Una excelente pareja protagonista
Zúrich. 04/02/2024. Opernhaus. Massenet: Werther. Benjamin Bernheim (Werther). Rihab Chaieb (Charlotte). Sandra Hamaoui (Sophie). Audun Iversen (Albert). Valeriy Murga (Le Bailli). Martin Zysset (Schmidt). Andrew Moore (Johann). Jonas Jud (Brühlmann). Flavia Stricker (Kätchen). Tatjana Gürbaca, dirección de escena. Giedrė Šlekytė, dirección musical.
El sistema centroeurpeo de los teatros de repertorio, con sus incesantes reposiciones, a menudo lastradas por tiempos de ensayos muy estrechos o directamente inexistentes, tiene sus virtudes y sus defectos. Entre sus virtudes, que son las menos, destaca por un lado la posibilidad de amortizar las producciones propias, pero sobre todo el hecho de poder contar con cantantes de primera fila que de otro modo no podrían comprometerse a pasar un mes de ensayos para desarrollar tan solo cuatro o cinco funciones de un título determinado. En este sentido, la presencia de Benjamin Bernheim (Paris, 1985) en la Ópera de Zúrich encabezando el elenco de Werther de Massenet ha sido todo un lujo, una de esas raras ocasiones en las que un cantante se muestra en el punto justo de madurez vocal, en plena forma, para hacer justicia a un papel exigente y bien conocido.
El tenor francés convenció desde el primer momento (con un bellísimo y elegíaco 'O nature'), desgranando un Werther de absoluta referencia hoy en día. Voz de caudal suficiente y timbre grato, su canto naturalismo y desahogado, sin tensiones ni sobreesfuerzos, transmitió a la perfección el espíritu atormentado de ese ‘humble mortel’. Bernheim ha afianzado su ascenso al agudo y maneja una interesante voz mixta, muy bien integrada en el devenir de su fraseo (impecable y bien paladeado, lleno de contrastes, el 'Pourquoi me réveiller'). En términos expresivos, Bernheim es realmente irreprochable, impecable en su adecuación al estilo vocal de Massenet. En resumidas cuentas, Bernheim se antoja imbatible hoy en día como Werther, un rol que maneja a placer y en el que sin duda ha profundizado a nivel expresivo; a tenor de lo escuchado en Zúrich, me aetrevería a decir que quizá sea el único tenor francés digno de mención después de Alain Vanzo y Roberto Alagna.
Al lado de Bernheim, y reemplazando a la cantante originalmente prevista, la francesa Gaëlle Arquez, pudimos escuchar la Charlotte de la mezzosoprano canadiense de origen tunecino Rihab Chaieb. Su interpretación fue una grata sorpresa: el timbre es atractivo, el canto resulta fluido y dio probadas muestras de ser una actriz convincente. Chaieb posee un instrumento de mezzosoprano lirica sin tensiones en los extremos, de color cálido y acentos gratos. Sin duda, una voz a seguir de cerca. Resolvió con aplomo y naturalidad las páginas más exigentes, destacando una versión muy apasionada de la escena de las cartas, seguida de un hermoso "Va! laisse couler mes larmes". Ambos intérpretes, Bernheim y Chaieb, dieron lo mejor de sí en los dos últimos actos, especialmente en el encendido dúo del tercero aunque también durante la escalofriante escena final.
Completaban el elenco el vigoroso Albert de Audun Iversen, de timbre voluminoso y acentos opresivos, y la adecuada Sophie de Sandra Hamaoui, algo taimada, aunque componiendo una lectura menos aniñada y cursi de su rol, más madura en suma, en contraste con lo que estamos acostumbrados a ver en este papel. Como es habitual en este tipo de teatros de repertorio, el nivel de los comprimarios fue realmente solvente, como quedó patente con Le Bailli de Valeriy Murga, el Schmidt de Martin Zysset y el Johann de Andrew Moore.
Estrenada en 2017, entonces con Juan Diego Flórez como protagonista, la propuesta escénica de Tatjana Gürbca me dejó un tanto indiferente. Hay dos o tres instantes donde la ternura se apodera de la narración, con la presencia en escena de una pareja de ancianos que parece visualizar el futuro imposible del amor entre Werther y Charlotte. Y el final está bien resuelto, con una escenografía que parece abrirse al universo, dejando que un cielo estrellado se cuele por sus puertas y ventanas. Pero por regla general, es una producción inane, con muy poco que decir sobre las cuitas del joven Werther, al que parece querer despojar del arquetipo romántico. El personaje de Charlotte, en cambio, sí que parece estar mejor delineado, en la búsqueda de un retrato de mayor empoderamiento y madurez. Por otro lado, la escenografía de la propuesta, firmada por Klaus Grünberg, aunque agota un tanto al emplearse durante toda la representación, tiene la virtud de servir de concha acústica, facilitando la presencia de los cantantes siempre en primer plano, rodeados además de un espacio forrado de madera que facilita la proyección de sus voces.
En el foso, la dirección musical de Giedrė Šlekytė fue francamente solvente, con el punto justo de dinamismo, sin correr, dejando aire para paladear atmósferas y melodías, atenta a los cantantes, a los que daba entradas constantemente. A tenor de lo escuchado, me gustaría seguir más de cerca el trabajo de esta joven directora de origen lituano, que esta temporada atesora compromisos importantes en Copenhague, Hamburgo, Frankfurt o Berlín, sin ir más lejos.
Fotos: © Toni Suter