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El turco vive enfrente

Zúrich. 19/09/2023. Opernhaus. Rossini. Il turco in Italia. Olga Peretyatko (Fiorilla), Nahuel di Pierro (Selim), Renato Girolami (Geronio) Alasdair Kent (Narcisio) Pietro Spagnoli (Prosdocimo), Rebeca Olvera (Zaida). Coro de la Ópera de Zúrich. Orquesta Filarmónica de Zúrich. Jan Philipp Gloser, dirección de escena. Daniele Squeo, dirección musical.

Puedes disponer de 1.000 o de 100.000, pero para que una producción funcione tiene que haber ideas, impactar, hacerte pensar o no, pero siempre sorprenderte, aportar algo nuevo. Si no, es una más. Claro que con 100.000 el lucimiento es mayor: mejor escenografía, efectos técnicos, medios de todo tipo… eso quizá pueda tapar la falta de ingenio pero no del todo. Jan Philipp Gloger es el responsable de Il turco in Italia, estrenada en 2019 y que ahora repone la Ópera de Zúrich. Gloger traslada la acción al mundo contemporáneo. Concretamente a una casa de apartamentos, donde viven los protagonistas. En frente de Fiorilla y Geronio, una aburrida pareja burguesa, se viene a vivir a un emigrante turco, Selim. Otro apartamento está ocupado por un cineasta aficionado, Prosdocimo, que hará una película con la vida de sus convecinos. Y cerrando el círculo de la historia de amoríos y enredos creada por el libretista Felice Romani para Gioachino Rossini a principios del siglo XIX, Narciso, amante (y aquí pretendiente) de Fiorilla es el portero del inmueble. Ah, me faltaba Zaida, la gitana que estuvo en el serrallo de Selim, y que ahora es otra emigrante turca que con su troupe (antes gitanos ahora turcos, claro está) busca a su antiguo amor. No voy a contar aquí la trama de amoríos de los protagonistas, incluida la del  marido cornudo que al final hacen volver al redil a su casquivana esposa que en otras versiones traídas al presente funcionan (el caso de la última producción que pudimos ver la temporada pasada en el Teatro Real).

En esta ocasión texto y puesta no funcionan, y esta última roza, en demasiadas ocasiones, temas peligrosos como el racismo. Porque el exotismo que transmite el libreto, con un sultán turco que quiere visitar Italia para conocer a sus bellas mujeres, no encaja cuando el turco se convierte en emigrante y que incorpora demasiados tics en la escenografía de dudosa gracia, que no si gustarían mucho a un espectador de Turquía. La escenografía, como hay dinero, repite un recurso demasiado manido: un montaje que ocupa todo el escenario, que va girando y en el que se pueden ver distintas habitaciones de los apartamentos de los protagonistas. El espacio que queda en el escenario de la Opernhaus es tan escaso que el coro encaja  con dificultad en más de una escena. Eso sí, el trabajo de dirección de actores es tremendo, porque la acción es trepidante y el tiovivo de la casa a veces gira a una velocidad considerable. Se entra, se sale, se cierran mil y una vez puertas y a los cantantes hay que felicitarles por el trabajo que todo ese movimiento requiere. Personalmente a mi  esta propuesta no me dijo nada por demasiado vista, por el trazo grueso de su humor que rozó, como ya dije, la ofensa y por ese totum revolutum que se impone. Pero el público rio y aplaudió con ganas. 

El equipo vocal resultó bastante equilibrado, pero hay que destacar el brillante trabajo de Olga Peretyatko. La soprano rusa posee unas cualidades canoras y actorales que le van de maravilla al papel de Fiorilla. De timbre bello y equilibrado se lució en todas sus intervenciones. Ddesde Non si dà follia maggiore hasta Squallida veste, e bruna su desempeño fue admirable, y se mostró segura en toda la tesitura, brindando al público unas coloraturas de primera categoría. Definitivamente, si esta representación fue más allá de una velada anodina fue por su impecable aportación. 

La veteranía es un grado y así lo mostró Pietro Spagnoli como el poeta Prosdocimo. Con una excelente proyección de su potente voz y un rol que musicalmente resulta muy vistoso fue el otro valor de la noche, pese a lo enrevesado que resultaba el trabajo actoral indicado por el director. Nahuel di Pierro fue un Salim cumplidor vocalmente pero siempre dando la sensación que la voz no corría con la soltura deseable. En el plano actoral fue de lo más contenido del reparto. Cosa que no ocurrió con el Geronio de Renato Girolami, totalmente histriónico. Puede que el papel lo sea pero en Rossini estos papeles no son tan planos como se nos hace creer con canto estentóreo (de calidad pero siempre vociferante) y gestos exagerados. Rossini tiene también, en estos roles, un lado sutil y socarrón que está desapareciendo.

A buen nivel la la Zaida de Rebeca Olvera y con unos agudos (su parte más comprometida) claramente deficientes el Narciso Alasdair Kent, sin duda la parte más débil del reparto. Estupenda actuación del Coro de la Ópera de Zúrich (sobre todo en las cuerdas masculinas) una agrupación que siempre garantiza una representación. 

El director musical, Daniele Squeo planteó un Rossini de trazo grueso, a gran velocidad y casi exento de detalles, sólo apreciables en alguna parte lírica. El resultado fue más de una descompensación entre foso y escena. Animoso y  atento a sus cantantes no pudo evitar la sensación de una obra poco ensayada, acelerada y cayendo en los tópicos, más tópicos de la música rossiniana. La Orquesta Filarmónica de Zúrich, siempre profesional, aunque con algún fallo en los vientos, siguió las indicaciones del director produciendo sonidos demasiado fuertes para un teatro-bombonera como es el de esta ciudad suiza.

Foto: © Hans Joerg Michel