Atmósfera y vía directa
Madrid. 06/05/23. Auditorio Nacional. Obras de Pärt, Chin y Tchaikovsky. Alban Gerhardt, violonchelo. Orquesta Nacional de España. Simone Young, directora.
Regresaba la directora Simone Young a Madrid, de nuevo ante la Orquesta Nacional de España, tras su visita en 2019 y después de tener que cancelarse su presencia en el Teatro Real con la ópera Lear, de Reimann, debido al confinamiento por la pandemia de covid19. Sobre los atriles, música absolutamente viva de dos compositores contemporáneos como son Arvo Pärt: Cantus in memoriam Benjamin Britten y Unsunk Chin: Concierto para violonchelo, ya bien diferentes entre sí, junto a una gema del XIX como es la Sexta sinfonía de Piotr I. Tchaikovsky; obras en las que pareció buscarse no un cambio de formas propias, aunque sí un contraste en las fórmulas que, a priori, podrían esperarse perseguir en sendos repertorios.
Cantus in memoriam Benjamin Britten fue compuesto por Arvo Pärt tras la muerte del compositor inglés, a mediados de los años setenta del pasado siglo, y viene a significar una de sus primeras incursiones en ese estilo propio denominado tintinnabuli, que en sus características más visibles representa un poso contemplativo a través de un estilo sencillo, de cierta conexión minimalista, muy ligado a la expresividad del tañido metálico de las campanas y una atmósfera eclesiástica vinculada a la iglesia ortodoxa. Cantus viene a ser un pequeño, concentrado y reducido réquiem por Britten, con el foco puesto en la voz solista, digamos, de las campanas tubulares, en un espacio conversacional con el puro silencio... que un público especialmente molesto en el Auditorio Nacional, hasta el punto de la vergüenza ajena, se encargó de arruinar. Como prácticamente cada momento de la tarde que quedó en sus manos. Aun así, Young consiguió elevar la atmósfera necesaria, perseguida por Pärt, con una pátina de penumbra y dolor en la cuerda, sobre la que sostuvo, en realidad, toda su cita con la OCNE.
Clarinete, piano, piano y percusión, dos para violín y el popular sheng chino son los otros instrumentos para los que la compositora Unsuk Chin ha escrito algunos de sus conciertos, forma en la que parece sentirse especialmente cómoda. Comenzó a escribir su partitura para chelo y orquesta, en realidad, hace casi 20 años, estrenándose en 2009 y fue revisada hace 10, en 2013, siempre con Alban Gerhardt, quien también ha participado en estos conciertos de Madrid, como solista. Se trata de una obra que goza de cierta asiduidad en los escenarios, con lo excepcional que suele ser que esto ocurra con la contemporánea, sonando prácticamente cada año desde su revisión, con numerosas citas con Gerhardt, pero a la que también se han asomado nombres como los de Tetzlaff, Hohnson, Enders o, próximamente, Weilerstein. De hecho, el propio catálogo de Chin (u obras concretas como Subito con forza) parece haber adquirido cierta popularidad entre los programadores españoles tras la pandemia (OSPA, Ibermúsica, OSCYL, Navarra, Baleares, OBC...) , quizá concienciados o en la persecución de una cuota con presencia de mujeres en las programaciones. Cualquier fórmula es válida hasta que todos terminen de comprender que es lo lógico y orgánico.
El Concierto para chelo de Chin busca una narrativa épica para el solista, absolutamente idiomático, como es lógico, Alban Gerhardt, apoyándose en el teatro tradicional de la Corea que abraza las raíces de la compositora. Lo lírico, la búsqueda tímbrica y del color en el que a menudo se centra la escritura de Chin, es contrastado con ataques abruptos, en un despliegue de habilidad técnica apabullante, donde el mismo Gerhardt bregó con las notas más agudas de su instrumento, así como con pasajes vertigionosos en el primer movimiento, que alcanzan aún mayor protagonismo y expresividad en el segundo. Estupenda la cuerda grave de la OCNE en el tercero - igualmente los contrabajos en el cuarto -, que adquieren un papel determinante, con contrapunto del solista que conecta, en su ambiente oscuro, pausado, con la primera obra de Pärt.
Ya en la segunda parte de la tarde, Simone Young pareció querer darle la vuelta a la concepción romántica de la Sexta de Tchaikovsky. Rehuyó de lo melifluo, aunque las arcadas líricas seguían estando ahí, obviamente, en el Adagio - Allegro, sin ir más lejos. Una vía directa, sin esperar siquiera a que el ruidoso público guardase silencio para comenzar, con una lectura, podría decirse, ya en este primer movimiento, asertiva y con tempi algo más ligeros, dibujando un disparo directo, certero, a la comunicatividad y expresividad de Tchaikovsky. No obstante, no siempre parecía que Young obtuviese aquello que buscaba, véase por ejemplo las primeras frases, el dibujo del primer tema del Allegro con grazia. Una batuta que siempre buscaba medir, medir, medir, atenta al detalle, construyendo el sonido, tal vez, desde el propio andamiaje técnico... algo, quizá, muy complicado en la OCNE, con una directora invitada, con apenas ensayos... Siguió apoyándose en la cuerda y encontró en ella su mejor aliada, mientras que las trompas no tuvieron, a buen seguro, su mejor noche, así como los metales. No terminó de ser un Tchaikovsky redondo, pues, pero sí uno con el que se pudo disfrutar de Young, de su buen hacer. Tanto que, como parecía inevitable desde el principio tras cargarse sendos finales de Pärt y Chin, el público aplaudió enfervorecido, gritos incluidos, tras el tercer, pero no último movimiento. Tchaikovsky es mucho Tchaikovsky...