OCNE 23 Mena Saariaho d 

Transparencias y densidades

Madrid. 11/02/2023. Auditorio Nacional. Obras de Grieg, Saariaho y Elgar. Kari Kriikku, clarinete. Orquesta Nacional de España. Juanjo Mena, director. 

Interesantísimo programa que aunaba obras de indudable interés infrecuentemente escuchadas, y que ponía a la palestra dos universos realmente diversos: la liquida, a momentos oceanica textura tan afín a Saariaho, llena de irisaciones y espejeantes timbres; y la mas rugosa, tempestuosa, y densa textura tan propia de Elgar, compositor que, en su Sinfonía no.1 usa ciclópeas estructuras, de ancho recorrido.

D’om le vrai sens, para clarinete y orquesta se estructura, como bien nos comentaba la compositora en su entrevista, sobre los cinco sentidos y uno mas, en su enigmático final. Saariaho nos propone un onírico y particular universo donde bucea, a modo de demiurgo, el unicornio -clarinete solista- en permanente diálogo con la orquesta. El clima y atmósfera creados es mágico, de una exquisito perfume. La evanescente y delicuescente manera de hacer de la finlandesa es, a falta de mayor contraste, contraria en general al vigor, que, en este caso, se concentra en el apasionante movimiento que muestra el sentido del tacto y sobretodo en su, hasta cierto punto, salvaje y tribal final. Las dinámicas son en general suaves, los compases largos al igual que las “colchones” utilizados normalmente por la cuerda y vientos, llenos de flotantes armónicos que crean climas suspendidos. Absolutamente hipnótico el ultimo movimiento (À mon seul désir) con su omnipresente y repetitivo motivo en la celesta que repite una y otra vez a modo de lejanísimo mantra, y sobre el que clarinete y miembros de la propia orquesta que se levantan, van difuminándose poco a poco de forma casi espectral. 

Kari Kriikku, que hizo de clarinete solista y de autentico showman (la compositora demanda en la obra movimiento escénico al solista) realizó una soberbia recreación. Con un sonido siempre bello, noble, y rico de armónicos, solventó de la forma mas orgánica los numerosos escollos técnicos y efectos como sonidos multifónicos, frullati, o bisbilleando que demanda su parte, e imantó de magia y personalidad la sala consiguiendo un verdadero éxito. La orquesta y director también contribuyeron, Juanjo Mena demostró una impecable seguridad en los incesantes y largos compases cuaternarios llenos de múltiples entradas, y consiguió crear un general refinamiento junto a la orquesta lleno de sutilezas. Gran acierto esta obra y su interpretación, y así lo hizo notar el público con sus aplausos.

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Otro universo, como decía, es la Sinfonía no.1 de Elgar. Obra estrenada en el lejano diciembre de 1908, lejano en cuanto a sus propuestas estéticas, mas cercanas éstas de un estirado y último romanticismo al que el compositor, con sus indudables características propias, se adscribe sin complejos. Autodidacta, de un modo de hacer mucho mas borrascoso, denso y hercúleo que el de Saariaho, Elgar -y no cabe duda que con momentos de indudable ampulosidad- compone una sinfonía llena de bellísimos momentos. Desde el flemático primer motivo que inaugura la obra, con ese bajo ostinato tan afín al compositor, Elgar nos lleva de la mano por un abigarrado viaje que implosiona frecuentemente en tumultuosos pasajes llenos de tensión y semicorcheas, pero también sabe calmar y reposar. La instrumentación es riquísima y en general muy sabia, y, aunque uno tenga algunos momentos en los que la sensación es de estiramiento excesivo de los recursos, la obra merece bastante mas predicamento en las salas de concierto del que en la actualidad tiene.

Juanjo Mena, con su gesto tan fenomenologicamente celebidaquiano, hizo una verdadera creación. Atentísimo, haciendo música en el momento -como lo que deben de hacer para mi gusto los grandes directores-, llevó en volandas a orquesta y sala. Obra especialmente difícil de clarificar, Mena no paró de secuenciar motivos y momentos durante toda la interpretación de la forma mas dinámica. Musicalísimo, como demostró en todo el concierto, enriqueció, a falta de una última depuración y algún pasajero desajuste o borrosidad, todo el discurso sonoro de forma soberbia, y mostró a una Orquesta Nacional en un estupendo estado de forma, demostrado incluso en el demandante virtuosismo pedido por el compositor en la obra, especialmente en el segundo movimiento.

Como complemento del concierto el programa se abrió con las bellísimas y olvidadas Dos melodías elegíacas op.34 para orquesta de cuerda de Edvard Grieg. Mena supo dar con esa vaporosa melancolía que las dos llevan dentro, fraseándolas de forma preciosa, como ese abrir en el punto culminante, ademas de sacar bellamente los sforzandi, y saber crear un mágico y contrastante clima en la parte escrita sul ponticello. La cuerda de la Nacional demostró una igualdad en las zonas del arco digna de las mejores orquestas, ademas de transparencia y belleza sonora.

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