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Óperas que saben a tierra y a verdad

Sevilla (16/02/2023). Teatro de la Maestranza. Janácek. Jenufa. Agneta Eichenholz (Jenufa). Ángeles Blancas (Kostelnicka), Peter Berger (Laca) Thomas Atkins (Steva) Nadine Weissmann (Abuela Buryja). Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de Escena: Robert Carsen. Dirección musical: Will Humburg.

Hay óperas que están pegadas a la tierra, que saben a tierra. A la tierra de la que surgieron, en la que están enraizadas por muchas de sus melodías, por su sentir cercano al mundo donde fueron creadas. Pero también que llevan al oyente a buscar lo que le une al mundo real, al mundo de la tierra, de lo que verdaderamente importa. En 1904, Leos Janácek, un compositor de un rincón casi perdido del Imperio Austro-Húngaro,supo crear algo más permanente que ese imperio de desfiles militares, valses y lujo. Porque, siguiendo la estremecedora obra teatral La hijastra de Gabriela Preissová,él buscó en su tierra, en su pueblo, en su mundo moldavo, la inspiración para crear una obra maestra que se llama Jenufa. Pero además esta ópera está llena de amor, de amor real y cotidiano, y por eso resulta tan cercana a cualquier público aunque el idioma sea incomprensible para la inmensa mayoría. En Jenufa se habla un lenguaje universal y pocas veces he visto al público del Teatro de la Maestranza de Sevilla tan hipnotizado por lo que ocurría en el escenario, descubriendo muchos, seguramente, esta maravilla.

Pero para lograr el triunfo que los fuertes aplausos finales demostraron fue fundamental una función en la que el plano artístico estuvo a un altísimo nivel. Empezando por un grupo de voces que se entregaron totalmente a la obra, pasando por un foso de gran calidad y acabando en una dirección de escena que saco la esencia de la ópera eliminando cualquier elemento superfluo.

Esta ópera tiene dos protagonistas aunque el papel de Jenufa sea el que de nombre. La figura de Kostelnička (la Sacristana), madrastra de Jenufa, se alza como un contrapeso que se enfrenta teatralmente a su dulce hija. Son dos formas tan radicales de ver el amor, que aunque no hay un enfrentamiento real entre ellas, el público ve aKostelnička como un elemento perturbador y traumatizante. Y lo es. Por eso este papel es de los más difíciles de todo el repertorio para una soprano madura. Lo que hizo Ángeles Blancas el pasado día 16 de febrero en el estreno no se puede describir sin que parezca todo una hipérbole de crítico sin medida. Y es que la soprano española estuvo excelsa, con una calidad vocal que realmente nunca había visto en este papel, muchas veces encarnado por cantantes ya en el ocaso de su carrera. No es este el caso. Blancas estuvo pletórica, completamente entregada en lo actoral sin caer en histrionismos y con una voz de una belleza y de una potencia apabullantes. La salida en pianissimo de alguno de sus agudos para luego llegar luego a plena voz nunca los había oído en este papel. Segura en los agudos, el segundo acto fue simplemente una demostración de cómo hay que cantar este rol tan cruel y duro. Realmente es una interpretación para no olvidar en la vida. Impresionante. Y si se me permite, ya no hablando como crítico sino como melómano, gracias, señora Blancas.

Gran noche de voces. Porque si lo de Blancas fue excepcional el resto del elenco también consiguió encandilar al público. Agneta Eichenholz es una soprano de una larga y sólida carrera internacional que encarnó con gran profesionalidad el papel de Jenufa. Aunque empezó algo insegura, con poca proyección vocal y poco metida en el papel, poco a poco fue cogiendo más seguridad y estuvo espléndida en los dos últimos actos. Como no podía ser de otra manera su mejor momento, apoyado en el lirismo de la cantante y su atractivo timbre, fue en la bellísima Salve del segundo acto, donde la oración transmite plenamente a través de la melodía, el corazón bueno y limpio de Jenufa, y en el final de la obra, cuando el perdón y amor se expanden y donde Eichenholz volvió a estar impecable.

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Laca, el torpe enamorado, el agresor de Jenufa pero que al final será su compañero de desdichas, estuvo interpretado por Peter Berger, un buen tenor eslovaco que conoce este papel a la perfección y que no tuvo ningún problema en interpretar este papel tan contradictorio en su amor. Poseedor de una voz de muy estimable volumen pero de un timbre a veces algo ingrato, llegó sin problemas a los abundantes agudos que salpican su rol aunque a veces de una manera algo abrupta. Extraordinario el Steva de Thomas Atkins, una voz que enamora desde el primer momento y que el tenor británico maneja de una manera prodigiosa. Suyos fueron los mejores momentos de las cuerdas masculinas y sería un placer verlo en un papel como el de Lenski de Eugene Onegin, perfecto para su tesitura. Magnífico como cantante (supo darle perfectamente los matices vocales que necesita su papel), estuvo convincente como actor sin caer en los histrionismos en su entrada en el primer acto.

Sin tanto protagonismo pero con un papel de calado en la historia de esta familia, Nadine Weissmann fue una convincente abuela Buryja. Gran trabajo de todos los comprimarios, entre los que destacaría el excelente desempeño y profesionalidad, como nos tienen acostumbrados tanto Isaac Galán, como el capataz, como Felipe Bou, como el alcalde. Excelente el Coro de Ópera de Sevilla, bien empastado y con un destacado trabajo actoral. Un valor seguro muy bien dirigido por Íñigo Sampil, en una ópera que presenta evidentes dificultades idiomáticas.

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Will Humburg es un veterano director alemán que supo, con garra y buen hacer, llevar a buen puerto la interpretación de una partitura tan bella como ecléctica. Janacek, creador de un estilo propio, bebió en el folklore eslavo pero también recibió influencias de la música más vanguardista que se hacía en Rusia y Alemania. Humburg, con gestos contundentes y precisos, controló con maneras de un eficaz Kapellmeister a una estupenda Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que una vez más mostró su gran nivel. A destacar el virtuoso trabajo de la concertino Alexa Farré Brandkamp, que se lució en los momentos que le brinda su parte en solitario.

La producción, proveniente de la Ópera de Amberes, la firma el muy conocido Robert Carsen, que estuvo presente en este estreno sevillano. Carsen opta, como en otros trabajos suyos, por la simplicidad y el marcado minimalismo escénico concentrando su mensaje en la dirección de actores y en detalles que marcan la esencia de la ópera. Utilizando como escenografía simplemente unas puertas desmontables y una moqueta que imita la tierra cubriendo todo el escenario, el director canadiense, con la inestimable ayuda de una iluminación perfecta diseñada por él mismo y Peter van Praet, crea unos ambientes claustrofóbicos pese a que nada está cerrado. Es quizá la magia de esta puesta: con pequeños movimientos y la luz, hace que los personajes transmitan esa soledad en la que todos están encerrados. Hay escenas (la gente del pueblo rodeando la casa que nos recuerda su montaje de Diálogos de Carmelitas, o la escena final, con el escenario vacío y la lluvia cayendo, como hizo en su trabajo para el Ocaso de los dioses que pudimos ver en el Liceu y en el Real) que son marca de la casa. Y es que Carsen suele acertar en sus propuestas y su Jenufa no es una excepción.