Gobernar la inmensidad
Barcelona. 30/10/16. Auditori. Fanny Mendelssohn: Lobgesang. Felix Mendelssohn: Sinfonía núm. 2 “Lobgesang”, op. 52. Ilse Eerens, soprano. María Hinojosa, soprano. Satoshi Nishimura, tenor. Coro Lieder Càmera. Coro Madrigal. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono.
Cuando se tiene buenos ingredientes a mano, si se sabe mezclarlos y estos están dispuestos a mezclarse, el resultado termina siendo excelente. Los símiles culinarios se han manoseado hasta la náusea, pero eso refleja lo que sucedió en el cuarto programa de la temporada de la OBC dirigida de nuevo por su titular Kazushi Ono, que tuvo como hilo conductor el diálogo entre los hermanos Fanny y Felix Mendelssohn, con la cantata Lobgesang (1831) de Fanny y la posterior Segunda Sinfonía homónima (1840) de Felix, a medio camino entre la sinfonía y la cantata. Un programa interesante, donde además ese hilo conductor estaba vinculado con naturalidad a la reivindicación de una “Barcelona Antimasclista”, en relación a ese injusto papel secundario que la hija mayor de los hermanos Mendelssohn se vio obligada a ocupar frente a Felix, como sucede en tantas otras ocasiones en la historia de la cultura occidental, y no en un tiempo ni espacio remoto como algunos podrían pensar. Lo inexplicable, un descanso de veinte minutos tras una primera parte de doce dedicada a la obra de Fanny Mendelssohn.
Para los suspicaces, la inclusión de la compositora de Hamburgo no se sostiene simplemente por un mero gesto reivindicativo como sucede otras veces. Estamos hablando de una autora de oficio y sensibilidad, que sabe administrar el dispositivo vocal y orquestal y cuyo lenguaje se incorpora con espontaneidad a la tradición después de ese eterno punto de partida llamado Johann Sebastian Bach (por cierto, una influencia que tuvo en su primer tamiz otra mujer: su madre Lea Salomon, que había estudiado con un discípulo (muy posiblemente) del mismo Bach, Johann Philipp Kirnberger). No podemos considerar este Lobgesang de Fanny Mendelssohn que la OBC tocaba por primera vez como una pieza destacada en su interesante catálogo, especialmente prolífico en la producción para piano y música de cámara. Sin embargo, la obra consigue concentrar orgánicamente una inmensa riqueza intertextual sin derivar en la simple yuxtaposición, con una gran diversidad de motivos tratados de tal manera que el conjunto no desemboca en la dispersión. Transmitirlo con consistencia y claridad en las líneas es importante, pero también con nobleza en el sonido, y esto lo hizo la orquesta particularmente en la “Pastoral” que precede a la entrada del coro. Después fue precisa en el ajuste con coro y solistas pero algo apocada en pasajes que tal vez demandaban mayor expresividad. Brilló la soprano belga Ilse Eerens de precioso timbre y vibrato en sus intervenciones y algo más discreta fue María Hinojosa; una soprano dotada de una técnica excelente que sin embargo fue emplazada en un papel que no le favoreció, sin pasar de la corrección y con graves poco abundantes. El coro, formado por el Coro Lieder Càmera y el Coro Madrigal se mostró compacto y seguro, como preludio del meritorio rendimiento que daría en la segunda parte.
La Segunda Sinfonía de Mendelssohn es formalmente cercana a una cantata, cosa que se hace patente desde la contundente entrada del coro tras los tres movimientos instrumentales que inician la obra. Si hay algo que define la partitura es la inmensidad, la cara oculta de la belleza, aquello que tanto atemoriza a lo clásico en todos los períodos de la historia. El mismo año que se estrenaba en Leipzig esta obra, escribía en Berlín Bettina Brentano –otra mujer condenada a vivir a la sombra de los hombres– pensando en Hölderlin: “Cuando uno se mueve demasiado cerca de los dioses éstos lo condenan a la miseria”. El romanticismo abrió las alas y lanzó un yo desbordado al infinito sin medir las consecuencias; no es el extremo que se manifiesta en muchos parámetros de una obra de dosificada expresividad que busca la recurrencia en un motivo de dos compases articulados en la pregunta y respuesta de trombones y cuerdas, y que fue encargada para celebrar el cuarto centenario de la imprenta; es decir, de la luz de la razón. Pero sí formalmente puede caer en la disgregación, y el potente dispositivo amenaza con diluir el discurso. La conexión con la grandilocuencia beethoveniana es indiscutible aunque sea algo superficial, y en todo caso un legado que Mendelssohn conocía bien desde la batuta. Para que la inmensidad no caiga en lo descomunal y excesivo, el control de las dinámicas y la administración sonora son tan difíciles como decisivos. Ono puso atención en eso y lo logró, con momentos de calidez, precisión y nitidez sonora. De nuevo, gran prestación de Eerens, y fue en el dúo de sopranos del Andante donde Hinojosa logró un espléndido empaste con la voz de Eerens y la masa coral. Por su parte, Satoshi Nishimura dejó un recuerdo agradable de su primera visita; aunque excesivamente prudente en ciertos pasajes, un tenor dramático impecable de emisión rotunda desde el recitativo y que hizo gala de un registro agudo espontáneo junto a la expresividad de Eerens en el Andante previo a la última intervención del coro. A excepción de momentos puntuales en los que era difícil controlar el volumen de emisión en relación a la orquesta, la prestación del coro fue lo más destacado del concierto. Ofrecieron un estilo cuidado siempre, con una consistencia sin grietas y una magnífica imbricación entre las secciones que mereció los aplausos. Junto a la profundidad romántica, este Lobgesang encontró la adecuada ligereza en los arcos y delicadeza en maderas y metales. Ono canalizó con inteligencia el dispositivo orquestal y vocal con un delicado trabajo de orfebre en el matiz, un factor imprescindible para que resplandeciera en cada momento aquello esencial, sin riesgo a que la anécdota lo sepultara. Tal vez también, quién sabe, la piedra fundacional de lo que puede llegar a ser su legado para esta orquesta, que continúa mostrando esta temporada signos positivos, aunque no termine de llenar las butacas como merece.