Purcell CNDM enero24 c

Frescura, naturalidad y potencia

Madrid 14/01/2025. Auditorio Nacional. Purcell: The Fairy Queen. Paulina Francisco, soprano. Georgia Burashko, mezzo. Rebecca Leggett, mezzo. Juliette Mey, mezzo. Ilia Aksionov, tenor. Rodrigo Carreto, tenor. Hugo Herman-Wilson, barítono. Benjamin Schilperoort, bajo. Les Arts Florissants. Compañia Käfig. William Christie, director.

The Fairy Queen de Henry Purcell está considerada una semi-ópera. Es decir, el compositor compuso la música como masque (mascaradas) que comentan, desarrollan, amplían e incluso varían el desarrollo de una obra de teatro ajena, careciendo, lo compuesto por Purcell, de trama continuada. En realidad son añadidos alegóricos, en este caso a El sueño de una noche de verano de Shakespeare, pero lo compuesto por Purcell no contiene ni una sola palabra del dramaturgo inglés.

La ópera se había creado unas cuantas décadas antes en Italia, pero en Inglaterra no cuajó el canto continuado de ésta, y prefirieron mantener su pasión por el teatro, en el que la música se mantenía como complemento que reforzaba de modo coyuntural al texto hablado. De hecho Purcell sólo tiene una ópera propiamente dicha: Dido y Eneas, la demás música teatral creada por Purcell son todo semióperas omasques. Tendría que llegar más tarde Haendel a Inglaterra, para que la tradición de la ópera como tal se arraigara en el país. Otra característica de las semióperas son los Act Tunes, o interludios orquestales que se interpretaban entre acto y acto, sonando así danzas que todo el mundo conocía, y que en este caso van desde el tan británico Hornpipe, hasta el Minuette (aquí frecuentemente sincopado tan del gusto en las islas), o Gigas y su característico ritmo ternario más bien rápido, y donde actuaban también bailarines. 

The Fairy Queen fue estrenada el 2 de mayo de 1692 en el Queen’s Theatre de Dorset Garden en Londres y fue repuesta un año después añadiendo entonces, Purcell, más música a la mascarada. Con la muerte del autor, en 1695, se perdió la partitura, y fue a principios del siglo XX cuando se pudo rescatar la obra al encontrarse una copia parcialmente firmada en la Royal Academy of Music; desde entonces su fama no ha parado de crecer, y, desde luego, el director en este caso, William Christie, ha sido uno de los sus más fervientes defensores a lo largo de muchos años, hasta dar con el espectáculo ahora ofrecido, que ha dado la vuelta al mundo con un éxito arrollador. Para ello se ha unido, a la estupenda orquesta Les Arts Florissantsun grupo de ocho cantantes seleccionados cada año por la academia de Le Jardin des Voix, y ocho bailarines de la Compañía Käfig. Con todo esto, el coreógrafo y director de escena Mourad Merzouki ha creado un espectáculo donde se diluyen las fronteras y los límites en las funciones de cada uno.

Purcell CNDM enero24 a

Entre bailarines, cantantes y músicos, se crea una comunidad igualitaria, y donde ni hasta Christie tiene un papel prioritario. El resultado es una experiencia global, donde lo de ayer y lo de hoy se mezcla e interactúa, creándose un espectáculo que se potencia enormemente con esa suma de iguales. Los cantantes bailan y actúan, los bailarines cantan en coros y arropan siempre todo lo que suena, los músicos salen a la palestra y rompen su barrera de cristal. La esencia de la obra, tan interdisciplinar en su propio origen, emerge así multiplicada. Además esos ‘huecos’ argumentales tan complicados de salvar en el comentado género de la semiópera, importan mucho menos, al conseguirse escenas mucho más potentes y enmarcadas, con unos bailarines prodigiosos que arropan, expresan, conmueven, y viven cada escena o aria, además de completar como es debido (y como hacían en la época) las numerosas danzas meramente instrumentales. No hay lugar para el divismo, en esta comunidad creada por iguales que funciona exacta como un reloj, con lo que la frescura de la obra, tan inmensamente natural, llega potenciadísima a cada espectador. Las lineas musicales creadas por Purcell, todas tan ‘democráticas’, donde los cantantes se inbrícan e integran como si fueran otro instrumento mas, están empatadas en protagonismo. La iluminación también acompaña, y sabe arropar los momentos mas íntimos, o ‘saltar’ a su vez de alegría cuando corresponde. 

Christie sabe adaptarse a la perfección a su papel de igual, y deja que sus estupendos músicos se expresen con la sabiduría que aportan; maravillosa en este sentido la manera de interpretar de forma diversa según la interválica o la distinta función armónica el concertino en un ‘solo’, o la contundencia, variedad y versatilidad ofrecida por el bajo continuo en todo su conjunto. Los ocho cantantes aportaron sus voces jóvenes y frescas, llenas de estilo e intención, sabiendo otorgar esa variedad de registros tan propia de la obra. Nos reímos, nos emocionamos, todo siempre con ese aire que, como decía antes, rezuma naturalidad. Donde se pasa del invierno al verano, del sarcasmo al dolor, siempre con flow. Los bailarines nos hicieron levantar del suelo con sus piruetas, pero también nos conmovieron con sus figuras quietas, con sus maravillosos contornos. El éxito fue atronador. El público, y adoptando ese aire democrático y de comunidad, premió y ovacionó a cada uno de los catorce integrantes cantantes/bailarines por igual. Christie, sugería saludar, equidistantemente, a cada una de las zonas del Auditorio sin ninguna distinción, y el público del abarrotado Auditorio Nacional se marchó a casa con la demostración fehaciente de que todo lo que sea personalismos, aquí no funciona, además de con una muy vivida y potenciada e inolvidable recreación de la maravillosa The Fairy Queen de Purcell. Una maravilla.

Purcell CNDM enero24 b

Fotos: © Rafa Martín