© David Ruano 

Más vale tarde que nunca

Barcelona. 21-07-2025. Gran Teatre del Liceu. Antoni Ros-Marbá: Benjamin a Portbou. Peter Tantsis (tenor, Walter Benjamin), Joan Martín-Royo (barítono, Gerhard Scholem), Laura Vila (mezzosoprano, Dora Pollack), Elena Copons (soprano, Asja), Serena Sáenz (soprano, ángelus novus), David Alegret (tenor, Bertort Brecht), Marta Valero (soprano, Hannah Arendt), Bea Segura (actriz, Lisa Fitko), Pau Armengol (barítono, Ernst Schoen), Ruth González (soprano, Stefan Benjamin), Lluis Marqués (actor, jorobado), Alexandra Zabala (soprano, chica 1), Olga Szabo (mezzosoprano, chica 2), Cristina Tena (contralto, chica 3). Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dirección escénica: Anna Ponces. Dirección musical: Antoni Ros-Marbá.

Ya desde los primeros momentos, tras su primera aparición en el foso orquestal, se advirtió un cariño especial del público a Antoni Ros-Marbá, fácilmente entendible dada la trascendencia de su figura tanto en la vida de la música clásica catalana en general como en la del Gran Teatre del Liceu en particular. Quizás también por ello no dejó de sorprenderme que el estreno de la primera ópera de este músico fuera programada solo para dos funciones, semiescenificadas y en julio. Solo dos funciones porque no deja de resultar curioso que un teatro haga un encargo –que se ha ido posponiendo una vez tras otra- para luego sacarle un rendimiento tan escaso; lo de no terminar de escenificar una ópera no deja de ser una forma de minusvalorar el proyecto, de dejarlo incompleto. Y nos guste o no, el mes de julio es un mes medio vacacional donde el público que asiste al Liceu es, en numerosas ocasiones, infrecuente con respecto al del resto del año y apostar por este mes es reducir, en cierta forma, su impacto mediático. En definitiva, que parecía que el Liceu apostaba por Benjamin a Portbou con la boca pequeña aunque habrá quien pueda argumentar, sin que le falte cierta razón, que el mero hecho de estrenarla ya es importante deferencia para con el compositor.

El Liceu presentaba una entrada magnífica y la recepción de la obra ha sido muy calurosa, no se puede negar. Lo que no sé es si ello lo era por la obra en sí o por la oportunidad surgida de expresar públicamente el merecido reconocimiento al compositor, a su vez director musical del proyecto. Y digo esto último porque la obra muestra apuntes muy interesantes en su parte musical junto a una rémora que me siento impelido a citar cuanto antes: un libreto harto incomprensible.

La ópera es teatro con música; o música teatralizada, elijan ustedes el orden. Pero el teatro en cualquiera de sus formas pide lo que llamaré pulso dramático, es decir, aquello escrito que provoca avances en el desarrollo de la acción. Y en mi modesta opinión el lastre de Benjamin a Portbou es, precisamente, un libreto en el que el desarrollo dramático es muy limitado y, por momentos incomprensible. Tanto porque los saltos espacio-temporales son muchos y desordenados como, sobre todo, porque el texto, buscando cierta complejidad “filosófica”, acaba por provocar el desconcierto. Pondré un pequeño ejemplo: cuando Walter Benjamin tiene una conversación con su conato de amante, Asja Lacis, y mientras ella le reprocha que coma demasiado chocolate y le hable del valor nutritivo de la fruta Benjamin le replica con reflexiones sobre el comunismo de una simplicidad que abruma. Me cuesta creer que Walter Benjamin defendiera que el comunismo era posibilitar el compartir las mujeres, como si estas fueran propiedad privada del hombre. Ello por no hablar de la escena entre Benjamin y Bertolt Brecht, en donde este último aparece como un putero profesional más que como un creador musical. En definitiva, que el libreto de Anthony Carroll Madigan se convierte, en opinión de quien firma esta reseña, en el principal escollo a superar por la música de Ros Marbá. Eso sí, como si de un trasunto del recitativo de la ópera barroca fuera, se nos aparece el personaje de Lisa Fitko, muy bien encarnada por la conocida actriz Bea Segura, acelerando la acción al narrarnos distintas circunstancias.

