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Creando afición

Frankfurt. 8/12/2022. Opernhaus. Humperdinck. Hänsel und Gretel. Katharina Magiera (Hänsel), Monika Buczkowska (Gretel), Liviu Holender (Peter), Catriona Smith (Gertrud), Peter Marsh (La bruja). Orquesta y Coro de la Ópera de Frankfurt. Dirección de escena: Keith Warner. Dirección musical: Leo Hussain. 

Un debate recurrente entre los gestores de los teatros de ópera y de la prensa especializada es el de cómo atraer al público más joven a los espectáculos operísticos. Se articulan soluciones como bajadas de precios, planteamientos escénicos más atractivos, “versiones” adaptadas para librar a las óperas de su fama de pesadas y largas… Acciones que, me temo, la mayoría de las veces no tienen el éxito esperado. De hecho, la gente joven es una excepción en la mayoría de las representaciones a las que asisto en España. Pero no ocurre lo mismo en Centroeuropa, denominación bastante amplia, pero que podíamos centrar en este tema a los países de habla alemana. Allí, sin ser ni mucho menos mayoría, sí que se ven más espectadores menores de treinta años o rondando esa edad, incluso menores acompañados de sus padres. ¿La razón? Pienso que en primer lugar la música clásica forma parte, en esta zona del mundo occidental, de la cultura del país. No se ve como algo elitista, sino que se integra como una más de las expresiones artísticas (de ahí también el éxito que tiene el ballet en la misma zona). La gente no va en su mayor parte y, sobre todo, fuera de los famosos festivales, a lucir palmito ni por una cuestión de imagen social (como sí ocurre en muchos teatros del área latina), sino simplemente porque les gusta, se han criado con la música y con la ópera y acudir a un espectáculo (generalmente además con precios muy asequibles) es algo lógico y natural. No quiero decir con esto que los mass media alemana prefieran Parsifal a un partido del Bayern, pero sí que hay un público mucho más amplio que en el resto de Europa que ama la ópera.

Además de que la influencia de la cultura o la familia sean el origen de esta mayor atención a este arte, creo que el hecho de que existan tradiciones como la de representar en los meses alrededor de la Navidad de una ópera tan icónica como Hänsel y Gretel de Engelbert Humperdinck, ayudan a “normalizar” la ópera como un espectáculo semejante al circo o al teatro. En la representación que comento se veían numerosos grupos de niños de no más de doce o trece años, acompañados de sus profesores, que habían acudido para disfrutar y a la vez aprender. Se les veía contentos, tumultuosos antes de empezar la obra, pero luego mucho más respetuosos que muchos de los “afectados de la tos” que pululan en otros teatros. Al final aplaudieron con ganas, y las caras no eran de hastío o aburrimiento sino de haber disfrutado. Y eso que Hansel y Gretel, aunque con tema digamos que infantil, no es una ópera de segunda, un divertimento para jóvenes. Aunque su origen fuera ese (la hermana de Humperdinck quería que este musicara una representación infantil que ella había escrito para sus hijos), finalmente el resultante es una ópera de tres actos (dos de ellos unidos por una maravillosa música conocida como “La cabalgata de las brujas”) que adapta el cuento de hadas de los hermanos Grimm (que también se conoce como La casita de chocolate), y para el que Humperdinck, uno de los continuadores de la tradición más clásica del sinfonismo alemán y heredero directo de la música de Richard Wagner, compuso una partitura bellísima, apoyada en abundantes melodías folklóricas alemanas, que realmente resulta atractiva a cualquier clase de público.

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Pero el encanto de la música del compositor germano, como en casi todas las óperas, aunque yo diría que en esta particularmente, viene acompañada de un libreto ligero pero que permite muchas interpretaciones, porque, realmente, el cuento tiene un lado siniestro que como casi todas las narraciones de su época son casi consideradas anatema y enemigas de lo educacionalmente correcto. Ese texto, en manos de alguien imaginativo, puede crear una dramaturgia tan atractiva que forme un equipo formidable con la música. Este es el caso de la producción estrenada en 2014 en la Ópera de Frankfurt por el inglés Keith Warner y que ahora se repone.

Warner modifica el marco de la historia, que partiendo de una representación de guiñol (que se puede ver durante la hermosa obertura), se convierte en una rememoración de unos jóvenes que se han criado en una especie de orfanato de la primera mitad del siglo XX. La madre y el padre se convierten en la terrible gobernanta del internado (realmente el libreto y la música que le acompaña marcan el personaje de la madre como un ser bastante alejado de la bondad que se le supondría en la relación con sus hijos o su marido, aunque se ponga la excusa de la tremenda pobreza para justificar su desesperación y su mal genio) y en el bonachón médico del mismo. También los distintos actos se transforman en sueños en los que de forma sencilla pero muy efectiva, con un excelente trabajo de todos los diseñadores de la producción, se narra la historia recalcando en todo momento la importancia de los libros, la palabra y la lectura. Una muy trabajada dirección de actores, especialmente en el acto de la casa de bruja, hacen que el público esté embelesado ante un espectáculo tan atractivo visualmente.

En el lado musical hay que destacar el desempeño del director Leo Hussain y el brillante trabajo de la orquesta titular del teatro, la Frankfurter Opern-und Museumsorchester, una formación de altísimo nivel. Hussain supo aplicar el ritmo adecuado a una partitura de una riqueza y un color deslumbrantes, donde se mezclan, como ya se dijo, los recursos folclóricos o de canciones infantiles con reminiscencias del lado más romántico del wagnerianismo. Pasajes como la obertura, la Cabalgata de las brujas o el preludio del tercer acto sonaron con una impecable calidad. En el lado vocal destacar el Hänsel de Katharina Magiera, una mezzo de voz bella y carnosa, con una línea de canto perfecta, siempre segura en toda la tesitura y que siempre destacó en los dúos (muy abundantes en la ópera) con Gretel. Esta la interpretaba Monika Buczkowska poseedora de un vibrato que, sobre todo en el primer acto, lastró una buena actuación. Poco a poco fue haciéndose más con el papel y nos brindó una estupenda Wo bin ich? Wo bin ich?, una de las arias más atractivas de la obra. También estuvieron las dos especialmente destacadas en esa joya que es la Oración nocturna, un dúo que por derecho propio forma parte de los más bellos de la historia de la ópera.

Excepcionalmente el papel de la madre lo cantó, sustituyendo a la anunciada Gertrud Anstelle, la escocesa Catriona Smith. Hay que reconocer las tablas que luce la soprano y el dominio de un papel bastante ingrato vocalmente. Convincente como actriz, estuvo segura en el centro y el grave de su parte, pero con un tercio agudo poco brillante. Con gran proyección y seguridad de emisión, la voz del barítono Liviu Holender resonó en todo el teatro. Su canto es atractivo y no se excedió con tintes demasiado exagerados en el papel de padre de los niños protagonistas. Junto a Magiera, fue el mejor cantante de la noche. Muy bien también, con gran implicación dramática y buena resolución vocal, la bruja de Peter Marsh, papel que en la actualidad suelen cantar tenores pero que en su origen se creó para soprano dramática. A gran nivel también los comprimarios y el coro de la Ópera de Frankfurt que cerró con el resto del elenco un tercer acto que culminaba una función de placer y cultura para todos los públicos, como se decía en las clasificaciones cinematográficas.

Foto: © Barbara Aumüller