Perianes, en el país de las maravillas

Vilabertran. 25/08/23. Canónica de Santa María de Vilabertran. Obras de Falla, Debussy, Albéniz y Granados. Javier Perianes, piano. 

Viveza, musicalidad, sentimiento…adjetivos que se pueden atinar hablando de la recordada Alicia de Larrocha, y que Javier Perianes regaló a borbotones en su recital homenaje a la gran pianista española.  Concierto-homenaje organizado por la Schubertiada por el centenario del nacimiento de la inolvidable Alicia, que tuvo en un artista de madurez plena, un Perianes mayúsculo, el mejor elogio artístico en forma de recital.

Parece mentira que Perianes debutará en Vilabertran en un lejano 1999, con apenas 20 años y recién premiado en el Concurso de Joventuts Musicals, desde donde le echó el ojo el dr. Jordi Roch y lo hizo debutar aquí. Y es que esa es una de las características que hacen de este Festival único en España, el de saber detectar a grandes músicos desde sus inicios y darles una oportunidad que con los años se transforma en fidelidad interpretativa. Perianes volvía a tocar en la Schubertiada en su sexto concierto para el Festival desde su lejano debut en 1999. 

Feliz propuesta la de recordar a Alicia de Larocha por el que está considerado el pianista español más internacional de su generación, artista de Harmonia Mundi, sello con el que ha grabado la mayoría de sus cds, muchos de ellos premiados y elogiados por la crítica mundial.  Precisamente, a la espera de su próximo lanzamiento discográfico en noviembre, Goyescas de Granados, grabado en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza, este mismo año. Poder disfrutar de una obra de esa calidad y simbología, ya que de Larrocha la transformó en una de sus grabaciones más legendarias, hizo de esta cita un evento musical irresistible.

Perianes comenzó y acabó la primera parte con Manuel de Falla, en un hilo musical de compositores unidos por vasos comunicantes estéticos que le otorgó una gran organicidad estilística al recital. Con la inicial pieza de Falla el Homenaje: Le tombeau de Claude Debussy que tocó casi sin solución de continuidad con Estampes nº1 “La soirée das Grenade”, la gradación estética y musical fue una demostración de elegancia, colorido y elocuencia interpretativa, que arrancó los primeros entusiastas aplausos.

El control del ritmo de habanera en La puerta del vino de Debussy, alumbró al Perianes más jocoso, con una digitación que combinó vaporosidad y contundencia del sonido, acentuados en una eléctrica Sérenade interrompue, que sirvió de antesala, de nuevo casi sin corte, con El Albaicín, de la Suite Iberia de Albéniz, donde imperó un dominio de los reguladores del sonido propios de un maestro.

El final de esta primera parte fue el alumbramiento, por intensidad y arremolinamiento intepretativo, de una inolvidable Fantasía Bética de Falla. Aquí la mimesis que remite al cante jondo, la firmeza casi “zapateada” de los acordes, un fraseo que evoca al flamenco inspirador de la pieza y la expresividad alcanzada, finalizando la obra con un cascada rítmica que llegó casi al paroxismo, hizo estallar al público en vítores y efusivos aplausos.

Perianes Schubertiada23 a

Pero si había una obra que remitiera como ninguna otra del programa a la gran Alicia, fue sin duda las Goyescas de Granados. Aquí, un Perianes sin complejos, lejos de querer imitar cualquier referente, sino más bien elogiar desde su propia personalidad pianística, recreó el universo de Granados de manera fantástica. Asentado en una seguridad técnica depurada y clara, asombró por su ímpetu y su savoir faire poético. 

Desde la inicial Los requiebros, donde la seducción de la obra a ritmo de jota, con sus trinos y arabescos, florecieron con morbidez en unos arpegios insolentes y plenos. Pasando por la elegía rítmica del Coloquio de la reja, donde se adivinó la dulzura del majo y la maja en un diálogo donde el amoroso fraseo del piano se meció en un rubato idílico y ensoñador. Con El fandango del candil, pieza dedicada por el compositor al pianista y amigo Ricard Viñas, donde el baile armónico desde el teclado brotó con imaginación hasta eclosionar en un virtuosístico final. 

Pero donde la atmósfera adquirió la magia de la evocación lírica fue con Quejas, o la maja y el ruiseñor. Aquí el leitmotiv de la pieza se insinuó, se apareció y se adueñó del ambiente con la poesía propia de un intérprete entregado a su arte sin paliativos. Perianes se recreó en los trinos ornitológicos, en la brillantez del lenguaje y en la profundidad expresiva, donde el lamento de la maja no pudo recrearse de manera más elegíaca.

En El amor y la muerte (balada), la riqueza cromática de la pieza cristalizó en un torbellino de emociones y dramatismo, con arpegios de gran intensidad teatral, acordes cortantes y catárticos, una lección de trascendencia y comunicatividad.

Por último, la pieza más original temáticamente de la obra, el Epílogo: serenata del espectro, se mostró como una música juguetona y escapista. Como si desde el más allá y en contraste con el dramatismo anterior, se rompió un espejo musical para abrir otro lleno de una música de extraña fascinación que Perianes recalcó con garbo y señorío.

Las merecidas ovaciones dieron fruto a dos propinas. Lejos de caer en la esperada El pelele, obra que se suele añadir a posteriori del ciclo Goyescas, no por intención de Granados pero sí por su afinidad temática, Perianes optó por una sensorial y ensoñadora Mazurca en la menor, opus 17 nº4, de Chopin. Para finalizar, un golpe de efecto todavía más catártico: la Danza ritual del fuego, de El amor brujo de Manuel de Falla, que dejó al público absorto por su ritmo endiablado y destreza.

Un artista maduro en un feliz momento de su carrera en recuerdo de una grande de nuestra historia de la interpretación pianística española.

Fotos: © Sílvia Pujalte