LSO Pappano Zaragoza23 b

Apabullante

Zaragoza. 27/10/2023. Auditorio de Zaragoza. Obras de Bartók, Say y Beethoven. London Symphony Orchestra. Patricia Kopatchinskaja, violín. Antonio Pappano, dirección musical.

Tras unos años un tanto desnortada, sin hallar la esperada química depositada en el liderazgo de Simon Rattle, la London Symphony Orchestra parece haber encontrado la senda adecuada de la mano de su próximo director titular designado, el británico Sir Antonio Pappano (Epping, 1959). Hacía tiempo que no escuchaba así a la formación londinense, tan comprometida y estimulada, en entrega total; y qué gusto escuchar a una orquesta sin fisuras, con igual y sobresaliente desempeño en todas sus secciones. El programa presentado aquí en Zaragoza, uno de los dos que llevaban en su gira por España, suponía una propuesta de gran virtuosismo y ductilidad, habida cuenta de la variedad de estilos.

El concierto se abrió con una pieza un tanto infrecuente y ciertamente irregular, el Divertimento para cuerda de Béla Bartók, escrito en 1939 por encargo de la Orquesta de Cámara de Basilea. Es ciertamente una obra que parece estar escrita a contrapelo, dejando atrás Bartók la búsqueda de una sonoridad propia, más contemporánea, y apostando por un aire neoclásico que sorprende ver asociado a su nombre. El restulado es una mixtura entre las sonoridades de su tiempo y las formas del siglo XVIII, un tanto desconcertante, aunque con pasajes realmente impresionantes, como es el caso del segundo movimiento, el Molto adagio, donde Bartók logra recrear un ambiente sombrío y de gran inquietud. La pieza, en cualquier caso, sirvio para comprobar el excelente estado de forma de las cuerdas de la London Symphony, una formación que siempre ha hecho gala de unos atriles muy solventes en esta sección.

Como broche a esta primera mitad pudimos escuchar las 1001 noches en el harén op. 25, el concierto para violín que Fazil Say escribió para Patricia Kopatchinskaja en 2007, por encargo de la Orquesta Sinfónica de Lucerna. Estructurado en cuatro movimientos que se suceden sin solución de continuidad, la pieza es realmente fascinante, subyugante, otorgando al violín el papel conductor, haciendo éste las veces de Scheherezade. El resultado es una pieza épica y orientalizante, con momentos de una sensualidad fuertemente evocadora, en contraste con otros pasajes de indudable brío, marcademente rítmicos, de aires danzables.

Patricia Kopatchinskaja (Chisináu, 1977) tocó aquí de una manera extraordinaria, con esa personalidad arrolladora tan suya, capaz de extraer a su violín sonidos a veces inimaginables. Pero más allá del innegable virtuosismo de su ejecución, la violinista moldava cautivó por su arrebatadora personalidad, un verdadero torbellino de la naturaleza que no siempre encaja -hay repertorios y repertorios…- pero que aquí pareció encontrar la horma de su zapato.

LSO Pappano Zaragoza23 a

Y ya en la segunda mitad, cita con una de las partituras más clásicas de todo el repertorio, la Sinfonía no. 7 de Beethoven. Las partituras de este calibre representan algo así como la prueba del algodón: las conocemos tan bien, las hemos escuchado tanto, que es difícil darnos gato por liebre y a cualquier formación que no tenga todos los papeles en regla se le verán las costuras antes o después. No fue desde luego el caso de esta versión que nos ocupa.

Y es que pocas veces se escucha una obra como la Séptima del genio de Bonn en una versión tan íntegra, orgánica y consistente. La lectura desplegada por la London Sympohony a las órdenes de Pappano transpiraba un minucioso trabajo durante los ensayos; todo parecía estudiado y calculado y al mismo tiempo la pieza fluía, narraba, discurría con suma naturalidad, como irrefrenable. Toda la lectura tuvo, por cierto, un pulso indudablemente teatral; no en vano Pappano es uno de los grandes directores de ópera del último cuarto de siglo y eso quedó aquí de manifiesto.

Amén de la ya citada cuerda, extraordinaria, a las órdenes de Pappano destacó aquí especialmente el expresivo dibujo melódico de las maderas, tan importantes sus intervenciones ya desde la apertura misma de la pieza. Fue también destacable el trabajo del percusionista Nigel Thomas, precisamente incidiendo en esa idea teatral de la pieza que antes mencionaba. Pappano, con buen criterio, optó por interpretar los dos primeros movimientos sin solución de continuidad. Con apenas 45 músicos en los atriles, gozamos de un Beethoven superlativo.

Como broche al concierto -que se ofreció por cierto en memoria del arquitecto José Manuel Pérez Latorre, artífice del Auditorio de Zaragoza- disfrutamos de una bellísima ejecución de la Pavana de Fauré, una pieza sutil y realmente hermosa. 

Antonio Pappano, que dejará ahora sus respectivos cargos en la Royal Opera House de Londres y en la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia en Roma, ha sido y es uno de los grandes directores de las últimas décadas. A la vista de este concierto, de su liderazgo al frente de la London Symphony Orchestra cabe esperar grandes cosas.

Fotos: © Auditorio de Zaragoza