaria y artísticamente interesante.

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Aunque los operófilos somos bastante dados a las discusiones bizantinas creo que pocas dudas existirán sobre la trascendencia del Don Giovanni mozartiano. La que para algunos llega a ser la obra más redonda del compositor –lo que es decir una de las mejores de la historia- se sostiene sobre un argumento en el que se nos narran las andanzas de un crápula, depravado y disipado noble español que acumula, al menos que sepa Leporello, 2.065 conquistas de mujeres que, una vez utilizadas, son abandonadas cual triste pañuelo de papel. Es decir, el personaje –y el mito- de Don Juan esconde detrás una forma de vida –que aún hoy en día hay quien reivindica- a la que se ha denominado donjuanismo. Y lejos estamos, todavía de decidir si tal estilo es virtud o patología… siempre y cuando no se les pregunte a las mujeres de hoy. 

Desconocía de la existencia de Carmen Díaz de Mendoza Aguado (1864-1929), condesa de San Luis, escritora, dramaturga y feminista española y que dejó, entre sus pocas obras, una dramática titula Don Juan no existe, un ensayo ligero estrenado en 1924, es decir, al comienzo de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Y que después de haberle dedicado media vida a la Historia un servidor desconozca la mera existencia de esta señora solo nos habla de la excesiva masculinización de la Historia, como ocurre con la Literatura o, por supuesto, con la música clásica en general y la ópera en particular.

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Así pues, Helena Cánovas, además de darnos a conocer su propuesta musical nos ha permitido acceder a una figura histórica realmente fascinante que trató a través de la literatura y de su pensamiento feminista de transformar la realidad que le tocó vivir. Alberto Iglesias, libretista, nos coloca al comienzo de la ópera en una función del citado Don Giovanni, lo que despierta el malestar de la condesa, enfadada al ver a la mujer relegada a simple víctima de conquista. Y ahí comienza la reflexión: ¿persiste el Don Juan a primeros del siglo XX o es una cosa del pasado? ¿Existe el don Juan o el estilo donjuanesco como algo inevitable e intrínseco al ser masculino? Y los hombres que rodean a la condesa, protectores y paternalistas, tratan de anularla. Y ahí se reivindica la mujer luchadora. Más tarde escribirá su obra, sobre la que se basa esta ópera, y el escaso éxito alcanzado solo le hará comprender aún mejor que su tiempo aún no había llegado.

Hoy en día, sin embargo, una “condesa” que, por ejemplo, se llame Helena Cánovas puede escribir con más libertad y mayor protección social, plantar su obra ante la sociedad y esperar nuestra respuesta, que puede ser incluso positiva aunque... no nos engañemos, queda todavía mucho por hacer. Y el éxito o no de esta obra y de otras que vendrán –porque vendrán, no tengamos duda alguna- solo el tiempo y las circunstancias histórico-ideológicas lo decidirán. 

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La propuesta musical de Cánovas es la de un recitado permanente, con ciertos aires al recitativo mozartiano que se entremezcla con un sprechgesang hasta el punto de que cualquier atisbo de melodía queda empañado aunque advertimos alusiones directas a la obra mozartiana. Los cantantes han de sopesar el texto, hacerlo brillar, nos lo tienen que hacer llegar con claridad. La obra es para tres cantantes, cuarteto de cuerda, saxo y percusión, todos bajo la dirección de Jhoanna Sierralta y solo caben parabienes sobre la labor de estos músicos, todos componentes de la Orquesta Titular del Teatro Real. Sobresalientes.

Rocío Faus, en todo momento en escena, construye una condesa creíble que, simbólicamente y cómo alegoría del paso del tiempo, se va desprendiendo de los ropajes más encorsetados para terminar como las adolescentes de hoy en día, en eso que se llama ropa cómoda, embadurnada en la tinta que se niega a las mujeres porque el escribir, ya se sabe, es cosa de hombres. Vocalmente entera, muy segura y con fraseo notable la soprano granadina. Josep-Ramón Olivé aporta imponente presencia escénica y una voz densa y de bello color, dando empaque tanto al amigo condescendiente como al fantasma del mismo don Juan. Finalmente, impecable el tenor Pablo García-López como el amigo fiel aunque desesperado, incapaz de aceptar la autonomía de la mujer. Voz bien proyectada, de volumen y con acentos adecuados para marcar su desesperación y desilusión.

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La propuesta de Bárbara Lluch es simple pero efectiva: un rectángulo claramente delimitado simboliza el escenario dentro del que puede desarrollarse la vida de una mujer, en la que los límites están muy claros, qué puede y qué no puede hacer. Por ello, cada vez que quiere salir del rectángulo el golpeteo con el pequeño muro le marca el final de su autonomía personal. Solo al final encontrará la salida subiendo por una escalera mientras la soprano recita el nombre de tantas y tantas valiosas mujeres, sistemáticamente negadas en los libros de Historia: Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken, María de la O Lejarraga, Suceso Luengo, Teresa Azpiazu y tantas y tantas otras. Sinceramente, me emocioné con la lista, recitada-cantada por Faus en tono de justo reproche. 

Un título pequeño de formato que abre las puertas –como tantas y tantas otras propuestas artísticas- al debate sobre la presencia de la mujer en el arte y en la vida antes, allá por los tiempos del don Juan sevillano, en los tiempo previos a la Segunda República, el que le tocó vivir a la condesa de San Luis o, no lo olvidemos, en este 2025 que nos toca soportar.

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Fotos: © Javier del Real