La cuerda bien temperada
Madrid. 16/06/23. Auditorio Nacional. Obras de Ligeti, Mozart y Prokófiev. Janine Jansen, violín. Orquesta Nacional de España. David Afkham, director.
El concierto que ofreció la Orquesta Nacional de España (ONE), dirigida por su titular David Afkham, el pasado viernes 16 de junio (y repetido el sábado y el domingo siguiente), fue una inmersión en tres épocas de la música en la que los instrumentos de cuerda, especialmente en las dos primeras, tenían un protagonismo evidente. Tres piezas que plantean tres maneras de interpretar el mundo musical en tres épocas distintas y que evidencian, sobre todo, la evolución histórica (pareja a toda la evolución del arte) que la música ha tenido.
György Ligeti, uno de los compositores más influyentes del siglo XX, es conocido por desarrollar la micropolifonía. Mientras muchos otros se preocupaban por los cúmulos de tonos indiferenciados y grisáceos, él empezó a trabajar en la anatomía interna de situaciones complejas. Así nació Atmosphères (1961),obra que abre nuevos horizontes y donde una miríada de detalles en diferentes redes sonoras se anulan mutuamente y surge un ruido que puede asociarse a las nebulosas del espacio. Distintas composiciones surgen de esa raíz, entre ellas Ramifications (1969), que no es la más conocida de estas obras pero que tiene un indudable atractivo y cuya escucha resulta impactante. Ligeti no quería escribir música "microtonal", sino "desafinada", en la que "las armonías son tan malas", como él decía. Para conseguirlo, dividió la orquesta de cuerda en dos partes, una tocando en afinación normal, la otra en afinación más aguda). Desde el primer momento ha habido dos versiones diferentes: una para orquesta de cuerda y otra para 12 cuerdas solistas. Con el tiempo, el compositor se decantó por esta última versión, que fue la elegida en este concierto. Ramifications no es una obra fácil de escuchar, necesita un silencio absoluto porque, sobre todo, el comienzo es un simple susurro, casi imperceptible. David Afkham, acompañado de unos excelentes solistas de cuerda, consiguió crear un mundo inquietante pero a la vez tremendamente adictivo, donde el oyente se sumergía en el diálogo de los dos grupos de cuerda donde un excepcional contrabajo señalaba el punto medio y también se alzó, en algunos momentos como protagonista indiscutible de la pieza. Escuchar este tipo de composiciones nos ayuda a evolucionar como melómanos, a sacarnos de nuestra zona de confort y sumergirnos en piezas hipnóticas y de una belleza diferente.
Completamente arrebatadora estuvo la gran Janine Jansen en el Concierto nº 5 para violín y orquesta de W. A. Mozart. La violinista holandesa arrebata no tanto por el espectacular virtuosismo sino por la entrega absoluta, por la inmersión completa que hace en la partitura. Su Mozart es alegre a la vez que introspectivo, brillante (el sonido de su Stradivarius Shumsky-Rode ayuda de una manera definitiva para lograr un sonido arrebatador), y sobre todo humano. Y si algo transmite siempre la obra del compositor austriaco es eso, humanidad. El Concierto nº 5, el último de los conciertos para violín de Mozart, es un buen resumen de sus logros en este género. El movimiento de apertura está elegantemente equilibrado entre el solista y la orquesta, combinando una sensación de amplitud con una textura cristalina. Esta compenetración fue evidente a lo largo de toda la obra, con un Afkham entregado y divertido. El director alemán es pura chispa y vive completamente la música que está dirigiendo. El uso exclusivo de las manos, sin batuta, para dirigir otorga a su gesto una cercanía y un precisión especiales, sello de la casa. La cadencia de este primer movimiento permitió a Jansen extasiar completamente a un público que sólo pudo admirar la belleza y la clase de una ejecución perfecta. El resto del concierto caminó por el mismo sendero, recordándonos siempre ese talento sin igual de un Mozart que aunque pianista creó maravillosas piezas para cuerda.
La segunda parte del concierto estaba dedicada a la emblemática 5ª Sinfonía de Serguéi Prokófiev cuya historia merece ser recordada. El 13 de enero de 1945, exactamente a las 21:30 horas, un locutor se dirigió al centro del escenario de la Gran Sala del Conservatorio de Moscú y declaró: "¡En nombre de la Patria se saludará a los valientes guerreros del Primer Frente Ucraniano, que han roto las defensas de los alemanes! Veinte salvas de artillería de 224 cañones". Para la largamente asediada Rusia, la marea de la guerra finalmente había cambiado. En una audaz contraofensiva, el Ejército Rojo cruzaba en ese momento el Vístula hacia Polonia. En el podio, frente a la orquesta del Conservatorio de Moscú, estaba Serguéi Prokófiev, uno de los compositores más célebres de la URSS. Mientras las salvas de los cañones resonaban en las calles de Moscú y en la sala, él permanecía en silencio. Por fin Prokofiev levantó su batuta para comenzar la primera interpretación de su Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, Op. 100. Al final, la obra recibió una ovación, como era de esperar, ya que pocas veces la música había estado tan a la altura del momento. Como diría más tarde el biógrafo oficial soviético del compositor, la partitura "heroica" de Prokófiev."se adaptaba perfectamente al estado de ánimo del público". Esta indudable carga emotiva impregna una obra creada solamente en un mes, cuando aún la Guerra estaba en pleno apogeo, en 1944. Su partitura es un compendio del mundo sinfónico de Prokófiev, tan descriptivo, lleno de referencias que van del circo al cine pasando por la música tradicional rusa. El autor la consideraba un himno a la libertad del espíritu humano y pretendía, en sus propias palabras, ser un himno al hombre libre y feliz (¡como nos recuerda esto al Mozart del concierto anterior!), a sus poderosos poderes, a su espíritu puro y noble “No puedo decir que eligiera deliberadamente este tema. Nació dentro de mí y clamaba por expresarse. La música había madurado en mí, llenaba mi alma".
La interpretación de Afkham, acompañado de una excepcional Orquesta Nacional, que brilló en todas sus familias, pero especialmente en el viento y la percusión, fue efectista y monumental, buscando las distintas capas de la obra, hurgando en esa multitud de influencias para que el público percibiera esa mezcolanza que la mano del compositor consigue aglutinar en un todo grandioso e impactante. De toda la sinfonía destacaría, no obstante, el segundo movimiento, Allegro marcato: El bullicioso scherzo es uno de los mejores de Prokofiev. En su tono predominante de buen humor está muy lejos de muchos de los movimientos scherzo de su juventud, que a menudo tenían un carácter siniestro. Se abre con una melodía que parece una danza eslava. La sección central, en cambio, es tranquila, con armonías sencillas pero conmovedoras. El regreso del tema de apertura, acompañado de metales en frullato (uno de los recursos favoritos de Prokófiev, consistente en que el intérprete, al mismo tiempo que sopla, produce un sonido de erre vibrante, lo que produce un efecto muy especia), da una nota decididamente grotesca. Esta pequeña intrusión desemboca, no obstante, en una conclusión brillante.
Un concierto en el que deslumbró la destreza de una orquesta que va forjando un sonido característico, intenso y luminoso, bajo la dirección de su maestro titular, una de las figuras más interesantes del panorama internacional. El público agradeció con sonoros aplausos la entrega y la calidad de los participantes.