Un Donizetti de lo más dictatorial

Oviedo. 14/12/15. Teatro Campoamor. Donizetti y Salvi: Il duca d´Alba. Ángel Ódena (Duca D´Alba), José Bros (Marcello) María Katzarava (Amelia), Felipe Bou (Sandoval), Josep Fadó (Carlo), Miguel Ángel Zapater (Daniele). Dirección musical: Roberto Tolomelli. Dirección de escena: Carlos Wagner

Allá por el 1564 España era un “Imperio donde nunca se ponía el sol”, y su poder estaba personificado en Felipe II, quien gustaba de reinar con el clero católico y la nobleza como principales apoyos. Por aquel entonces los Países bajos sólo eran un territorio más de entre los tantos dependientes del vasto Imperio Español. No obstante, su protestantismo religioso y el descontento de la burguesía local le impedían subyugarse del todo al control cultural y político pretendido desde Madrid. Para afianzar su poder Felipe II decide enviar al general Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, quien gobernó a hierro y fuego para preservar los intereses del monarca. Su férrea administración, que escribiría uno de los principales episodios de la leyenda negra española, atemorizó a los flamencos de tal modo que, a día de hoy, siguen amenazando a sus hijos con llevarles ante el Duque de Alba cuando hacen alguna travesura.

La génesis de Il Duca D’ Alba como obra operística se inicia con un encargo de la Ópera de París a Gaetano Donizetti, quien concluirá casi por completo la orquestación de los dos primeros actos y perfilará la melodía de los dos últimos antes de decidirse por abandonar el proyecto. La partitura acabó en manos de su alumno, Matteo Salvi, quien la completó para estrenarla en Roma en 1882. En España la obra sólo había sido representada en dos ocasiones, la última de ellas en 1887, pero estos días, gracias a la infatigable labor de la Ópera de Oviedo, el título ha sido por fin reestrenado en nuestro país. Esto supone sin duda una genial iniciativa por parte de la organización que, a la postre, también ha conseguido suscitar una expectación muy superior a la acostumbrada en el resto de obras de la temporada.

La escenografía corrió a cargo del venezolano Carlos Wagner, quien nos sorprendió con una propuesta que, aunque vanguardista y arriesgada, no estuvo tan alejada de la intencionalidad de la obra como cabía esperar, consiguiendo algunos detalles y momentos de franco interés. Todo el proyecto escénico pivotó en torno a la irracional maldad del duque, a quien se le compara con el gerifalte de cualquier régimen totalitario. En él podemos distinguir sombras tan oscuras como las del despotismo, la megalomanía o la violencia, que Wagner intenta aglutinar para convertir al duque en una suerte de alegoría a todos los dictadores de la historia. El propósito funcionó en líneas generales, aunque a la hora de la caracterización habrían sobrado los pendientes y tatuajes, que conferían al pobre Ángel Ódena una apariencia más próxima a un latin king que a un general del ejército español.

En lo correspondiente a la recreación de los escenarios, Carlos Wagner desfigura con razonable acierto la Bélgica ocupada, presentándola como un estado distópico donde el ejército goza de total presencia en la vida pública y la gente es ahorcada en grúas de construcción, como si del Irán más fundamentalista se tratase. Todo ello aderezado con un cierto toque industrial y unos enormes soldados americanos que dominan el escenario desde las alturas. El regista confomó además la caja escénica a doble altura, un recurso afortunado que permitió magnificar la supremacía de españoles (situados en el piso superior) sobre belgas (en el inferior). La proyección de aviones militares a lo largo del cuarto acto no resultó en cambio interesante, dado que se dilató demasiado en el tiempo y desvió superfluamente la atención del espectador.

Desde el punto de vista musical este Duque de Alba, de fuerza y dramatismo casi verdianos, difiere notablemente del resto de partituras a las que Donizetti nos tiene acostumbrados. Desde el foso la Oviedo Filarmonía supo afrontar el desafío con oficio, ofreciendo una lectura correcta y de interés creciente tras el descanso que terminó algo empañada por los esporádicos desempastes en la sección del viento metal. A la batuta de Roberto Tomelli cabría requerirle una mayor intencionalidad en las dinámicas, que por momentos parecían acomodarse en un continuo mezzoforte. Pese a todo, el italiano dirigió con solvencia, logrando llevar la obra a buen puerto y permitiéndonos centrar nuestra atención sobre los cantantes.

El tríptico Duque, Marcello y Amelia desplegado sobre el escenario se demostró eficaz. Especialmente gracias a la elogiable labor de José Bros, que dio voz a Marcello de Brujas mientras derrochaba credibilidad y dramatismo sobre las tablas; marcando en este sentido la pauta a seguir por el resto del elenco. En lo vocal Bros nos sirvió la interpretación más meditada y rica en detalles de la noche. Complementada por una proyección razonable, un color uniforme y, sobre todo, su siempre exquisito fraseo. Ángel Ódena, por su parte, firmó un Duque creíble y ciertamente más acertado en los dos últimos actos, en los que su interpretación comenzó a ganar enteros a partir del aria “Sí! Colpevol fui”, en la que demostró además una capacidad de matización más que razonable para su cuerda. La muy esperada María Katzarava interpretó con aplomo su papel de Amelia d’ Egmont. Si bien es cierto que su fraseo resultó algo monótono y su control de las dinámicas mejorable no hay duda de que la soprano mexicana posee un material de importancia; estupendamente dimensionado y que, atendiendo a su corta edad, de seguro le proporcionará numerosas alegrías en un futuro no demasiado lejanos. 

El resto del reparto estuvo adecuadamente cubierto con cantantes en su totalidad españoles: Josep Fadó y Felipe Bou, quienes realizaron un excelente trabajo interpretando a Carlo y Sandoval respectivamente, Ricardo Domínguez en el papel de un tabernero y el consumado Miguel Ángel Zapater que cantó con gusto, aunque algo falto de proyección y contundencia la parte de Daniele. El Coro de la Ópera de Oviedo, que en esta producción estrenaba nuevo director, no desilusionó, pero tampoco sorprendió como en numerosas ocasiones acostumbra. Esperemos que la situación se revierta rápidamente y que la agrupación vuelva a ofrecernos todo su potencial en ese segundo acto de “La Bohéme” que ya está programa en el Campoamor para el próximo 31 de enero.