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El mismo personaje de Walter Benjamin podría abarcarse desde varios puntos de vista. Benjamin fue filósofo pero también escritor y testigo de una Europa convulsa en la que en su mismo interior convivía su ser judío, el interés por la triunfante revolución rusa y las contradicciones propias de la Alemania de Weimar, en la que convivían la ilusión por la revolución, por el cambio frente al recién nacido terror nazi. La apuesta es por la filosofía y ello no facilita la comprensión del desarrollo de la historia.

Y dicho todo esto, ¿qué ópera nos ofrece el compositor? Una obra con gran orquesta, con presencia relevante de la percusión y con una duración de ciento veinte minutos divididos en dos actos de setenta y cincuenta, respectivamente. Hay momentos que pueden pecar de efectistas, como es la alusión al terror nazi a través de golpes secos del bombo pero, en el otro lado, merece reconocer la bella escena final, donde lejos de alharacas, se nos presenta el suicidio del protagonista casi con deferencia y respeto. La estructura de la obra nos lleva al Wozzeck bergiano con la presencia de interludios orquestales de valor que entrelazan las distintas escenas. 

En la obra aparecen personajes reales junto a otros figurados aunque hay que subrayar que la presencia de Walter Benjamin en escena es casi permanente, a modo de Cio-Cio-San en Madama Butterfly. Por ello conviene mencionar que el trabajo actoral del tenor Peter Tantsits es digno de todo reconocimiento. No estamos ante una voz amplia y carnosa pero lo que es innegable es su entrega y disposición: y, curiosamente, llegó a estar vocalmente más presente en al acto II, después del esfuerzo innegable.

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El resto de los personajes, numerosos, tienen una presencia más episódica. Quiero mencionar la imponente presencia vocal de Elena Copons en el papel de la comunista Asja, el éxito de Serena Sáenz en su papel de Angelus Novus, una especie de conciencia “espiritual” del protagonista y con un escritura vocal muy aguda y muy bien resuelta, la siempre adecuada presencia de Joan Martín-Royo y la caracterización de David Alegret (Brecht). Entre el resto de cantantes nadie desmereció y conviene apuntar el esfuerzo de Marta Valero como esposa del protagonista, que superó su enfermedad siquiera para hacer posible la función. El coro no tiene grandes escenas y cumplió con creces.

La puesta en escena de esta ópera semiescenificada ha resultado llamativa. Lo que Anna Ponces hace es cerrar, acortar el escenario con un panel a modo de nuevo fondo que contiene numerosas barras de luz neón que crean formas y composiciones luminosas, las más de las veces de carácter geométrico aunque en otros casos –por ejemplo, en el caso de la esvástica- son muy gráficos. Cuando se habla de la Rusia soviética la luz roja inunda el escenario; cuando el acto I está presto a terminar se encienden las luces del teatro y cuando llega la muerte de Benjamin la negritud ocupa todo el escenario, hasta caer el telón. Un trabajo, el de Ponces, muy por encima del calificativo semiescenificada. El coro y actores muestra continuamente a un grupo de exiliados que emigran de un lugar a otro, como recordándonos que en aquella Europa de los años 30 pocos pudieron permanecer en sus lugares de origen por aquello de la permanente convulsión política.

Reconozco que lo que más me ha gustado ha sido el homenaje encubierto a Ros Marbá que ha supuesto este estreno. Se lo merece. Del futuro de Benjamin a Portbou en los teatros de ópera no me atrevo a decir una sola palabra porque la historia está llena de clamorosos errores pero un título fácil no es, eso me ha quedado claro. Y, sin embargo, vivir un estreno siempre merece la pena, aunque este se programe demasiado tarde.

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Fotos: © David Ruano