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Siglo y medio después

Bilbao. 31/03/2023. Iglesia de la Encarnación. Valentín de Zubiaurre: La pasión de nuestro señor Jesucristo. Ana Otxoa (soprano), Beñat Egiarte (tenor), Julen García (barítono), Juan Laborería (bajo), Alberto Sáez Puente (piano) y Sociedad Coral de Bilbao. Dirección musical: Enrique Azurza.

Una de las citas musicales habituales de la capital vizcaína es la que se celebra en las cercanías de la semana santa consistente en un ciclo de conciertos que responde al nombre de Bilbao Arte Sacro (BAS). Este año se han previsto cinco conciertos entre el 31 de marzo y el 4 de abril por lo que este que nos ocupa era el que abría el festival. El punto de encuentro, la iglesia de la Encarnación, en el típico barrio de Atxuri, a unos cinco minutos andando del Teatro Arriaga.

La obra programada resultaba de mucho interés y provocadora de cierto revuelo mediático porque se trataba del estreno de La pasión de nuestro señor Jesucristo, del compositor vizcaíno Valentín de Zubiaurre, obra realizada mientras completaba en la década de los setenta del siglo XIX, durante su formación en Milán posible tras recibir la pertinente beca y que el compositor finalizó en su versión para solistas, coro y órgano y dejando inconclusa la versión con orquesta. 

Hablamos de cierto revuelo mediático porque los mismos participantes de este concierto han estado antes, el 10 de marzo en concreto, en la Academia de España, de Roma presentando la obra y poco después, el 25 del mismo mes, en la Capilla Real, de Madrid, lugar en el que el compositor trabajó durante cuatro décadas. Todo ello ha tenido su pertinente reflejo en los medios de comunicación estrictamente musicales y en los generalistas y, al menos, podemos consolarnos con el hecho de que por unos pocos días un compositor hasta ahora ignorado haya encontrado su hueco en el loco mundo de la actualidad. Falta aun un concierto especial, el que su obra se habrá interpretado el 1 de abril en la iglesia de su localidad natal, Garai.

Hace casi dos años, en uno de los breves descansos dados por la pandemia, el Teatro Real, de Madrid programó dos funciones en versión de concierto de Don Fernando, el emplazado, ópera del mismo Valentín de Zubiaurre (Garai, 1837-Madrid, 1914) y un servidor y otros aficionados vascos nos acercamos a la capital del reino con la idea de disfrutar de la novedad, conscientes como éramos que podíamos encontrarnos ante una ocasión única. De hecho, esa fue mi primera aproximación a la música del compositor vizcaíno. 

La música de esta pasión ha sido la segunda y vuelvo a reiterar dos aspectos que ya mencionaba en la reseña operística aludida: por un lado, la perentoria necesidad de recuperar patrimonio musical, el que por diversas circunstancias ha permanecido ignorado por intérpretes y melómanos. Además, ello conlleva la recuperación de compositores que son desconocidos para muchos y que, a poco que escarba uno, se nos aparecen en una pequeña parte de su esplendor en la medida que facilitamos la escucha de su obra. Por otro lado, quiero insistir en la necesidad de que de estas obras quede algún tipo de registro fonográfico que facilite al ciudadano medio el conocimiento de las mismas ahora y en el futuro. Supongo que algunas de estas peticiones serán más fáciles, otras más complicadas pero poco a poco se están dando pasos positivos e iniciativas de este tipo solo merecen nuestro aplauso. 

En definitiva, que acercarse a la iglesia de la Encarnación era casi obligado. La pasión de nuestro señor Jesucristo ha necesitado 150 años para ver la luz y no se trata de esperar otros tantos para una segunda oportunidad. Ello mismo pensaron varios cientos de personas porque el recinto estaba completo y las entradas agotadas desde días antes. De hecho, el mencionado concierto en la pequeña iglesia de Garai se repetirá dos veces el mismo día por la demanda del público.

La obra, de unos sesenta y cinco minutos de duración, está estructurada en ocho partes para cuatro solistas vocales, piano y coro. El coro interviene en seis de las mismas, en todas ellas interviene alguno de los solistas y en dos de ellas, quinta y octava, los cuatro conjuntamente. Estos solistas, todos de casa, fueron una extraordinaria Ana Otxoa, soprano de agudos muy solventes y fraseo notable, que se hizo destacar en los números de conjunto; el tenor vizcaíno Beñat Egiarte, de voz lírica y agudo fácil, respondiendo adecuadamente a las exigencias de la partitura, sobre todo en el número final; el barítono también bilbaíno Julen García, firme y contundente en su número más especial, Et fecerunt discipuli, el segundo de la obra; finalmente, el barítono-bajo donostiarra Juan Laboreria mostró una voz noble, de agradable timbre aunque podría pedírsele cierta contundencia en las partes en las que se le demandaba más autoridad vocal, como el caso del séptimo número, Postquam autem. Brillante el pianista Alberto Sáez Puente, protagonista en el preludio de la pasión y en la enérgica entrada del quinto número, At illi tenentes Jesum, siempre atento a caminar junto a solistas y coro. 

La agrupación coral ha sido la muy estimada Sociedad Coral de Bilbao, que demostró estar en muy buen estado de forma. Bien empastada, de bello color sobre todo en las dos tesituras extremas, bajos y sopranos, con sonido equilibrado y bien conjuntado con instrumentista y solistas vocales, resultó ser el gran triunfador de la tarde. El mérito cabe apuntárselo a quien es su director desde 2016, Enrique Azurza, que en esta ocasión también asumió la máxima responsabilidad en el papel de concertador. De gesto claro, supo delinear de forma adecuada tanto las partes más íntimas como las más extrovertidas. Porque esta obra, que nos traslada  tanto a los convencionalismos del lenguaje musical religioso como teatral –es evidente la influencia de la música operística en números como el quinto o el último- ha gozado de una interpretación sentida, hermosa y ello es de agradecer.

El público respondió de forma fervorosa tras unos segundos de respetuoso silencio aunque eso sí, durante el concierto hubiera quien, erre que erre, considerara que cada vez que había un silencio había que aplaudir, aunque fuera en solitario. Una gran idea la de esta propuesta musical, una brillante interpretación y ahora solo desear que no tenga que pasar otro siglo y medio para poder volver a disfrutar de estas notas.