Grietas emocionales
Barcelona. 29/09/23. Liceu. Chaikovski: Eugene Onegin. Kristina Mkhitaryan (Tatiana), Iurii Samoilov (Onegin), Cristina Faus (Olga), José Bros (Lensky), Adam Palka (Príncipe Gremin/Zartsky), Mikeldi Atxalandabaso (Monsier Triquet), Janina Baechle (Filipeivna), Mireia Pintó (Larina). Josep Ramón Olivé (Capitán). Christof Loy, dirección de escena. Josep Pons, dirección musical.
Recogiendo el lema de la nueva temporada 23/24, “Grietas irreversibles”, podemos nombrar a esta producción firmada por Christof Loy, como “Grietas emocionales”, debido a la lectura psicológica y dramática que se hace de sus personajes centrales. Es verdad que es un título genérico que se podría asociar a muchas de las óperas de repetorio, pero es que también el sello del director de escena alemán tiende a repetirse con una serie de patrones que se evidencian en sus puestas en escena, algunas con mayores logros que otros.
Así en este Eugenio Onegin nos encontramos con el sello característico de Loy: blanco y negro preponderante en una sencilla y casi esquemática escenografía y vestuario, para dejar en evidencia las heridas emocionales que fluyen de sus protagonistas. Un estudio centrado en la psicología de los personajes que se nota en una dirección de actores muy bien cincelada y que exige a sus intérpretes una expresión dramática bien definida por sus gestos y movimientos escénicos. Y en tercer lugar, un minimalismo conceptual donde no hay elementos teatrales que sobren, las emociones brotan desde el interior de sus protagonistas y cobran sentido y efecto en el canto y la música, verdadera fuente de los colores que visten esta obra maestra de la ópera rusa.
En resumen, una interpretación más psicológica que se destila en una teatralidad metafórica. Un Eugenio Onegin de lectura desencantada, donde los protagonistas naufragan emocionalmente en las trampas de una sociedad que los obliga derivar por sendas existenciales alejadas de sus pulsiones y deseos personales.
En ese aspecto la adaptación del libreto de Modest Chaikovski, hermano y también homosexual como Piotr, sobre las escenas líricas de la novela de Pushkin, de las que extraen solo algunos pasajes muy bien destilados, se adapta a la dramaturgia de Loy con un estimulante resultado. No sorpresivo, pero sí efectivo y de una frialdad estética casi cortante que contrasta con el volcán de realismo y romanticismo que exploran sus protagonistas.
Las mejores ideas se centran en un less is more donde la mirada turbada de Onegin, la ensoñación de Tatiana o la frivolidad de Olga en contraste con el alma poética de Lenski, chocan y contrastan. Esta evidencia se personifica en unos bailes grotescos, donde los sirvientes-bailarines, casi son los dueños de una realidad falsa e hipócrita que limita la acción de la clase aristócrata.
Una lectura algo fallida de la doble moral de una Rusia donde la burguesía europea no tiene cabida pero que anuncia la rebelión de una clase obrera futura e irreversible. La primera parte se torna monótona y repetitiva mientras que en la segunda mejora por la concisión e intensidad dramática que precipita un final desencantado y de trágico devenir existencial.
Josep Pons dirige con su habitual distancia emocional, en una lectura analítica y parca en expresión. Mejora cuando la orquesta entra en la deriva caricaturesca que Loy imprime a los números de danza: vals, mazurca y polonesa, donde Pons incide en una lectura más incisiva y teatral. Pero en la importante escena de la carta la lectura de Pons evidenció austeridad dramática y sobre todo falta de teatralidad. Esta escena es la primera que Chaikovski escribió de la ópera, y sobre la que pivota no solo el leitmotiv de Tatiana sino también su doliente y sincera expresión. No en vano el compositor, en origen, quería titular a su ópera con el nombre de su verdadera protagonista, Tatiana.
La orquesta se lució en sus solos de clarinete, que suena durante toda la ópera como eco emocional y transversal de los sentimientos de sus protagonistas, una herencia mozartiana que evidencia la admiración de Chaikovski por Wolfgang. También fagotes y oboes, y unos metales donde trompetas y trompas se hicieron notar en toda la expresión romántica del compositor de El lago de los cisnes. Las cuerdas, siempre con un protagonismo preponderante de las cuerdas graves, remarcaron la calidad de una partitura excepcional.
A nivel vocal destacó, por encima del reparto del estreno, la pareja protagonista firmada por la soprano rusa Kristina Mkhitaryan y el barítono ucraniano Iurii Samoilov, ambos de una juventud tímbrica y una entrega emocional que hizo justicia a la idea del compositor. No en vano Chaikovski quería voces jóvenes que supieran trasladar vocalmente la lozanía de unos sentimientos propios del primer amor. Así fue como la ópera se estrenó en un conservatorio de música por alumnos de canto.
En ese sentido Mkhitaryan mostró un instrumento fresco, de tesitura notable, expresiva y con un empaste vocal y química teatral con el Onegin de Samoilov que llevó al fantástico dúo final a la cumbre lírica que supone su interpretación. El joven barítono demostró una voz tersa, flexible y atenta a las inflexiones vocales de un rol contradictorio y apasionado que casó perfectamente con su timbre cálido y atractivo. Sólo le faltó en los momentos de mayor dramatismo, una mayor solidez que le llegarán con los años y la maduración natural de su voz. A nivel teatral, tanto Mkhitarian como Samoilov fueron perfectos intérpretes dentro de una régie que exprimió su juventud con catártico resultado.
Bravo por el estado de forma de Josep Bros, impecable Lensky. El tenor catalán hizo gala de su sello personal, fraseo cincelado, musicalidad expresiva y una solvencia técnica intachable. Bros volvió a pisar el suelo de su teatro con un recibimiento del público que se rindió a su arte con una muy cariñosa ovación.
El Principe Gremin/Zaretsky del bajo polaco Adam Palka, se hizo notar por la rotundidad de un registro notable, de agudos sonoros y graves sólidos, al que solo le faltó mejorar una línea de canto entrecortada y con tendencia a la vociferación.
Una grata sorpresa siempre la de Mikeldi Atxalandabaso como Monsier Triquet. No solo reivindicó vocalmente su intervención con variaciones en el agudo, sino que cantó con una explosiva facilidad, colocación y naturalidad, dignos de una voz que merece mayor protagonismo. Algo desdibujada y apática vocalmente la Filipievna de la mezzo Janina Baechle. Corrección y profesionalidad en el resto del reparto, con cantantes de casa como la Larisa de la mezzo Mireia Pintó, la Olga de la valenciana Cristina Faus o el Capitán del barítono Josep Ramón Olivé.
El coro del Liceu tuvo una correcta actuación, pese a ciertos desajustes con la batuta de Pons, avara a la hora de dar entradas e indicaciones a los cantantes. Además en esta puesta en escena de Loy, el coro tiene una participación escénica notable, convirtiéndose en parte importante del entorno esperpéntico de la asfixiante sociedad que rodea y envuelve a los protagonistas.
Una de las obras maestras de la lírica chaikovskiana que tuvo en su pareja protagonista y en una orquesta bien empastada, las mejores bazas para un inmejorable primer título de inicio de la nueva temporada 23/24 del Liceu.