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Destellos de un violín infinito

Barcelona. 19/11/23. Palau de la Música Catalana. Obras de Sibelius y Tchaikovsky. Soyoung Yoon. Franz Schubert Filharmonia. Krszystof Urbański, dirección.

En el tercer capítulo de la temporada de la Franz Schubert Filharmonia, se sumaba la primera batuta estrella invitada, la del prestigioso director polaco Krszystof Urbański, para dirigir uno de los grandes reclamos sinfónicos de lo que queda de año para el conjunto, el Concierto para violín y orquesta, op. 47 de Sibelius, y la cuarta de Tchaikovsky. Concretamente, y a pesar de su razonable “asequibilidad”, ha sido la oportunidad para el debut de la violinista Soyoung Yoon con la joven orquesta catalana. La virtuosa coreana, residente en Barcelona, es una imponente voz en el panorama internacional desde que hace veinte años se alzara con la estatuilla del prestigioso concurso Yehudi Menuhin, al que le han seguido otros galardones que la han encumbrado como una de las cinco mejores violinistas de Corea del Sur. No por nada, se apreció el domingo una mayor asistencia asiática en la sala modernista, rebosante; colofón final para este programa que dejaba verse en Vila-seca y Lleida en los pasados días.

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Con destellos plateados y su imponente violín de 1773, la solista irrumpió en el escenario con una coloridísima gama de sonidos ya en los primeros periplos sibelianos; una primera muestra de control absoluto sobre el puente y el mástil, firmando bellísimos legati, especialmente sobre su cuarta cuerda. Urbański confeccionó un confortable respaldo que acojinó la proyección de la solista, que perfeccionó sus graves poco antes de asaltar los sobreagudos y se mostró siempre cómoda en las dobles cuerdas y en todo bariolage de este Allegro moderato. El director, bastante contenido en lo gestual, dejó la tribuna para que la solista acaparara la atención total, en una imponente cadenza, que la coreana asaltó con energía y precisión imbuida en un imperturbable trance. Urbański y Yoon cerraron de la mano –con poca conexión visual aparente– el contundente final, provocando un incontenible y contagioso aplauso de una más que exaltada plebe. Un pasional segundo movimiento nos recordó a todos que el virtuosismo no es solamente velocidad, y mostró a una Yoon muy poética, extrayendo lo mejor de su registro medio, suscribiendo un delicadísimo final con su arco, al tiempo que Urbański enfatizaba las pausas y los acordes destacados. El tercer allegro mostró otra ristra de sonoridades emanantes de su formidable instrumento. Desde lo más rugoso de las vísceras del violín, hasta lo más danzarín y ligero, la solista sobrepasó todos los desafíos airosamente, propio de una gran instrumentista. La virtuosa regaló la peculiar Funk the Strings, del “cómico” violinista Aleksey Igudesman para acabar de enloquecer a un público muy entregado.

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Prosiguió el programa con una cuarta de Tchakovsky –por supuesto, no la más popular de su catálogo– con creciente interés a medida que Urbański se “dejaba llevar” hasta conectar con el compositor, mientras la tropa filarmónica se recreaba cómodamente y sin sorpresas a través de los cuatro movimientos. En el Andante sostenuto destacó el contundente metal y la unidad mimética de los cellos. En el segundo movimiento, la batuta de Urbański pareció enchufarse más a sus músicos y empezó a despreocuparse más de las rigurosas instrucciones y se le apreció disfrutar, casi tanto como la sección de cuerda durante los pizzicatti del scherzo, buscándole las cosquillas al director polaco. La mejor versión de todos –incluido el propio Tchaikovsky– se dejó ver en el Allegro con fuoco final donde la percusión se sumó a una fiesta que cerró una velada por todo lo alto, ante un público más aplaudidor de lo normal.