Un bello Monteverdi con poco picante
Barcelona. 11/03/23. Palau de la Música Catalana. Mark Padmore (Ulisse), Sara Mingardo (Peneleope), Jorge Navarro Colorado (Telemaco), Julieth Lozano (Melanto), Mark Milhofer (Eumete), Omar Mancini (Eurimaco), Francesca Billiotti (Ericlea), Giuseppina Bridelli (Minerva), Jérôme Varnier (Nettuno), Denzil Delaere (Giove), Nile senatore (Anfinomo), Vince Yi (Pisandro), William Meinert (Antinoo), Tarik Bousselma (Iro). Cor de Cambra del palau de la Música catalana. Europa Galante. Fabio Biondi, dirección musical.
Demasiadas butacas vacías se veían el otro dia en el Palau, si tenemos en cuenta que el cartel tenía su lustre. En primer lugar, Il ritorno d'Ulisse in patria no se ha representado nunca en Barcelona y así seguirá siendo, de momento, puesto que ese sutil "acting" semiescenificado que vimos no sustituye la cosa propiamente dicha, que será responsabilidad del Liceu programar más pronto que tarde.
Como L'incoronazione di Poppea (1643), Il ritorno d'Ulisse in patria (1640) es una obra repleta de recitativos maravillosos que, sin embargo, resisten la versión concierto por el mero hecho de que resistirían cualquier cosa. Afortunadamente el equipo, dirigido por Fabio Biondi, con Europa Galante, el Cor de Cambra del Palau, Mark Padmore, Sara Mingardo y Jorge Navarro Colorado entre otros, era muy solvente.
Y sin embargo, podría haber sido más chisposo. Dentro de la alta corrección general, el contexto instrumental fue un tanto árido. Se habría agradecido algo más de color, algo más de dramaticidad, tensión rítmica... A las columnas del panteón les habían suprimido el color y ahora lucían, blancas, clásicas, impertérritas. Se puede tocar un Monteverdi más dionisíaco, más divertido y más teatral, pero parece que ese no era el plan de Fabio Biondi. En cambio el Cor de Cambra estuvo particularmente fresco en las pocas participaciones que la partitura le permite.
La responsabilidad de animar la fiesta recaía en los cantantes y, muy particularmente, en Mark Padmore, que lidiaba con un rol de peso como el de Ulisse. De este personaje se puede decir lo que ya cantó aquél: "soy ladrón, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero". Ese es el Ulises de la Odisea (o el Odiseo de la Odisea, según el gusto del traductor). Y podría ser el de Monteverdi, pero Padmore parecía más bien el Evangelista de la Pasión o un pensionista agotado por los embates de la vida (que siendo menos novelescos que los de Ulises, no son nada despreciables). Vaya por delante que Mark Padmore es un gran cantante, muy eficaz y muy profesional, que canta con convicción porque domina la partitura. Nada de todo esto se le puede negar y por ello recibió merecidas ovaciones, pero Ulises puede ofrecer un canto más sensual (y menos abierto), puede ser más italiano (y más ladrón y más embustero) también en lo que refiere a la dicción y puede abordar el canto fiorito con más brillo y gallardía. Se han escuchado monólogos ("Dormo ancora?") más poéticos a pesar de la voluntad expresiva incuestionable del tenor.
Podría parecer que la velada fue un fiasco y sin embargo no fue así. En primer lugar porque todos los límites y las objeciones que se puedan hacer a los quehaceres de Biondi y Padmore no dejan de ser detalles estilísticos y (¿por qué no?) manías de un servidor que no empañan un trabajo muy serio. Y en segundo lugar porque ahí estaba, entre otros, Sara Mingardo en el papel de Penelope. Y no dio puntada sin hilo, nunca mejor dicho. Ofreció una dicción italiana mucho más bella, y un color y un calor que se fue consolidadndo a medida que avanzaba la representación pero que ya llamó la atención desde "Di misera reggina non terminati mai dolenti affanni", en la primera escena del primer acto.
Y no sólo de Mingardo vivió el Palau. También el Telemaco de Jorge Navarro Colorado dejó una excelente impresión por la flexibilidad de su vocalidad, y el aplomo y la asertividad con la que sostuvo su parte. Tuvo la ocasión de convencernos de todo ello muy especialmente en la quinta escena del segundo acto ("Lieto cammino, dolce viaggio").
La cosa quedaba así bien compensada en lo que se refiere a los personajes y las responsabilidades principales, pero en el conjunto del reparto se escondían algunas perlitas. Como el Antinoo de William Meinert, que dejó la huella de una voz timbrada y libre, sonora y de notable extensión aunque la escritura de Monteverdi prescriba algunos graves bastante impracticables. Y lo mismo se podría decir de Giuseppina Bridelli, que acaparaba los papeles de Giunone, Fortuna y Minerva y en todas las ocasiones se la vio sobrada, con bello timbre y recursos técnicos más que suficientes.
En el resto del reparto hubo luces y sombras. Así Jérôme Varnier o Julieth Lozano, que mostraron sus limitaciones en los roles de Nettuno, de una parte, y de Melanto y Amor de la otra, o el Eurimaco de Omar Mancini. Parecía que prometía cosas mejores Denzil Delaere (Giove), pero fue perdiendo gas a medida que avanzaba la tarde. El elenco de secundarios ofreció sin embargo algunas prestaciones destacables y en conjunto cabe decir que probablemente fuera esto lo que permitió que la velada fuera un éxito sancionado por el público como tal. Tal vez con un poco más de brillo en los puntales del edificio (Biondi y Padmore) la cosa habría podido ser memorable, y no lo fue, pero lo cierto es que el conjunto generó la expectativa de poder ver algun dia esta obra representada en el Liceu con una ejecución musical cuando menos tan solvente como esta.
Foto: © A. Bofill