Donde nunca pasa nada
Madrid. Naves del Matadero. 28/10/2023. Manchado: La regenta. María Miró (La regenta). David Oller (Magistral). Vicenç Esteve (Alvaro Mesía). Cristian Díaz (Victor). María Rey-Joly (Obdulia). Pablo García López (Vegallana), entre otros.. Coro de la Comunidad de Madrid. Orquesta del Teatro Real. Dirección escénica: Bárbara Lluch. Dirección musical: Jordi Francés.
Asistir al estreno de una ópera siempre debería ser una fiesta; en los tiempos que corren no faltan las voces interesadas que hablan de la inminente desaparición de este arte aludiendo –entre otros argumentos- que en la práctica no hay ópera contemporánea y la poca que existe es flor de un día. No seré yo quien trate de elucubrar sobre el futuro de esta que nos ocupa, La regenta, pero lo cierto es que en los últimos años he/mos podido asistir a decenas de estrenos que hablan del interés por el género y por enriquecer el patrimonio lírico. En el caso que nos ocupa las entradas de todas las funciones estaban ya vendidas y ello también apunta al interés existente, aunque manifiesto mis dudas sobre si el interés se basaba más en la música de la compositora o en el título de su obra, La regenta, una de las cimas de la literatura universal en castellano, obra de Leopoldo Alas, Clarín, y que se torna novela indispensable para estudiar la literatura del siglo XIX.
Adaptar grandes obras literarias a la ópera es una constante histórica. Podríamos apuntar las muchas obras que se basan siquiera parcialmente en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, sobre el Faust, de Johann Wolfgang von Goethe o las muchas versiones de distintas obras de William Shakespeare pero sobre esta novela de Clarín no existía, hasta donde sabemos, adaptación operística alguna. La novela es una obra coral que, al mismo tiempo, tiene un personaje sobre el que se construye toda la historia, Ana Ozores. En una edición convencional hablamos de cientos de páginas en los que las dos grandes protagonistas, la mujer y la ciudad, tienen dimensiones gigantescas. Quizás por ello sorprendía que la apuesta de la compositora fuera una ópera de cámara, es decir, un formato pequeño. Una gran obra literaria adaptada a una dimensión teatral menor no deja de ser una paradoja interesante.
Por otro lado, quisiera mencionar el carácter contemporáneo de la obra; no me refiero, lo que no dejaría de ser una obviedad, al hecho de que el titulo que nos ocupa se estrene en este 2023. Me refiero al hecho de que La regenta novelada transpira modernidad por todos sus poros y que al vivir la función del sábado en las Naves del Matadero no podía dejar de pensar en acontecimientos que estamos viviendo en nuestros días. ¿O es que acaso el magistral Fermín de Pas no estaría presente en la lista de religiosos acusados de abusos sexuales hecha pública esta misma semana por el defensor del pueblo? ¿Acaso el marido Don Victor no es uno de los potenciales maltratadores psicológicos de sus esposas a pesar de su esplendida apariencia social? ¿Acaso las ansias de libertad de Ana Ozores no son sino las de miles de mujeres aprisionadas por sus maridos celosos y por unas superestructuras machistas y que se mantienen firmes a pesar del paso del tiempo?
Así pues, La regenta de Marisa Manchado surgía entre el interés de saber cómo se adaptaría una obra literaria tan grande al formato operístico menor y cómo se manifestaría el protofeminismo de la novela en el libreto de la ópera. Y es en los medios de comunicación convencionales se ha reiterado el nombre de su realizadora, la escritora Amelia Valcárcel persona de la que se ha reiterado fusionando su ser femenino con su ser feminista. Al final el resultado está lleno de contradicciones. Y es que mientras la parte más ideológica queda claramente reflejada en la ópera, no puedo dejar de pensar que el formato camerístico castra el desarrollo dramático de la obra y mutila en exceso las dimensiones y muchas de las características de la novela.
Vetusta es en la ópera apenas un salón y un canapé colocado en el centro, que se retira cuando quiere imaginarse un salón de baile. La ciudad se vislumbra entre tinieblas en la parte superior del escenario donde está colocado el coro en casi toda la función; es decir, Vetusta apenas se intuye, apenas se imagina.
Ana Ozores es una mujer víctima tanto de los hombres como del sistema. Es tan manoseada que la llegan a vestir en el mismo escenario sin intimidad alguna, delante de toda la sociedad y con vestidos que llevan adheridos las correspondientes marcas blancas para el pegado de los mismos. Estos vestidos son unas veces negros, casi imitando el reglamentario uniforme del magistral –otra muestra del carácter opresor de la iglesia-, otros llenos de color para que Ana Ozores sea bien exhibida en la fiesta bien sirva para satisfacer los deseos de su marido. Y en otras, en paños menores para que la podamos sentir en su más absoluta desnudez física y psicológica.
María Miró no deja el escenario en ningún momento y es el personaje en torno al cual gira toda la ópera. Ana Ozores es un personaje exigente tanto en lo actoral como en lo canoro y la soprano catalana estuvo a la altura. Por el lado dramático es un personaje que pasea por todos los registros posibles mientras que vocalmente responde a todas las exigencias de la compositora. María Rey-Joly (Obdulia) aporta una presencia escénica y actoral relevantes y lo cierto es que se lleva cada una de las escenas en las que interviene aunque vocalmente anda algo forzada y tiende al forte. Las mezzosopranos Anna Gomá (Petra, la criada de La regenta) y Laura Vila (doña Paula, la madre del religioso) resuelven muy bien sus partes, muy grave y solemne la de la madre.
Entre ellos también hubo de todo. Hubiera sido deseable mayor gravedad en la voz de Cristian Díaz como el marido cornudo aunque, en términos generales, supo darle prestancia a sus intervenciones; David Oller nos mostró un magistral interesante, vocalmente solvente y escénicamente notable en la escenificación de un personaje repulsivo; finalmente, Vicenç Esteve supo dar toda la necesaria dimensión antipática al amante aprovechado. El resto de papeles, encarnados por Pablo García-López y Gabriel Díaz, son episódicos vocalmente hablando y se resolvieron adecuadamente.
La propuesta escénica de Bárbara Lluch es muy simple: un escenario vacío con mínimo atrezzo y un pasillo elevado tras el mismo por el que discurre el coro, que ha de abordar la parte musicalmente hablando quizás más interesante de la obra. En este sentido el Coro de la Comunidad de Madrid estuvo notable en su intervención así como los dos solistas de la formación en sus breves intervenciones. A modo de preludio de la ópera el coro ofrece un bisbiseo que refleja a la cotilla sociedad vetustiana (¿se dirá así?) al que más tarde se añadirán durante la obra otros sonidos onomatopéyicos incluidos los ladridos de los perros. Muy bien Jordi Francés como director musical de los diecisiete músicos que abordan la parte orquestal, rica en expresiones diversas, unas plenamente melódicas, otras más arriesgadas y rupturistas. La breve plantilla orquestal la forman un quinteto de cuerda, piano, celesta y arpa más viento, metal y dos percusionistas que tienen relevancia sonora.
La sala Fernando Arrabal del Matadero de Madrid estaba completamente lleno en sus aproximadas cuatrocientas butacas; de hecho, todas las entradas de todas las funciones constan como vendidas, lo que no deja de ser un éxito evidente para todos los implicados. Lo interesante sería que ahora La regenta tuviera cierto vuelo. Aunque sea lo más fácil de proponer, no estaría de más que la temporada de ópera de Oviedo o el Festival de Teatro Lírico Español de la misma ciudad les hiciera un hueco en los próximos años. Aquí queda la propuesta.