Humor, toros y cavatinas
05/06/23. Londres. Royal Opera House.Verdi, Il trovatore. Ludovic Tézier (Il conte di Luna). Marina Rebeka (Leonora). Jamie Barton, (Azucena). Riccardo Massi (Manrico). Roberto Tagliavini (Ferrando). Gabrielė Kupšytė (Ines). Michael Gibson (Ruiz). Orchestra of the Royal Opera House Covent Garden. Royal Opera Chorus. Adele Thomas, directora de escena. Sir Antonio Pappano, director musical.
Entre los aficionados a la ópera, se ha convertido ya en una broma interna comentar los numerosos fallos de guion, eso que ahora llaman plot holes, del libreto del Trovador. Los directores de escena en muchas ocasiones optan sabiamente por obviarlos y se centran en potenciar los momentos de tragedia, contando con la inestimable ayuda de la emocional partitura de Verdi.
La puesta en escena que nos ocupa, de Adele Thomas, toma un camino muy diferente para resolver las dificultades de la historia. Decide construir un relato desde elementos humorísticos e irónicos. Estos elementos funcionan de manera aislada, se presentan en momentos simpáticos e ingeniosos, haciendo uso de una iconografía de estereotipos españoles -toros incluidos, por supuesto- adaptados al contexto medieval. Sin embargo, este conjunto de pequeñas bromas falla al construir una línea narrativa coherente. Los personajes se mueven en el escenario con una dirección de actores mínima, limitándose a clichés dramáticos en los momentos climáticos -como brazos extendidos, manos al pecho y miradas al cielo, sin profundizar en el retrato psicológico de cada uno. Aunque la propuesta no resulta molesta, tampoco aporta ni un ápice a la construcción dramática de los personajes, tan solo funciona como un telón de fondo con cierto ingenio.
En cuanto a las voces, presentan cierta irregularidad. Con la excepción muy notable de Marina Rebeka, que borda su papel, las demás muestran más acierto en la languidez reflexiva y sentimental de las cavatinas que en las demandas enérgicas de las cabalettas y otras piezas de bravura. Rebeka ofreció una destacada exhibición de canto verdiano, dominando las dinámicas, los pianísimos y las emisiones flexibles, demostrando habilidad y sensibilidad en todo el registro de agilidades y coloraturas requerido para el papel. Su momento más memorable se produjo al principio del cuarto acto con un D'amor sull'ali rosee estremecedoramente sensible.
Frente a ella, el Manrico interpretado por Riccardo Massi resultó claramente insuficiente, sin arrojo y apagado por la fuerza de la orquesta, enfrentando dificultades en cada pasaje de emisión a plena voz. Fue un trovador superado por las circunstancias que, no obstante, en los momentos a media voz puedo mostrar un canto elegante, controlado, adecuado en legato y con un hermoso timbre.
Las expectativas estaban altas para Jaime Barton, magnífica en las otras ocasiones que he tenido la suerte de escucharla, pero no se cumplieron. Decidió reservar sus fuerzas y desaprovechó su momento estelar inicial, Stride la vampa, en la que solo pudo ofrecer una emisión corta y tientos de carácter vengativo. Sin embargo, funcionó mucho mejor como acompañante de Manrico en cada una de sus intervenciones, logrando integración y complicidad. Las ovaciones del público se justifican más como un acto de simpatía a una mezzo muy querida, que por la actuación de la noche.
De manera similar, Ludovic Tézier como el Conde de Luna ofreció una sentida interpretación y excelente dicción en las piezas lentas, pero no se percibió rastro alguno de maldad, poder o deseo, de elementos que podrían haberse utilizado para dar forma a un personaje más creíble vocal y dramáticamente. No le ayudó tampoco el cómico traje amarillo con el que, incomodo, tuvo que pasearse por el escenario.
Mejor fueron las cosas por el foso, donde pudimos apreciar una vez más la calidad de la orquesta de la casa y el talento infalible de Antonio Pappano. Destacó su atención a los detalles, su inteligencia para una continua pero contenida flexibilidad en los tiempos, así como su acierto al elegir los equilibrios orquestales y su capacidad para recrearse en los colores de una formación de alto nivel. Hay que dar un especial reconocimiento el sonido noble de la sección de cuerdas. También el coro protagonizó una profesionalísima actuación, por calidad vocal, pero también por cualidades interpretativas, como una gran chirigota que empatiza pero nunca cae en el ridículo.
Es esta una producción prometedora en el papel, que apuesta por una directora premiada, joven y creativa, así como por un buen equipo de cantantes, apoyados por una orquesta y un director a prueba de malas noches. Sin embargo, en conjunto, no logra ofrecer una experiencia completa y satisfactoria, dejándonos tan solo algo de buen canto, y par de momentos simpáticos fácilmente olvidables.
Fotos: © Camilla Greenwell