Pero, ¿usted quién es?
Madrid. 03/05/23. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Mozart. Louise Alder, soprano. Wiebke Lehmkuhl, contralto. Linard Vrielink, tenor. Kresimir Strazanac, bajo-barítono. Orfeó Català. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, director.
Aludiendo en el título de esta crítica a uno de los memes más icónicos, fruto de la televisión de los dosmil o, si lo prefieren, a la ética y la estética de Kierkegaard, aún en 2023, o seguramente más que nunca en 2023, la hermenéutica mozartiana sigue siendo un maravilloso puzzle que nos trae de cabeza.
Lo ha venido a demostrar la Filarmónica de Berlín (Berliner Philharmoniker) con el primero de sus conciertos de su última visita a Madrid, gracias a Ibermúsica y dedicado en su totalidad a la música del genio Salzburgués. Pero, ¿quién es Mozart?, al menos interpretativamente hablando. Sintetizando, en la disyuntiva filosófica entre lo ético y lo estético, entre "lo uno o lo otro", Kirill Petrenko y sus atriles han venido a demostrar que se puede reunir el todo para darle vida a través de la música. Hoy en día, las visiones históricamente informadas o historicistas parecen resultar el cánon sobre cómo se ha de tocar Mozart. Harnoncourt, Gardiner, Herreweghe, Jacobs, Hogwood, Brüggen... Tras mortificar a Karajan por la visión de sus partituras, precisamente con los Berliner, ¿acaso el suyo no es Mozart? ¿Es menos Mozart el de Fricsay, Mackerras, Böhm o Krips, por ejemplo? ¿Cuál es el Mozart genuino cuando se trata, siempre, de interpretación? ¿No sucede siempre, acaso, como en el mundo audiovisual? En cuanto colocamos una cámara entre nosotros y la realidad, esta, siempre, de alguna manera y por poco que sea, se transformará en ficción. Supongo que, en tanto en cuanto haya alguien entre la partitura original de Mozart y el público, siempre estaremos asistiendo a una interpretación. La última cuestión - por el momento - será: ¿qué calidad tiene esa interpretación?
La de los Berliner, con Kirill Petrenko al frente, ha resultado, aquí parecen caber pocas dudas, una lectura descollante, en sus coordenadas y formalismos, sí, para cualquiera de las tres obras interpretadas en programa. La Sinfonía nº25 resultó encendida, viva, con esa expresividad vertiginosa que marcan los acordes sincopados con los que se abre y que derivan en un sutil oboe, lo digo desde ya, magistralmente tocado durante todo el concierto por Albrecht Mayer. La intensidad no decayó en ninguno de los compases, con una arrebolada reexposición y siempre una visión desgranada y lúcida del todo, en una de las dos únicas sinfonías escritas por Mozart en tonalidad menor y con una, aparentemente, compacta orquestación, compuesta en los vientos por cuatro trompas, dos oboes y dos fagots. Genialidad el Allegro final en su presentación, en el desarrollo de temas y en sus dinámicas. El escuchar las partes y el todo en el mismo momento. Petrenko, por su parte, dio muestras del genio que es en una gestualidad que llevó al marcar con los hombros o, diría, deleitarse con el sonido que estaban creando, escuchándolo más allá de la orquesta y su dirección, que lo dice todo. Hubo acentos, dinámicas contrastadas, tensión dramática, matices expresivos... surgieron preguntas: ¿Es este el Mozart que viene de Haydn y el Sturm und Drang o es el proto-romántico adelantado, ya a sus 17 años? Este Mozart, con la etiqueta que ustedes quieran, lo tuvo todo.
Acompañaron con mimo y cuidado los Berliner (de nuevo, maravillosos los oboes, también con Andreas Wittmann) a la soprano Louis Alder en Exultate, jubilate, todo un tour de force para la cantante, con fioriture predominante, expresividad y descensos a la zona grave de los que la intérprete británica salió bien airada. Porque siempre se dice de cantar Wagner, Verdi... pero oigan, miren las partituras que Mozart ha dejado a las sopranos en sus obras sacras. Cómodas, cómodas, muchas veces, no son.
Ya en la segunda parte de la noche, se sumaron el resto de un cuarteto solista y el Orfeó Català para interpretar la Misa de Coronación, una suerte de misa ecléctica e híbrida entre las fórmulas que acostumbraba para estas obras. Breve, pero no breve; compacta, pero no compacta; grandiosa, pero no grandiosa. Una genialidad, en cualquier caso, donde, a través del Orféo y los Berliner, pudo entederse aquella capitulación de Kierkegaard: ¡Oh, Mozart inmortal, a ti te debo todo, a ti te debo el haber perdido la razón, te debo la ofuscación de mi alma, haberme estremecido en lo más íntimo de mi ser, a ti te debo el hecho de que nada más en la vida me haya conmovido, a ti te doy las gracias por no tener que morir sin ser amado!". Más allá de lo ético y lo estético, el filosofo danés llegó a distinguir un estadio más: el religioso, aunándose todo ello en esta Misa, sí, y en esta interpretación, que fue absolutamente sensacional, referencial en cuanto a las dos masas interpretativas, coro y orquesta, se refiere. El Gloria, el Credo, fueron apoteósicos, infinitamente bellos en su grandeza y fastuosidad. El "nozzísitico" Agnus Dei, de nuevo con Alder como solista, resultó un escalofrío de hermosura, recogimiento y delicadeza. Pero, ¿quién es Mozart? Mozart, a buen seguro, es quien más disfrutó el miércoles en el Auditorio Nacional.