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Un Wagner de altura.

Oviedo. 03/02/2024. Teatro Campoamor. R. Wagner: Lohengrin. Miren Urbieta-Vega (Elsa Von Brabant), Stéphanie Müther (Ortrud), Samuel Sakker (Lohengrin), Simon Neal (Friedrich von Telramund), Insung Sim (Rey Enrique el Pajarero) y otros. Coro Lohengrin Global Atac. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Dirección escénica: Guillermo Amaya. Dirección musical: Christoph Gedschold.

La última función de Lohengrin que nos ocupa era, al mismo tiempo, la última función de la temporada 23/24 de la Ópera de Oviedo. Y vivido el éxito, no es difícil imaginar la cara de satisfacción de los promotores ovetenses al advertir los semblantes risueños y complacidos de quienes, más allá de las once de la noche, abandonábamos el Teatro Campoamor. Tiene que ser un buen chute de autoestima tener la constancia de que has acertado al plantear este título tan exigente y constatar que las cosas han salido bastante bien. Porque sí, aun hoy en día programar Wagner en una plaza que no tiene las condiciones técnicas más adecuadas y con cuerpos estables que no se dedican en exclusiva a la ópera es siempre un reto de primera magnitud. Por ello, ver el teatro lleno, advertir que prácticamente nadie abandonó la sala en los dos descansos y escuchar los comentarios favorables de la inmensa mayoría de los aficionados tiene que ser muy importante y revelador para Ópera de Oviedo.

Nada salió mal. Quizás nada fue perfecto pero ya es sabido que la perfección no es algo habitual en la ópera, ni en la música o en el arte. Es más, casi es deseable que cualquier manifestación artística se vea afectada por los condicionamientos normales en cualquier actividad por el mero hecho de que están implicadas personas; y es que hay intangibles que se perciben y que te contagian como la ilusión, la dedicación, la implicación. Y todo ello lo transmitieron los participantes de esta función.

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Quiero comenzar por los colectivos. El coro, que se autodotó de un nombre realmente pomposo para la ocasión, el Coro Lohengrin Global Atac estuvo más que notable; quizás en ocasiones se notaba que era la última función y parecía haber sobredosis de confianza pero ver el nivel de este grupo es digno de aplauso. Algún forte excesivo no empaña lo que fue un trabajo notable. Escénicamente al grupo apenas se le pidió movimiento alguno y su posición, al modo de coro griego, supongo que les facilitó las cosas. Por otro lado la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias supo responder adecuadamente a las demandas de Christoph Gedschold, batuta que mimó la obra y a los cantantes y supo darle en sus largas tres horas y media de representación el equilibrio necesario para que en ningún momento decayera. Eso sí, admitimos que la reducción de la plantilla por aquello de las dimensiones del foso restaron brillantez a metales –con alguna pifia que otra- y cuerda y que la parte más lírica de la obra, el preludio por ejemplo, no terminó de estar bien cincelado. 

Vocalmente la gran triunfadora ha sido, sin duda alguna, Miren Urbieta-Vega. Tengo la fortuna de haberla visto prácticamente desde sus inicios como Ana Mari en El caserio, de Jesús Guridi hasta esta su primera incursión en el mundo wagneriano. Tampoco es que me hicieran falta muchas más pruebas para certificar que estamos ante una de las voces más interesantes de la actualidad. Su primera incursión en el mundo wagneriano ha sido de sobresaliente: voz de color adecuado, muy bien proyectada, con agudos bien colocados y potentes y dando al personaje una lectura plena de personalidad. Para Urbieta, Elsa no es una mujer pusilánime que se deja embaucar fácilmente; observarla y escucharla en su dúo con Ortrud en el acto II, quizás el punto culminante de la velada, era suficiente para poder afirmar que estamos ante una cantante de primera magnitud. Supongo que ahora la soprano donostiarra tendrá que extraer sus conclusiones y ver la importancia que el de Leipzig haya de tener en su carrera pero en primera impresión me queda claro que el Wagner romántico está hecho para su voz. Un auténtico placer. 

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Su enemiga era Stéphanie Müther, algo destemplada al principio pero que fue construyendo un personaje –quizás el más interesante y complejo de la ópera- de una pieza y en el ya apuntado dúo supo darle réplica adecuada a Elsa von Brabant. Transmitió esa maldad interesada de quien maneja a su marido a voluntad y su invocación de los antiguos dioses en el acto II fue notable. Su juguete roto, Friedrich von Telramund, ha sido el barítono Simon Neal, de quien nos anunciaron una eventual indisposición que, en apariencia, no hipotecó su actuación, aunque pareció terminar la obra realmente agotado. Su voz no es elegante, su fraseo no es refinado pero al menos dota al personaje de entidad suficiente.

Dejo para el final en este cuarteto protagonista al tenor, Samuel Sakker, el punto más débil de la velada. Tiene todas las notas pero su voz no es la más adecuada para papeles heroicos. La voz se queda en el escenario y el color está lejos de ser el adecuado para un héroe con aires de santidad. En su escena principal, In fernem Land, trató de dar mayor empaque al personaje pero sus límites vocales eran demasiado evidentes. Finalmente, correcto y sonoro Insung Sim como el rey Enrique y sobresaliente el heraldo real de Borja Quiza. Los cuatro nobles de Brabante tampoco defraudaron y he aquí sus nombres: Javier Blanco, Andoni Martínez, Francisco Sierra y Sergey Zavalin.

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La propuesta escénica, condicionada por las características técnicas del teatro, apostaba por el estatismo. Las dos estructuras principales sobre las que giraba el trabajo de Guillermo Amaya eran un graderío semicircular al modo clásico por el que se trasladaban los distintos personajes y una pasarela, colocada a media altura y por la que Elsa von Brabant desfilaba ahora para ser testigo involuntario del diálogo entre Ortrud y Telramund ahora como arrepentida penitente tras hacer a su esposo las preguntas prohibidas. Una cama en el acto III rodeada por enormes flores sobre telón y una escasa lluvia de confeti en distintos momentos ayudaba a hacer ópera. En definitiva, una propuesta sencilla, supongo que barata, y práctica. El vestuario huía de cualquier idea rupturista. 

Al terminar la función la respuesta popular fue contundente, alegremente contundente. Puede decirse que Lohengrin ha ido el éxito de la temporada 23/24 en Oviedo y ello es importante porque la presencia de Wagner no es habitual ni sencilla. Es de desear que este éxito no se quede en mero accidente de cara a las próximas temporadas.

Foto: © Iván Martínez